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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: May 14, 2016
Este es el 6º artículo de una serie de trece.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Cuando el Padre James Brockman, SJ, murió en 1999, su funeral se celebró aquí en la Diócesis de Little Rock. En aquel tiempo, él había estado trabajando como director de la Oficina de Ministerio Hispano. Antes de esto, había servido en Centroamérica y era considerado un experto en la vida y escritos del Arzobispo Oscar Romero. Padre Jim era un hombre brillante y, al mismo tiempo, un hombre muy sencillo a quien le encantaba servir a los pobres.
Al llenarse la iglesia con las notas del Salmo 34 en su funeral, el estribillo resonó en muchos de nosotros de una manera nueva: “El Señor escucha el clamor de los pobres. Bendito sea el Señor.”
Cuando Dios escucha, Dios obra. Las bancas de la iglesia estaban llenas tanto de dignatarios como de quienes estaban viviendo en los márgenes. A través del Padre Jim, Dios de verdad escuchó a los pobres y actuó a su favor. A su vez, ellos lo amaban, porque era por él que habían conocido el amor de Dios en sus propias vidas.
Escuchar el clamor de los pobres es un modo de describir la misericordia de Dios. Uno de los testimonios más tempranos de cómo Dios escucha a los pobres se encuentra en los primeros capítulos del Éxodo.
Los israelitas vivían en cautiverio y al fin clamaron — ya no aguantaban más. “Dios escuchó su lamento y recordó su alianza con Abraham, Isaac, y Jacob. Dios vio a los israelitas y supo …” (Éxodo 2,24). Entonces fue cuando Dios envió a Moisés a presentarle al faraón el mandato divino de liberar a su pueblo.
La mayor parte de la literatura profética en nuestras biblias es un testimonio del agudo sentido del oído de Dios. En medio de enormes cambios geo-políticos de poder en el Oriente Medio de la antigüedad, Israel y Judá a menudo estaban demasiado ocupados en jugar a la política como para atender a las exigencias de su alianza con Dios.
Como resultado, se puso a prueba su fidelidad a Dios y se encontró que su capacidad de actuar con justicia para con los pobres era deficiente. Cuando los pobres pidieron misericordia a Dios, ¿con quién podía contar Dios para actuar en su defensa?
A veces los profetas, hablando en nombre de Dios, contarían las fechorías del pueblo de Dios y pondrían ante ellos su pecado. Consideren esto, por ejemplo: “No hay fidelidad, lealtad, ni conocimiento de Dios en la tierra … por tanto, la tierra se agosta y todo lo que habita en ella se marchita” (Oseas 4,1, 3). Esto no era con el fin de simplemente avergonzarlos, sino de llamarlos a una posición de arrepentimiento y conversión.
“Vengan, regresemos al Señor, porque nos hirió, pero nos curará; nos golpeó, pero vendará nuestras heridas” (Oseas 6,1) Sólo cuando reconocieron su propia pobreza, se pudieron abrir al arrepentimiento y a recibir la misericordia que también tenían que compartir.
En un momento de la historia en que la nación de Judá fue vencida por las fuerzas de Babilonia, muchos de los judíos más influyentes de Jerusalén fueron enviados a un exilio que duró 70 años.
Una parte del libro que conocemos como Isaías refleja el periodo en que el exilio estaba tocando fin y los hijos y nietos de los primeros exiliados podrían regresar a Jerusalén. “Canten, cielos, y alégrese la tierra … porque el Señor Consuela a su pueblo y muestra misericordia a los afligidos” (Isaías 49,13). El tiempo del castigo había terminado y ahora era el momento del consuelo y el ánimo.
El profeta Isaías recurría a la imaginación de aquellos para quienes terminaba el exilio con la imagen de una madre y su hijo. Si el pueblo de Dios no creía ser digno de rescate, o si sentía que había sido olvidado mientras estaba en Babilonia, el profeta les aseguraba de lo contrario en Isaías 49,15-16:
"¿Podría una madre olvidarse de su hijo,
olvidar su ternura para con el fruto de su vientre?
Aunque tu madre te abandonara,
Yo nunca te olvidaría.
Mira que te he grabado en la palma de mi mano."
Sí, el Señor escucha el clamor de los pobres. La expectativa de quienes están en alianza con Dios es que ellos — nosotros — hagamos lo mismo. Al final, cuando se reúnan amigos y familiares, como lo hicieron para el funeral del Padre Jim, sus voces darán de nuevo testimonio de que Dios ha escuchado y obrado a través de nosotros.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 14 de mayo de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.