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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: September 17, 2016
Este es el 10º artículo de una serie de trece.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
“La propia credibilidad de la Iglesia se manifiesta en cómo muestra un amor misericordioso y compasivo.” En estas palabras del Papa Francisco anunciando el Año de la Misericordia, escuchamos un desafío y una invitación. Un desafío a dar testimonio con nuestras vidas y la invitación a entrar en el mismo corazón de Dios en el proceso.
Dentro de la tradición bíblica, desde algunos de los escritos primitivos, encontramos que se da prioridad a la misericordia y la compasión de la que habla el papa.
Los Diez Mandamientos que se enuncian en Éxodo 20 y Deuteronomio 5 presuponen el tipo de comunidad en que el amor de Dios y el amor al prójimo se expresa en acciones, y no simplemente en evitar males como el asesinato, el adulterio y el robo, sino en honrar la dignidad de los demás y proteger sus derechos a la propiedad, la reputación y la vida.
El código de la alianza se expandió hasta incluir 613 leyes que se encuentran a través de los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco o Torá). En su núcleo se encuentra la creencia de que dentro de la comunidad tenemos responsabilidades mutuas, responsabilidades que reflejan el propio cuidado de Dios hacia su pueblo.
El mandamiento de responder a las necesidades de viudas y huérfanos y de dar la bienvenida al extranjero es solo un ejemplo de este amor misericordioso en acción (ej. Deuteronomio 10,17-19; 14,28-29; 24,17; Salmo 146,9).
De hecho, cuando los profetas de Israel más tarde anunciaron el juicio de Dios y llamaron a Israel a arrepentirse, la mayoría de las veces fue porque sus acciones no reflejaban la compasión misericordiosa de Dios que debería ser el rasgo principal de sus comunidades.
Isaías pronunció las palabras de Dios al anunciar: “Apártense de sus malas acciones ante mis ojos … hagan de la justicia su objetivo; compensen a quienes han ofendido, escuchen el clamor de los huérfanos, defiendan a la viuda” (1,16-17). Dense cuenta de que la justicia toma la forma de la compasión hacia los necesitados.
De igual manera, Jeremías anunció el camino de la reforma. “Solamente si cambian totalmente sus caminos y sus obras; si cada uno de ustedes actúa justamente con su prójimo; si ya no oprimen al extranjero, al huérfano y a la viuda … les permitiré seguir habitando en este lugar” (7,5-7).
El núcleo del asunto es la misericordia, también traducida como compasión o amor fiel. La justicia, que es palabra distinta en hebreo y en griego (los lenguajes de la Biblia), también incluye el componente de la misericordia. La justicia se imparte a quienes no muestran misericordia hacia los más necesitados.
No debería sorprendernos que Jesús, educado en las tradiciones de Israel, y verdadero Hijo de Dios, pintara una imagen vívida del juicio final (Mateo 25,31-46). Se separará y se juzgará a las naciones como el pastor separa las ovejas de los carneros, y el factor determinante será cómo ha tratado cada grupo a los más pequeños de entre ellos.
Jesús hace la declaración más clara y profunda sobre su presencia en medio de ellos cuando dice, “lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, lo hicieron por mí.” Está diciendo directa y profundamente que a Él se le puede encontrar en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, el sin hogar, el enfermo, el preso, y el moribundo. Nuestro trabajo como discípulos es alimentar, dar de beber, vestir, proporcionar hogar, cuidar en las necesidades, y enterrar. Nuestro trabajo es ser ministros de la misericordia.
Nuestra credibilidad como discípulos se hará evidente en lo que nuestra iglesia ha identificado como las obras de misericordia corporales. En Mateo 25, estas obras se repiten cuatro veces en solo dieciséis versos. Está claro que se supone que los escuchemos y los tomemos en serio. Pero lo más importante es que se supone que los vivamos.
Vivir las obras de misericordia corporales nos puede situar en la línea de fuego de confrontar la injusticia, pero también puede cumplirse en actos sencillos que se convierten en algo más grande. Piensa en este ejemplo: dar de comer al hambriento y vestir al desnudo nos podría llevar a una despensa de alimentos o un refugio de personas sin techo, donde seamos voluntarios habitualmente y lleguemos a conocer a personas, pero también nos puede llevar a examinar lo que desperdiciamos, a encontrar buenos socios para nuestros abrigos y botas extra, a comprar sabiamente para no tirar comida.
Podríamos comprar vales de comida del supermercado de nuestra área, o de restaurantes, y guardarlos en el auto o en nuestra cartera, para poder dárselos a quienes lo necesiten en el momento en que nos los encontramos.
El Papa Francisco tiene razón. Nuestra propia credibilidad como cristianos está en juego.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 17 de septiembre de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.