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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: December 12, 2015
Este es el primer artículo de una serie de trece.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
El Papa Francisco ha proclamado un Año Santo de la Misericordia que comienza en el Adviento de 2015 y se extiende hasta fines de noviembre de 2016. Esto coincide con el nuevo año litúrgico que se centra en el Evangelio de Lucas en nuestras lecturas dominicales.
Dios siempre es misericordioso, pero éste es un año para contemplar la misericordia de Dios de nuevo. Nos alegramos en el amor fiel de Dios y nos abrimos con más prontitud a convertirnos en agentes activos de la misericordia de Dios en el mundo, en nuestras comunidades y en nuestros hogares.
En el Monte Sinaí, Dios se revela a Moisés como “el SEÑOR, EL SEÑOR, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y lleno de amor y fidelidad” (Éxodo 34,6). In Lucas, el ministerio de Jesús empieza igual, con una declaración de la Misericordia de Dios.
El primer relato detallado de Lucas sobre ministerio de Jesús presenta a Jesús leyendo del profeta Isaías en la sinagoga de su hogar de infancia en Nazaret. Un poco antes de esto, Jesús fue bautizado por Juan en el Rio Jordán, declarado por Dios como “hijo amado” y luego conducido al desierto por cuarenta días de ayuno antes de resistir con éxito las tentaciones del demonio (Lucas 3,21-22; 4,1-12).
Nada más salir de esta victoria, Jesús comienza su misión que culminará en su muerte y resurrección en Jerusalén.
Jesús comienza su misión con un discurso inaugural muy breve pero de gran fuerza. “Desenrolló el libro y encontró el lugar donde se dice: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos y el regreso de la vista a los ciegos, para dejar a los oprimidos en libertad, y proclamar el año de gracia del Señor.' Enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los ojos en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces empezó a decirles: 'Hoy se cumple esta Escritura para los que escuchan'" (Lucas 4,17-21).
El impresionante pasaje de Isaías 61,1-2 era originalmente una promesa hecha al pueblo acosado de Dios en el antiguo Judá. Habían regresado recientemente a su patria después de décadas en Babilonia. De hecho, la mayoría de ellos, probablemente habrían nacido en el exilio y regresaban a una patria de la que sólo habían oído hablar a sus mayores, padres y abuelos.
Habiendo escuchado sobre una tierra que manaba leche y miel (Éxodo 3,8), del glorioso templo de Salomón, de la grandeza del palacio del rey, ¿qué los podría haber preparado para una tierra seca, agostada, las ruinas abrasadas del templo, o los escombros del palacio del rey?
Se suponía que las palabras del profeta les inspiraran esperanza. Dios derramaría su espíritu sobre un elegido y el pueblo recibiría la Misericordia de Dios. ¡Buena noticia para quienes estaban sufriendo de pobreza: el pueblo encadenado sería desatado! ¡Los ciegos recuperarían la vista y dondequiera que existiera la opresión, habría una gloriosa libertad!
Al pueblo se le instaba a tener esperanza y emprender la difícil tarea de reconstruir el templo cuando muchos de ellos estaban buscando desesperadamente comida y alojamiento para ellos mismos. Pero sí que reconstruyeron el templo, pero los que habían conocido la gloria del templo original, sollozaron al ver lo que se habia construido en su lugar (Ageo 2,3; Ezra 3,12-13).
El año de gracia que proclamó Isaías debió parecerles muy lejano. Y sin embargo, el pueblo no dudó las palabras del profeta; las conservaron en su corazón y las meditaron durante generaciones. Si no se habrían de cumplir cuando se escucharon por primera vez, aún seguían siendo la palabra del Señor, proclamada a través de un profeta y el día llegaría cuando se revelaría plenamente la misericordia de Dios.
Al decirles a sus conciudadanos nazarenos que “Hoy se cumple esta escritura en quienes la escuchan”, Jesús estaba anunciando que él era el ungido y enviado para llevar la Buena noticia a los pobres, liberar a los cautivos y dar la vista a los ciegos. ¡El tiempo de la misericordia había llegado!
Como para ellos, el desafío para nosotros es creer al mensajero de tal manera que nosotros también podamos ser agentes de la misericordia de Dios, anunciando la Buena noticia del Reino de Dios, trayendo la misericordia de Dios a los pobres, los ciegos y aquellos que son prisioneros del materialismo del mundo.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 12 de diciembre de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.