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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: December 10, 2016
Este es el 13º artículo de una serie de trece.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
El mes pasado concluyó el Año Jubilar de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco. El tema del Año de la Misericordia era “ser misericordiosos como el Padre.” Es de esperar que puedas recordar algún modo concreto en que el Año de la Misericordia te impactó. Quizás hizo surgir una mayor conciencia de cómo Dios derrama sobre ti su amor misericordioso, o, más concretamente, cómo el centrarte en la misericordia de Dios te llevó a hacer actos específicos de misericordia para los demás.
El tema para este año especial se sacó del Evangelio de Lucas. Ahí, las palabras de Jesús nos recuerdan que el desafío de ser signos del amor misericordioso de Dios no tiene tiempo. No hay una fecha en el calendario para concluir nuestra obligación de ser misericordiosos. “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lucas 6,36).
En cierto modo, prefiero la traducción de la Biblia de Jerusalén de Lucas 6,36: “Sean compasivos, como su Padre es compasivo.” No tiene la palabra misericordia y sin embargo usa “compasión.” Comprender la misericordia como compasión nos ayuda a liberarnos de una comprensión de la misericordia que tiene un agudo filo de juicio.
Cuando escuchamos la palabra misericordia a menudo viene a nuestra mente la súplica de un criminal que se arroja a la misericordia del tribunal. Así, la misericordia sería lo que se suplica de un juez que conoce bien nuestra culpa y no puede olvidarla totalmente.
Sin embargo, cuando pensamos sobre la misericordia como compasión, parece más posible que quien esté mirándonos—o actuando en nuestro favor — con compasión sea alguien que conoce bien nuestra situación y que quizá incluso ha experimentado nuestra herida y nuestra necesidad. Ésta es la compasión que el autor de la carta a los hebreos (4:15) nos recuerda que encontramos en Cristo (4,15):
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que sea incapaz de simpatizar con nuestra debilidad, sino alguien que ha sido probado de manera similar en todo, pero está sin pecado.”
Jesús nos desafía a ser compasivos como el Padre y Jesús es la compasión que nos muestra el Padre. ¿Somos pecadores? ¡Sí! Pero la compasión de Dios hacia nosotros es la compasión de un padre que, por muchos fallos que vea en su hijo, no puede olvidar las necesidades de un hijo.
Esto está en el núcleo de la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo (Lucas 15,11-32). La misericordia de Dios no es sólo una decisión de suspender el juicio; es un acto de amor que nos mantiene en el abrazo de Dios a pesar de nuestros propios intentos de ser menos que dignos de amor.
Dios siempre nos encuentra dignos de amor y cuando nosotros aceptamos el amor compasivo y misericordioso de Dios, éste nos transforma, revelándonos incluso a nosotros mismos nuestra nueva naturaleza como hijos adoptivos de Dios. Como dice Pablo en la segunda a los corintios: “Los que están en Cristo son una nueva creación; las cosas antiguas han pasado y he aquí que han llegado cosas nuevas” (5,17).
Al ser los receptores del amor compasivo de Dios, quedamos libres para convertir la misericordia en la fuerza motivadora de nuestra relación con otros—con todos los demás. De ese modo, también se nos asegura la continua misericordia de Dios. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5,7). El Padre Frank Matera resume esta bienaventuranza diciendo que, “Los misericordiosos son quienes saben que Dios es misericordioso, y por lo tanto, son misericordiosos con los demás.”
En Mateo 18,21-35, la parábola del Siervo inmisericorde, Jesús nos advierte dramáticamente contra cualquier posibilidad de pensar que podemos aceptar la misericordia de Dios, pero no ser misericordiosos hacia los demás. Un siervo a quien se le perdonó una enorme deuda pero no muestra misericordia a un compañero sirviente que le debía solamente un poco, termina en que se le entrega a los torturadores hasta que pague la deuda que en su momento se le perdonó.
Nuestro enfoque en la misericordia de todo este año fue un don que buscaba despertar nuestra consciencia del amor de Dios por nosotros y la llamada de Dios a ser signos del amor de Dios para nuestros prójimos, que, según revela la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37) son también aquellos de quienes se pensaba que eran extranjeros, o incluso enemigos.
En Mateo 5,48, Jesús les dice a sus discípulos que “sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto.” Eso no es tan imposible como podría parecer. Hacerse perfecto como Dios significa que estamos destinados a ser completos en nuestra llamada cristiana, reflejando el amor de Dios en el mundo. Así como Dios tiene misericordia de todos, nosotros tenemos que entregarnos completamente a la misericordia de Dios extendiendo misericordia a todos.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 10 de diciembre de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.