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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: August 17, 2019
Este es el 7º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora Jubilada del Estudio Bíblico de Little Rock
Como las parábolas son un instrumento de enseñanza favorito de Jesús, volvemos al tema para descubrir algunas lecciones más del Evangelio de Lucas. La mayoría de las parábolas en este Evangelio se pueden encontrar en los capítulos 9-19, los capítulos que llevan a Jesús de la región de Galilea al norte de Israel, hasta Jerusalén, en el sur de Israel. Este viaje es una oportunidad para que Jesús siga formando a sus discípulos por medio de su enseñanza de obra y palabra, y de sus interacciones con los necesitados, así como con quienes se oponen a él.
Las parábolas que se encuentran en esta sección del Evangelio de Lucas nos acercan la lección de que el reino de Dios no se parece a ningún reino que hubieran conocido los seguidores de Jesús.
El reino de Dios refleja un mundo en que los samaritanos y los judíos — que históricamente son enemigos acérrimos, son prójimos que cuidan unos de otros (Lucas 10:29-37), donde el tesoro de uno no está ahí para apoderarse de él, sino para ser compartido (12:16-21), donde las cosas más pequeñas — semillas de mostaza y granos de levadura — producirán resultados sorprendentes (13:18-21) y donde los pecadores reciben misericordia (18:1-8).
El capítulo 14 presenta dos parábolas que implican un banquete o fiesta. Una parábola invita a la humildad frente a buscar los lugares de honor en la mesa del banquete, y la otra narra la historia de los invitados que ponen excusas para no venir, y el anfitrión que entonces invita a los pobres, cojos, ciegos, y paralíticos. Un poco de de marco de referencia podría ayudar.
Los banquetes y las fiestas se han asociado siempre a la bondad y la generosidad de Dios para con su pueblo. El profeta Isaías, por ejemplo, habiendo proclamado el juicio de Dios sobre quienes quebrantan la alianza, presenta la esperanza de la misericordia de Dios y su restauración cuando aclama que “el Señor del universo hará para todos los pueblos una fiesta de ricos manjares y los mejores vinos, alimentos sabrosos y vinos puros, selectos” (Isa 25:6). Más tarde, en Isaías 55, Dios invita a todos los que están sedientos y hambrientos a festejar con la abundancia que Dios provee.
Quienes oran los salmos también encuentran múltiples referencias a la fiesta que Dios ofrece a su pueblo, una fiesta que simboliza el consuelo, la misericordia y la protección de Dios. Dios prepara una mesa para sus fieles frente a sus enemigos (S 23:5). Satisface los anhelos del alma con deliciosos manjares (63:6) y sacia a quienes tienen sed y llena a los hambrientos de bienes (107:9).
Cuando Jesús usa las mismas imágenes—banquetes y fiestas—para describir aspectos del reino de Dios, se apoya en su propia historia judía, y seguramente espera que quienes le escuchan oigan su enseñanza como continuación de la generosa intervención de Dios en la historia humana.
El capítulo 15 contiene tres parábolas que los traductores y editores modernos han descrito como relatos que tratan de cosas perdidas: una oveja perdida, una moneda perdida, y un hijo perdido (o pródigo). Es interesante que los antiguos manuscritos de las Escrituras no contienen tales títulos para estas historias. Poner un título es una invención relativamente moderna para ayudar a los lectores a navegar por los Evangelios y enfocarse en las tramas básicas de las historias. En cada caso, se le pide al oyente que considere cómo el reino de Dios expande nuestra comprensión de a quién se incluye y a quién se excluye.
El primer versículo del capítulo 15 nos dice que los escribes y fariseos desafían la norma de Jesús de invitar a todos a la mesa. “Recibe a los pecadores y come con ellos”, se quejan. Jesús no responde con una enseñanza directa, como “sí, es una norma de Dios el ser un anfitrión generoso.” En su lugar, les cuenta tres historias que, aparentemente, parecen ridículas.
¿Qué pastor abandonaría a 99 ovejas que están destinadas a perderse ellas mismas mientras que él se va a encontrar la que se ha perdido? ¿Qué mujer armaría tanto escándalo por una monedita? ¿Y qué padre recibiría de regreso a un hijo que ha dilapidado no solo lo que se le había dado, sino también la reputación de su familia?
Podemos pensar en Dios como el pastor que lo arriesga todo, la mujer que busca diligentemente, y el padre que perdona generosamente. Haríamos bien en preguntarnos no solo si es éste el Dios que conocemos, sino si es este el reino donde queremos solicitar la ciudadanía.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 17 de agosto de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.