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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: October 7, 2016
Este es el 11º artículo de una serie de trece.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
Nada parece haber molestado tanto a los líderes religiosos del tiempo de Jesús como su asociación espontánea y libre con pecadores públicos. Los pecadores de ese tiempo ciertamente incluían a no sólo los que habían quebrantado alguno de los Diez Mandamientos, sino también a quienes su salud, condiciones de vida o estilos de vida, convertían en ritualmente impuros e incapaces de participar en el culto del Templo.
Los recaudadores de impuestos, como Mateo, eran considerados particularmente perniciosos, ya que defraudaban a sus compatriotas israelitas al aumentar los impuestos para beneficiarse ellos mismos, y porque los impuestos contribuían al apoyo de los opresores gentiles de Israel, los romanos.
Los judíos piadosos de aquel tiempo eran escrupulosos para ver con quién se asociaban. Los escritos sapienciales incluían este consejo de Sirac: “Sienta al justo a tu mesa; y deja que tu gloria sea el temor de Dios” (9,16).
Sus tradiciones religiosas también contenían la noción de una “alianza de sal” que ligaba a todos los que comían juntos en un lazo de lealtad mutua. Nada de esto, sin embargo, impedía a Jesús comer con los pecadores, o incluso entrar en casa de Mateo, el recaudador de impuestos, y disfrutar una comida con él.
“Mientras estaba comiendo en casa de Mateo, muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y se sentaron con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos dijeron a los discípulos, '¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y pecadores?'” (Mateo 9,10-11)
Si usted es padre, probablemente conoce o recuerda bien su preocupación por los amigos de sus hijos. Buenos amigos construyen un buen carácter. La Iglesia siempre nos ha enseñado a evitar la ocasión de pecado y algunos amigos sin escrúpulos podrían ser un suelo fértil donde puede crecer la tentación. Así que, ¿por qué buscaba Jesús la compañía de los pecadores?
Jesús oyó la pregunta de los fariseos y les dio una respuesta maravillosa: “Los que están sanos no necesitan medico, pero los enfermos sí. Vayan y aprendan el significado de las palabras: 'Deseo misericordia, no sacrificio'” (Mateo 9,12-13a)
Jesús se estaba refiriendo a la palabra de Dios proclamada por el profeta Oseas (6,6), que empleaba la palabra hebrea para misericordia chesed (o hesed). Chesed es un término muy rico que abarca el amor, la misericordia y la lealtad de alianza.
Al contrastar la misericordia con el sacrificio, Jesús quería decir que la observancia fiel de los rituales asociados con la práctica religiosa tenía poco valor si la fidelidad personal no alcanzaba a los más necesitados del amor de Dios.
En tiempos de Oseas (750-725 a.c.), los líderes políticos y religiosos de Israel sentían la tentación de buscar la protección de muchas Fuentes, aliándose con los poderes extranjeros y adorando a dioses extranjeros, mientras seguían adorando a Yavé a través de sacrificios tradicionales en el templo. El uso de Oseas de la palabra chesed ponía el énfasis en la lealtad a la alianza con Dios.
En tiempo de Jesús, la idea que tenían los fariseos de la lealtad a la alianza (chesed) estaba realmente en contradicción con la intención de Jesús de salir al encuentro de los pecadores. Los fariseos veían a los marginados de la sociedad como pecadores cuyo estilo de vida estaría en la raíz de que Dios permitiera que Israel fuera dominada por los romanos.
Para ellos, únicamente un Israel “puro” podría ver el reino de Dios. Sin embargo, Jesús vino a anunciar la llegada del reino de Dios (normalmente nombrado como reino del cielo en el evangelio de Mateo), a través de obras de misericordia que sanaban, perdonaban, y daban la bienvenida a todos a la mesa.
“No vine a llamar a justos, sino a los pecadores”. (Mateo 9,13b) Al fin y al cabo, todo se reduce a una diferencia en la comprensión de lo que constituye la rectitud.
Hoy, como en tiempos de Jesús, la rectitud corre el riesgo de ser igualada al deseo de santidad. En su raíz en la Escritura, la santidad significa estar consagrado a Dios. Los sacrificios son ofrendas separadas de nuestros propios bienes para destinarse completamente a un fin religioso.
La santidad es una cosa buena, pero algunas búsquedas de la santidad se pueden convertir en actos egoístas que nos separan de nuestros prójimos, incluso creando marginación.
Jesús no vino a rescatar a los rectos de la presencia contaminante de pecadores. Jesús vino a liberar a los pecadores de su alejamiento del amor y la misericordia de Dios. Él sabía que para poder ejercitar una lealtad a la alianza, primero tenían que experimentar el amor y la misericordia de Dios.
El culto correcto no hace mucho para aumentar la presencia de Dios en el mundo si los pobres, los marginados y los pecadores nunca llegan a experimentar el amor y la misericordia de Dios, que es nuestra responsabilidad ofrecer como seguidores de Cristo. Estamos llamados a sanar, no a juzgar.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 8 de octubre de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.