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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: June 15, 2019
Este es el 5º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
“¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Esta pregunta está en el centro del Evangelio. Es la pregunta que Jesús nos hace a cada uno de nosotros, como se la hizo a sus primeros seguidores (Mateo 16,13-20; Marcos 8,27-30; Lucas 9,18-21).
Cada uno de los evangelistas trataron de alguna manera de responder a la pregunta sobre la identidad de Jesús personalmente, así como para la comunidad a la que se estaba dirigiendo originalmente. Todos ellos habían tenido la experiencia del mismo hombre, escuchado la misma enseñanza, lo habían acompañado en la misma serie de acontecimientos, y sin embargo cada evangelista ofreció algo ligeramente distinto. Es como cuando se desvela una escultura y cada espectador aprecia algún aspecto de la pieza de una manera especial. La escultura es la misma; el impacto es único.
Los lectores a menudo describen el Mateo de Jesús como el gran maestro y cumplimiento de las expectativas, el de Marcos como el Mesías sufriente, y el de Juan como el Hijo divino de Dios. Estos retratos puede que estén demasiado simplificados, y sin embargo reconocen las diferencias en énfasis. ¿Qué notamos sobre el retrato de Jesús que hace Lucas? ¿Quién dice Lucas que es Jesús? ¿Y cómo lo revela Lucas?
El leer el tercer Evangelio y escucharlo proclamado como lo estamos hacienda en este año litúrgico, Podemos apreciar la imagen de Jesús que emerge: Salvador del mundo y sanador compasivo. Estas descripciones tienen algo en común: la generosidad. La generosidad de Jesús, y su gentileza al extenderse hacia otros e incluso entregar su propia persona, brillan en el Evangelio de Lucas.
La oración o cántico de María cuando estaba embarazada de Jesús, el Magnificat (cap. 1), alaba el cuidado de Dios hacia quienes no tienen voz. El propio ministerio de Jesús como adulto se lanza con un lenguaje parecido en su proclamación de las palabras de Isaías en la sinagoga de su pueblo, Nazaret (cap. 4). Ahí él proclama que en él se ha cumplido el tiempo de traer la buena noticia a los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos y liberación a los oprimidos. Estas dos piezas marcan el tono de la misión de Jesús hacia aquellos que están en los márgenes de la sociedad.
Jesús abraza y sana a todo tipo de personas cuyas condiciones los calificaban de “impuros”, dejándolos fuera de las cálidas relaciones de la comunidad. Sana a leprosos y a paralíticos (5,12-14; 17,17-24), expulse a demonios de los atormentados por el mal (6,18; 9,37-43), perdona a una mujer cuya mala reputación es conocida de todos (7,36-50), cura a una mujer que ha tenido hemorragias por años y trae a la vida a una niña que se pensaba muerta (8,40-456), sana a un hombre enfermo de hidropesía (14,1-4), y devuelve la vista a los ciegos (18,35-43).
Cuando enseña, sus parábolas también enfatizan su generosidad. Sus historias revelan que su misión es para los marginados, los perdidos, o los que han sido ignorados. Vemos esto en el capítulo 15, con las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida, el hijo perdido. Tenemos un sentido de este amplio tipo de inclusión en la parábola del banquete al que se trajo a tullidos, ciegos y cojos (14,15-24). Jesús acerca a los niños y los usa para enseñar sobre la actitud que se pide a quienes están destinados al reino de Dios (18,15-17).
En el Evangelio de Lucas, escrito unos cuarenta años después de la resurrección, vemos un retrato de Jesús como el de quien llama a todos a la experiencia del reino de Dios. Él obra maravillas para quienes están fuera de la comunidad del judaísmo, o por los que no se tiene gran estima—curando al esclavo del centurión romano (7,1-10), y comiendo con recaudadores de impuestos como Zaqueo (19,1-10).
Si seguimos leyendo el Segundo volumen de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, descubrimos que de hecho el Evangelio se proclama no sólo en la tierra de Israel, sino a “todos los confines de la tierra.” Los seguidores de Jesús se reparten por toda la región del Mar Mediterráneo, proclamando el amor generoso de Dios, estableciendo comunidades de creyentes y al fin dando la bienvenida a los gentiles (no judíos) en la comunidad de creyentes.
Para los de la comunidad de Lucas, los primeros oyentes de su Evangelio, Jesús se dispone a reunir a un pueblo y son los beneficiarios de su misericordia y sanación. Saben que su sacrificio en la vida y en la muerte abre las puertas a una fe que no está definida por la raza, la etnicidad o la cultura.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 15 de junio de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.