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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: April 23, 2016
Este es el 5º artículo de una serie de trece.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
“Porque en verdad, ante ti el universo entero es como un grano en la balanza, una gota de rocío de la mañana que baja a la tierra. Pero tú tienes misericordia de todos, porque todo lo puedes; y no te fijas en los pecados por el arrepentimiento. Porque amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho; porque no habrías creado lo que odias. ¿Cómo podría algo subsistir si no lo hubieras querido, o no hubiera sido llamado por ti? Pero tú cuidas de todas las cosas, porque son tuyas, Señor Amante de las almas, porque tu espíritu imperecedera está en todo!” (Sabiduría 11,22—12,1)
Nadie puede ni imaginarse el universo en toda su inmensidad o complejidad, pero los científicos tratan de trabajar en equipo para unir información y proporcionar marcos teóricos con los que poder trabajar. Algunos de los más valientes hablan con confianza de poder al fin alcanzar una única gran teoría sobre cómo las cosas funcionan en el universo.
Otros piensan que la complejidad del universo siempre añadirá una nueva capa de misterio. Por supuesto, queda el misterio último sobre el universo que solamente la fe puede responder con seguridad: por qué hay algo en lugar e no haber nada.
Todos los misterios siguientes de la fe cristiana se apoyan en nuestra creencia de que hay algo en lugar de nada por el Creador de todas las cosas.
El Vaticano cuenta con un astrónomo oficial, el Hermano Guy Consolmagno, SJ. Si algún católico puede competentemente discutir la amplitud del universo, su historia de 14 billones de años que empieza con el “big bang” y los procesos cósmicos siguientes que tenían que ocurrir para la formación de la tierra y de nuestro sistema solar, éste hermano es esa persona.
Y él nos asegura que la ciencia y la fe deberían poder dialogar entre sí con respeto sobre lo que es importante para ambas. Después de todo, he aquí un hombre con profundo compromiso hacia ambos campos de conocimiento.
Reconozco que todo esto me confunde. En las raras ocasiones en que he tenido el privilegio de descansar a la sombra de una sombrilla de playa en una costa dorada del Pacífico, mi mente se queda maravillada, y acaba por caer en un estado de profunda admiración por el hecho de que hay más estrellas en el universo que granos de arena en todas las playas de nuestro minúsculo, insignificante planeta.
Por ser creyente, sin embargo, la admiración es un instrumento que alimenta mi fe. Es aquí cuando el pasaje del libro de la Sabiduría me viene a la mente con la declaración de que “ante ti, el universo entero es como un grano en la balanza, o una gota de rocío mañanero sobre la tierra.”
La vastedad del universo únicamente apunta a la grandeza del Creador. El mismo pasaje pasa a asegurarnos que todo en el universo, no importa cuán grande o pequeño sea, comparte el amor misericordioso de Dios.
Esto es algo que solo la fe nos puede decir, y qué gozo debe representar para el Hermano Guy Consolmagno poder contemplar el universo con la agudeza penetrante de un científico, al tiempo que abraza por la fe, el amor de Dios por nosotros y por todo lo que existe.
La maravilla de la fe extiende mucho más allá nuestra alegría de creer en Dios Creador. La profundidad de nuestra alegría reside en volvernos a Dios como nuestro redentor. Mientras que Dios ama todas las cosas y no aborrece nada de lo que ha hecho, no todo es bueno en nuestro mundo. Sabemos que existe el mal. Existe el odio.
Contemplamos ola tras ola de terror que brota de la actividad humana. Cuando reconocemos la turbulencia que causa nuestra presencia en el mundo, debemos reflexionar sobre el hecho del que el amor de Dios hacia nosotros es absolutamente un acto de la misericordia de Dios.
Quizás la mayor maravilla de todo es la paciencia de Dios para con la humanidad. “¿Cómo podría algo subsistir a menos que tú lo quisieses?” (Sabiduría 11,25). Nuestros pecados son pasados por alto, no porque no se miren, sino porque la misericordia de Dios espera nuestro arrepentimiento.
Más allá de nuestro arrepentimiento, Cristo nos llama a ser signos vivos de la misericordia de Dios. Durante este Año de la Misericordia recordemos la oración de san Francisco: “Hazme, Señor, un instrumento de tu paz; que donde haya odio, siempre yo amor.”
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 23 de abril de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.