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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: October 12, 2019
Este es el 9º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora Jubilada del Estudio Bíblico de Little Rock
Cuando leemos cualquiera de los Evangelios, tenemos una clara ventaja: conocemos el final. Sabemos que la tensión que conduce a Jesús a Jerusalén llevará a su muerte. Sabemos que su muerte será mal entendida y profundamente llorada, pero también sabemos que la muerte no es la estrofa final de este canto. Sabemos que Jesús resucitará de entre los Muertos y que su resurrección cambiará la historia. Sabemos que la música de la salvación seguirá sonando.
Tal conocimiento previo sin duda afecta el modo en que recibimos la historia. Nuestra escucha de pasajes familiares en las Misas de los domingos en nuestras parroquias, y una lectura más cuidadosa en los grupos de estudio o en la privacidad de nuestros propios hogares, podría convertirse en algo rutinario.
El desafío, pues, es leer y escuchar la Buena Noticia con “nuevos oídos”, e imaginar cómo debería haber sido el vivir los acontecimientos sin tal conocimiento previo de la sorpresa final.
Los primeros seguidores de Jesús no podrían haber sabido en lo que se estaban metiendo e incluso cuando se hizo evidente que el mensaje de Jesús era una afrenta a las fuerzas religiosas de la región, debieron sentirse desolados por su arresto, juicio, y crucifixión.
Sus esperanzas de un reino de misericordia y bondad, de una espiritualidad basada en una profunda libertad fueron destrozadas de la manera más prejudicial posible, cuando su líder fue ejecutado públicamente al lado de comunes malhechores.
Sus seguidores más cercanos habrían querido honrarle con un entierro digno incluso cuando seguramente se preguntaban si lo que había predicado era verdad, y si cualquier cosas que habían presenciado tendría un poder duradero. Y ciertamente se habrían sentido asustados por lo alarmantemente definitivo de su muerte. Quizá incluso temieran por su propia seguridad personal.
En la versión de los acontecimientos según Lucas después de la muerte de Jesús, las mujeres que habían seguido a Jesús desde la región de Galilea fueron testigos de dónde se habían puesto sus restos en una tumba (Lucas 23:55 –24:12). Cuando las mujeres regresaron al lugar del entierro después del sábado para ungir su cuerpo, se encontraron con una tumba vacía y dos mensajeros divinos que anunciaban su resurrección. Incluso les recordaron a las mujeres, “Recuerden lo que él les dijo cuando todavía estaba en Galilea, que el Hijo del Hombre debía ser entregado a los pecadores y ser crucificado, y que resucitaría al tercer día”.
Se nos dice que “su historia les pareció absurda” a los apóstoles. Por supuesto que así sería. ¿Quién hubiera creído que estaba vivo? Ésta es la pregunta que nos lleva a una de las apariciones más conmovedoras de Jesús después de la resurrección en el Nuevo Testamento: la historia de dos de los seguidores de Jesús saliendo de Jerusalén camino a Emaús (Lucas 24:13-35).
Los dos iban debatiendo por el camino, quizá en conmiseración, sobre lo que había ocurrido los días anteriores. Cuando se les unió un forastero, compartieron con él su confusión, dando testimonio de cómo “un profeta poderoso en obra y palabra” había sido ejecutado. Se lamentaban, “Esperábamos que fuera el que habría de redimir a Israel”. Incluso compartieron que las mujeres habían visto la tumba vacía y que eso lo habían confirmado algunos de los apóstoles. Pero salieron de Jerusalén donde parecía que se había dado muerte a sus esperanzas.
El Evangelio de Lucas comenzó con un mensaje de esperanza para quienes estaban entre los más pequeños del mundo: las estériles, los pobres y marginados, los que hambrientos o enfermos (recuerden el Cántico de María en 1:46-55 y el comienzo del ministerio público de Jesús en 4:16-21). Aquí, hacia el final del Evangelio, cuando todo parece perdido, regresa la esperanza en la aparición del Señor resucitado que de nuevo alimenta a su pueblo con la esperanza del reino y con la nutrición que más necesitan en la enseñanza y el compartir una comida en su presencia.
Los seguidores que salieron de Jerusalén con dolor van a regresar a la gran ciudad a difundir la Buena Noticia. Su convicción y su gozo están alentados por otra aparición del Señor resucitado entre los apóstoles (24:36-49), otra comida compartida en su presencia, y otro momento de enseñanza para preparar a los primeros creyentes para ser embajadores de esperanza para un mundo desalentado.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 12 de octubre de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.