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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: April 13, 2019
Este es el 3º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
La mayor parte de lo que sabemos sobre los primeros tiempos de la vida de María, nos llega de los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas. Ahí se nos introduce al ángel Gabriel y las promesas de Dios que obrarían en la vida de María para la salvación de todos. Aprendemos sobre el embarazo de María y el tiempo que pasó con Isabel. Y en estas historias descubrimos que Dios hace cosas extraordinarias por medio de personas muy normales.
Cuando nos encontramos con María, ella es aún demasiado joven para casarse con José, un matrimonio que sin duda arreglaron sus padres, como era la costumbre del tiempo.
No se sabe que tuviera una gran instrucción, ni es famosa antes de que Gabriel aparezca en escena. Pero está muy inmersa en su tradición religiosa y reconoce que es Dios quien le ha enviado al ángel.
La María del Nuevo Testamento, en especial la María que aparece en Lucas, todavía no está cubierta de los muchos títulos que se le asignarían a través de los siglos. Ni está aún sujeta a la doctrina o el dogma. Sencillamente, es una joven virgen judía que nos enseña cómo decir “sí” a Dios y lo que exige tal “sí.”
El encuentro de María con Gabriel (1,26-38) se convierte en conversación. De alguna manera, ella expresa sus temores y él le asegura que Dios está con ella. Ella expresa su desconcierto, preguntando cómo puede ocurrir esto, y Gabriel la invita a creer que Dios puede conquistar cosas aparentemente imposibles. Incluso ofrece el ejemplo de la anciana y estéril Isabel, que está embarazada. María por fin dice: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según su palabra.”
Es llamativo que Dios no ordena que María conciba a Jesús, sino que le da la sabiduría de preguntarse y de hacer preguntas y la valentía de cooperar con el plan de Dios para su vida y para el mundo.
Decir sí a Dios requiere un asentimiento continuo a la voluntad de Dios y María demuestra esto bien, al ponerse en camino para estar con Isabel (1,39-45). Este tiempo entre las dos mujeres será un momento de afirmación y ánimo mutuo, un momento que para siempre estará asociado a la proclamación de lo que conocemos como el Cántico, el Magnificat, de María (1,46-56).
El himno que registra Lucas demuestra la plenitud en la que cambiará la vida de María al llevar al hijo de Dios en su vientre, lo educa en la tradición de sus antepasados, y lo sigue en el camino de la cruz que lleva por último a la resurrección. El himno de María empieza con la atención en lo que Dios ha hecho por ella, las palabras llenas de gratitud y admiración. Sin embargo, rápidamente su atención pasa a la misericordia que ha mostrado Dios a través de los tiempos por quienes son humildes, sencillos y pobres. Sus palabras hacen eco a las de Isaías que su hijo proclamaría más tarde en la sinagoga al comienzo de su ministerio público (4,16-21): “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a llevar la buena noticia a los pobres… libertad a los cautivos… la vista a los ciegos… y a liberar a los oprimidos.”
Mary camina en el discipulado a lo largo de su vida, diciendo sí a Dios mientras educa a Jesús, llevándole al templo como bebé y luego como joven. En un encuentro temprano fuera del templo, Simeón le dice a María que su hijo Jesús encarnará las esperanzas de su pueblo. También será un signo de contradicción que le causará dolor: “y a ti te traspasará una espada de dolor” (2,35). El nombre de María es un derivado de Miriam, que significa “mar de amargura y dolor.” El sí que le dijo a Gabriel, y por último a Dios, no estará sin pruebas y sufrimiento.
Cuando todavía era una adolescente, Gabriel le dijo a María que tenía la gracia de Dios. María reconocería entonces que cuando Dios mostró su favor a sus antepasados, también les exigió mucho. Noé, José, Moisés, Ana, Samuel, y todos los profetas, sabían que el favor de Dios nunca resultaba barato.
María se daba cuenta de que tener el favor de Dios es un signo seguro de que se le pediría mucho más de lo que se pudiera imaginar, y la gracia se le daría para encontrarse con el desafío. Pedimos tal gracia y favor en nuestras vidas.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 13 de abril de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.