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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: February 13, 2016
Este es el 3º artículo de una serie de trece.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
Hay un cántico, el Exsultet, que se canta al principio de la Misa de la Vigilia Pascual. Contiene versos que parecen alegrarse en el pecado y, en concreto, en el pecado original.
A varios niveles, se da aquí una cierta ironía, no siendo la más pequeña el que ocurra precisamente dentro de la celebración de esta Misa en la que los adultos y jóvenes que se han preparado intensamente para el Bautismo profesarán su fe en Cristo y recibirán el sacramento que borra el pecado original y trae el perdón de Dios de cualquier pecado que hayan cometido en sus vidas.
Los versos, originalmente en latín, se traducen típicamente como “¡Oh falta necesaria de Adán!” y “¡Oh, feliz culpa!” Lo que ocurre en el Bautismo es nuestra recepción personal de la misericordia de Dios, derramada sobre nosotros a través de la muerte y resurrección de Cristo.
Muchos buenos teólogos consideran que incluso si el pecado nunca hubiera entrado en el mundo, Cristo hubiera aún venido por nosotros para que pudiéramos compartir la gloria de la encarnación.
Sin embargo, nadie sugiere que si sin que hubiéramos sido separados de Dios por el pecado, Jesús hubiera pagado tan alto precio para conducirnos de nuevo a la vida divina de Dios. Pero el argumento es innecesario, a causa del hecho universal del pecado.
Jesús vino al mundo, el mundo, atrapado en la ceguera del pecado no lo reconoció, no pudo reconocerlo como el Hijo de Dios y lo envió a la muerte. El texto completo del Exsultet revela la respuesta final de Dios a nuestro pecado:
¡Oh verdadero pecado de Adán
destruido totalmente por la muerte de Cristo!
¡Oh feliz culpa
Que nos alcanzó tan gran y glorioso redentor!
Si nunca hubiéramos conocido nuestra separación de Dios por el pecado original, si nunca hubiéramos reconocido nuestro propio pecado, no conoceríamos nunca la alegría de aceptar la misericordia de Dios, esta misericordia derramada sobre nosotros sacramentalmente en las aguas del Bautismo por la voluntad de Cristo de atravesar la violenta muerte en la cruz, una muerte que floreció en la resurrección, trayéndonos el don de la vida eterna.
Incluso después de recibir el mayor de los dones hay una tristeza por venir, sin embargo, porque, a pesar de él, regresamos, en mayor o menor grado, al pecado. La respuesta de Dios a nuestros pecados que siguen a la misericordia que se nos da en el Bautismo, también es causa de alegría para nosotros ya que, de nuevo, e incluso una y otra vez, Dios va a responder con misericordia.
Porque Cristo no solo murió por nosotros, sino que resucitó y ascendió al Padre y continúa intercediendo por nosotros, trayendo la misericordia y el perdón una otra vez a quienes los buscan.
Hay dos lugares concretos en el Nuevo Testamento donde se dice esto claramente. En Juan 2,1-2, se le da a la iglesia primitiva una seguridad especial en cuanto a los pecados: “Hijitos, les escribo para que no caigan en pecado. Pero si alguien peca, tenemos un Abogado con el Padre, Jesucristo, el Justo. Él es la expiación de nuestros pecados, y no solo los nuestros, sino los de todo el mundo.”
La intercesión de Cristo por nosotros en el cielo se describe en Hebreos 4,14-16 como la ofrenda perfecta del único sumo sacerdote a nuestro favor:
“Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que traspasó el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos pues, confiadamente al trono de la gracia, al fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.”
Como católicos sabemos que la continua misericordia de Dios está disponible sacramentalmente en el confesonario. En este contexto de Hebreos, sin embargo, este pasaje nos asegura que Cristo extiende su misericordia para fortalecernos para enfrentar cualquier desafío a nuestro deseo de vivir fielmente. La misericordia de Dios es mucho más que el perdón de nuestros pecados.
Como Jesús ha experimentado nuestra debilidad en las luchas de la vida, podemos acudir a Cristo buscando ayuda en cualquier debilidad, necesidad, o dolor. La misericordia no es solo por nuestros pecados. Es para cualquier lucha que tengamos al enfrentarnos a los desafíos de la vida.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 13 de febrero de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.