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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: November 9, 2019
Este es el 10º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora Jubilada del Estudio Bíblico de Little Rock
Casi todo lector estará de acuerdo en que es difícil que una buena historia llegue a su fin. Nos dilatamos en las últimas páginas, a veces doliéndonos de la pérdida de la compañía que hemos vivido con los personajes que se han hecho tan reales. Queremos una conclusión satisfactoria para la narrativa y nos preguntamos qué escritor o historia nos enganchará ahora.
Los Evangelios ciertamente no son ficción, y no llegamos a ellos como lectores que buscamos la recompense por lo que hemos pagado. Sin embargo, quizá aun así experimentemos algunas de las respuestas emocionales cuando la narrativa del Evangelio de Lucas toca a su final. ¿Qué le pasa a la comunidad después de la resurrección de Jesús? ¿Qué va a ser de las multitudes que se congregaban en torno a Jesús durante su vida y que todavía no han escuchado de su resurrección? ¿Y cómo seguirá el Jesús resucitado animando a la comunidad?
Los cuatro Evangelios concluyen con el Jesús resucitado que se aparece a los discípulos. Marcos y Mateo añaden escenas de envío en las que el Jesús resucitado envía a sus seguidores a “hacer discípulos de todas las naciones” por el bautismo y la enseñanza (Mt 28:16-20) y a proclamar “el evangelio a todas las creaturas” (Mc 16:15). Juan incluye una escena en la que se le dice a Pedro que alimente al rebaño de Jesús (Jn 21:15-19), y también una especie de envío.
Solamente el evangelista que conocemos como Lucas escribió un segundo volumen para acompañar a su Evangelio. Tanto el Evangelio como los Hechos de los Apóstoles empiezan por una referencia a Teófilo (Lc 1:3; Hechos 1:1). Lucas continúa la historia de la salvación. Su relato del Evangelio terminó con un informe sobre la ascensión del Jesús resucitado; Hechos cuenta de nuevo la ascensión con más detalle (Hechos 1:6-12). Y el envío de los discípulos por parte del Cristo resucitado se hace vivo a través de las páginas de Hechos.
Por una parte, Podemos imaginarnos bien que la misma aparición de un muerto regresado a la vida (Lucas 20:19-23) motivaría a cualquiera a ponerse a trabajar con su plan anunciado de acción. ¿Quién se atrevería a negarse? Pero, por otro lado, los seguidores más cercanos de Jesús seguramente tendrían miedo de ser arrestados, y ya estarían confundidos por los acontecimientos (Hechos 24:13-24, 36-40). Necesitan algo más que un empujoncito afuera de la puerta cerrada del cenáculo. Necesitan algo más que la simple admiración del encuentro con su Salvador resucitado.
Los seguidores de Jesús, encerrados en su temor y confusión en la antigua Jerusalén, necesitan el mismo poder de Dios y la misma pasión de Jesús para avanzar. Por tanto, el Espíritu es el don que envía Dios—un don que llenará a los discípulos de valor, claridad y convicción; un don que permitirá a los seguidores de Jesús abrazar su nueva identidad como Cuerpo de Cristo en la tierra.
La escena en la que llega el Espíritu probablemente nos resulta muy conocida por el relato de la Escritura, y por el arte a través de los siglos. Hechos 2:1-4 hace un retrato de una comunidad invadida por un fuerte viento y lenguas de fuego. E inmediatamente vemos acción al llenarlos el Espíritu del valor de salir a Jerusalén, una ciudad que solo hace unas horas les era hostil a ellos y a su líder. El Espíritu capacita a Pedro para hablar con convicción y claridad sobre las cosas que ha presenciado.
Valor, claridad y convicción marcan los eventos que se desarrollan en los Hechos de los Apóstoles. Esteban (Hechos 6:8—7:60), al que se considera normalmente como el primer mártir de la Iglesia, demuestra esas cualidades concedidas por el Espíritu. Pedro, Pablo, Bernabé, Lidia y Timoteo también poseen estos dones que comparten gratuitamente. El Espíritu conduce a la Iglesia naciente a territorios geográficos y culturales desconocidos. Los acontecimientos que se describen en Hechos muestran a los seguidores de Jesús viajando por Asia Menor al propio núcleo del Imperio Romano, predicando el evangelio en comunidades judías y gentiles, encontrándose tanto con resistencia como con profunda conversión.
De modos grandes y pequeños, el Cuerpo de Cristo se hace vivo y crece a través de la región mediterránea a través de actos de valor frente a las amenazas, predicando con claridad la Buena Nueva de la vida a través de la muerte, y viviendo con la convicción de que Jesús, el Cristo resucitado, es la verdadera fuerza motora del mundo. De estos mismos modos, el cuerpo de Cristo sigue vivo “hasta los confines de la tierra” (Hechos 2:8). Nos apoyamos en el mismo Espíritu de Dios.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 9 de noviembre de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.