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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: July 16, 2016
Este es el 8º artículo de una serie de trece.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Recientemente un joven franciscano estaba contando su experiencia al conocer a una nueva persona en la prisión donde lleva a cabo su ministerio. El preso era muy imponente con un físico musculoso, grandes tatuajes y una presencia dominante. El joven sacerdote visitaba regularmente la prisión donde realizaba su ministerio, pero confesaba que se sintió nervioso cuando el nuevo preso pidió un tiempo para hablar con él.
La experiencia resultó estar llena de gracia. Una de las cosas que se le hicieron claras al sacerdote es que se estaba enfocando en el pasado del hombre — los acontecimientos que lo llevaron a prisión, reflejados en su presencia atemorizante — mientras que el preso se enfocaba en el momento presente y lo que tenía delante. Su deseo era pasar de un pasado doloroso a un nuevo futuro.
Quizá sea ésta la misma dinámica que tan a menudo trae Pablo a la superficie en sus escritos en el Nuevo Testamento. Se puede encontrar un buen ejemplo en Efesios 2, 1-10.
Comienza por describir lo del pasado: “Ustedes estaban muertos en sus faltas pecados en los que vivían … desobedientes … siguiendo los deseos de la carne” (vs. 1, 2, 3). Acaba proclamando lo que ha hecho y hará Dios, “nos trajo a la vida en Cristo … para mostrarnos la inconmensurable riqueza de su gracia” (vs 5, 7).
En medio de esta sección, verso 4, está “la bisagra,” es decir la pieza que permite al pasado cerrarse y al futuro abrirse. Es esta sucinta experiencia y descripción de la intervención divina, “Dios, que es rico en misericordia.”
La iglesia primitiva testimoniaba un sentido muy claro de la iniciativa de Dios en liberar a los creyentes de las cargas de su propio pecado. ¿Había consecuencias de la inmoralidad, el egoísmo y la ignorancia de los caminos de vida de Dios? Por supuesto.
Se veían esas consecuencias en la espiral descendiente del desprecio por un mismo o el sentido de culpabilidad o vergüenza, o más inmoralidad que Pablo describe como muerte. La libertad de esa muerte espiritual no es algo que se logre por propios méritos o esfuerzos, o por buenas intenciones o buenas obras, sino por la iniciativa de Dios; por la misericordia y el amor de Dios.
En el pasaje citado de los Efesios, este Dios que “es rico en misericordia” y que por el “gran amor que nos tuvo,” nos trajo a la vida. Tal vida se describe en los versos 5 y 6 y la vida con Cristo, sentado a su derecha en el cielo. Dense cuenta del uso repetido de “con.”
Lo que Dios ha hecho por Cristo al resucitarlo de los muertos y sentarlo a la derecha del Padre, es lo que Dios hace por nosotros, incluso cuando pareciera que no merecemos tal extravagante misericordia y amor. Experimentamos estas cosas con Cristo, en el presente y con más plenitud en el futuro.
Efesios 2,8 lo resume bellamente: “Por la gracia ustedes fueron salvados por la fe, pero no por su propio mérito: es gracia de Dios.” Misericordia, gracia, amor — todo esto son expresiones de la naturaleza de Dios, recordatorios de que incluso en medio de nuestros mejores esfuerzos por cambiar, la salvación no se gana.
A pesar de nuestro pecado, la salvación se ofrece gratuitamente, no por lo que hayamos hecho o por quien seamos, sino porque Dios es. Dicho sencillamente, incluso nuestros mejores esfuerzos por cambiarnos a nosotros mismos, no pueden superar la gran magnitud de la gracia de Dios y la sobreabundancia de la generosidad de Dios para con nosotros.
En su libro, "El Nombre de Dios es Misericordia," el Papa Francisco escribe, “Hace más de medio siglo Pío XII dijo que la tragedia de nuestra era es que había perdido su sentido de pecado, su conciencia de pecado. Hoy día, añadimos incluso más a nuestra tragedia al considerar nuestra enfermedad, nuestros pecados, como incurables cosas que no pueden sanar ni ser perdonadas. Carecemos de la experiencia concreta de la misericordia.
"La fragilidad de nuestra era es esta, además: no creemos que haya oportunidad de redención; no creemos que haya una mano que nos levante, nos inunde de un amor infinito, paciente e indulgente, nos ponga de nuevo en pie. Necesitamos misericordia.”
La belleza de todo esto es que la misericordia de Dios ya está a nuestro alcance, y no sólo cura el pasado. La misericordia de Dios invade nuestras circunstancias presentes para que podamos mirar con esperanza al futuro.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 16 de julio de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.