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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: March 9, 2019
Este es el 2º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Todos los evangelios fueron escritos mirando hacia atrás. El final de la historia había ocurrido antes de que se escribiera una sola palabra. La muerte y resurrección de Jesús, y la experiencia misionera de los primeros creyentes, movida por el Espíritu Santo, por último dio paso a los relatos del Evangelio. La historia de Jesús solo se manifesto claramente cuando los discípulos reflexionaron sobre ella después de la resurrección, compartieron sus historias de forma oral, y afinaron sus habilidades como narradores sagrados.
Lucas dejó su huella en el Evangelio que lleva su nombre, y en un segundo volumen, Hechos de los Apóstoles. Un rasgo que atraviesa ambos libros es el del camino. El Evangelio nos lleva de la región de Galilea a la ciudad de Jerusalén. Hechos retoma la historia en Jerusalén y lleva a los lectores “a los confines de la tierra” (Hechos 1,8). El camino físico de Jesús y de los discípulos de la primera generación abre el paisaje para que los lectores descubran otros viajes en el texto bíblico y en sus propias vidas.
En el marco de ese viaje más largo, Lucas construye varios viajes más cortos, pero muy significativos. Cuando solo llevaba unos meses de embarazo, María viaja de Nazaret a Ain Karim para visitar a su pariente mayor que ella, Isabel (1,39-45). Un poco más tarde, María y José llevan a su hijo al templo de Jerusalén para la consagración. (2,22-38). Y cuando tiene unos cuantos años más, Jesús de nuevo viajará a Jerusalén a celebrar la Pascua (2,41-52) entre los descendientes de las doce tribus de Israel que habían escapado de Egipto unos siglos antes.
Estos viajes físicos en la vida temprana de Jesús también fueron viajes espirituales. Los padres de Jesús van creciendo en su comprensión de la identidad de su hijo. Quienes reciben a los viajeros — Isabel, Simeón y Ana, y los maestros del templo — nos ayudan a empezar a comprender el papel de Jesús en la historia de la salvación, acompañado por siglos de espera y esperanza.
El tema del viaje continua cuando vemos a Jesús ir de un pueblo a otro, invitando a sus discípulos a dejar atrás sus rutinas diarias y a ver el mundo a través de los ojos de él. Ellos son testigos de que Jesús no solo cura enfermedades físicas, sino que también sana relaciones. Cada curación es un viaje del quebranto a la integridad. Un leproso o una mujer con hemorragias podrían haber sido aislados de la comunidad; su sanación les permite reintegrarse a la comunidad.
Jesús revela la bondad de Dios en cada pequeño encuentro, y en más amplios movimientos de tiempo y lugar. Lleva a Pedro, Juan y Santiago a una montaña donde es evidente la amplitud de la tierra. Pero un horizonte incluso más grande se les revela cuando Jesús se transfigura (9,28-36). Oyen la voz de Dios que identifica a Jesús como su hijo amado, ordenándoles que le escuchen. Tienen un asomo a la Gloria que se revelará en la plenitud de los tiempos, pero también deben regresar a los ritmos de sus vidas diarias.
Los últimos capítulos de Lucas llevan a Jesús desde pueblos y aldeas de alrededor de Galilea al corazón de la capital, Jerusalén. El viaje de unas 90 millas va marcado por innumerables encuentros con personas necesitadas y numerosas oportunidades de enseñar. Es un viaje que forma a sus seguidores y le sitúa a él en oposición con quienes ostentan el poder.
Dentro de la propia ciudad, hay tres viajes claves para Jesús: su entrada en Jerusalén en un asno; entrada marcada por la alabanza y gritos de triunfo; su camino encadenado desde el huerto de Getsemaní al Sanedrín (22,47-71),luego a Pilatos, el prefecto romano de Judea (23,1-5), y por último al Rey Herodes, donde fue sentenciado a muerte (23,6-25); y su camino final por las calles de Jerusalén, cargando con la cruz sobre la que moriría (23,26-32).
Ciertamente, cuando Pedro, Juan y Santiago contemplan a Jesús en la cruz — desnudo, golpeado, muerto — se preguntan por su anterior camino al Monte de la Transfiguración. Podrían de nuevo preguntarse sobre su identidad y sobre el significado del discipulado. Una respuesta a sus preguntas se puede encontrar en la historia de dos discípulos que van camino de Emaús después de la muerte de Jesús (24,13-35).
El forastero que se une a los dos, está presente en su dolor y confusión, calentando sus corazones al responder a sus preguntas y ofrecerles una visión. Es en el camino donde Jesús les prepara a reconocer que está vivo y que les dará fuerza para la misión.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 9 de marzo de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.