Sitio oficial de la Red de la
Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: August 20, 2016
Este es el 9º artículo de una serie de trece.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
La mayoría de nosotros hemos experimentado algún tipo de rechazo. Incluso el estudiante de secundaria más avanzado puede sufrir un rechazo después de solicitar admisión de universidades prestigiosas con cuotas restringidas para nuevos estudiantes.
Quienes buscan casa, podrían ver su solicitud de hipoteca rechazada. Los que buscan trabajo podrían sufrir numerosos rechazos antes de conseguir una posición con la que estén satisfechos. Una ruptura de un matrimonio o relación romántica a menudo se vive como rechazo.
Estos son ejemplos de rechazo a nivel personal e individual. Sin embargo, el profeta Oseas anunció la llegada de uno de los rechazos más dolorosos de todos: el rechazo de Dios a su propio pueblo, Israel.
Fue éste un rechazo que llegó después de que Israel hubiera rechazado a Dios por su culto a los ídolos y por su tratamiento de los pobres de entre su propio pueblo y de los extranjeros que vivían entre ellos.
Se le encargó a Oseas que anunciara el rechazo de Dios emprendiendo una demostración profética dolorosa. Se le indicó a Oseas que se casara con una prostituta que le sería infiel, y cuando ésta le dio una hija, debería llamarla por un nombre poco envidiable:
“El Señor le dijo: llámala ´No-compadecida´porque ya no volveré a compadecerme de la casa de Israel, sino que les retiraré mi compasión.” Más tarde, cuando la esposa de Oseas le dio un hijo, se le dio otro nombre terrible: “Llámalo, ´No es mi pueblo´porque ustedes no son mi pueblo, ni yo seré para ustedes ´El que es´” (Oseas 1,6-9).
Ninguna proclamación profética podría haber traído peores noticias. Desde el tiempo de Moisés, Israel se había entendido a sí mismo como pueblo precisamente porque pertenecía a Dios. Eran el pueblo escogido de Dios. “Siempre presente entre ustedes, yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Levítico 26,12).
Este rechazo sería, sin embargo, solo temporal. Era un rechazo que tenía como objetivo comunicar la seriedad de lo que significa estar separado de la misericordia vivificante de Dios. Oseas más tarde daría un mensaje de esperanza: “Los esposaré conmigo para siempre. Los esposaré conmigo con justicia y juicio, con lealtad y compasión”.
El rechazo se convertiría en aceptación absoluta. “Tendré compasión de la No-compadecida. Le diré a No eres mi Pueblo, ´Eres mi pueblo´” (Oseas 1,22, 25). Su experiencia temporal de rechazo se transformaría en una experiencia constante de la compasión de Dios, de la misericordia de Dios.
En el Nuevo Testamento, la primera carta de Pedro ve el cumplimiento de la profecía más esperanzadora de Oseas extendiéndose más allá de Israel. Israel se había convertido en pueblo de Dios a través de los acontecimientos de su éxodo de Egipto. Pedro no se dirigía a los israelitas cuando empleaba las palabras de Oseas: “Ustedes antes no eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios” (1 Pe 2,10a).
Pedro se dirigía a los gentiles de muchas razas y nacionalidades, una asamblea multi-étnica que nunca se había considerado un pueblo unido. Sin embargo, a causa de su fe común en lo que el Dios de Israel había hecho por ellos a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, ahora eran pueblo. “Entonces,” les dice Pedro, “ustedes no habían recibido la misericordia, pero ahora han recibido misericordia” (1 Pedro 2,10b).
Éste es también el mensaje de Pablo a los gentiles, como se encuentra en su carta a Tito. “Nosotros,” dice, éramos un pueblo “que vivía en la maldad y la envidia, odiándonos a nosotros mismos y odiando a los demás.” No es ésta la fórmula para unir pacíficamente a un pueblo, sin duda. Pero la fe en Cristo puede cambiar todo eso.
“Cuando la bondad y el amor generoso de Dios nuestro salvador apareció, no por nuestras buenas obras, sino a causa de su misericordia, nos salvó por el baño de un nuevo nacimiento y la renovación en el Espíritu Santo, que derramó abundantemente sobre nosotros por Jesucristo, nuestro salvador” (Tito 3,3-6).
La misericordia no sólo nos salva a ti y a mí, sino que os une, haciéndonos pueblo. La cultura occidental se ha centrado en la persona, el individuo, como lo más importante. Como cristianos, no es raro que pensemos que la Buena Noticia de la salvación es un don que ofrece a las personas individuales una plena aceptación en Cristo.
Pero la misericordia de Dios para con nosotros es incluso más grande que eso. La misericordia de Dios nos trae a una vida nueva en una comunidad donde nos descubrimos como pueblo abrazado por Dios, compartiendo unos con otros todas las promesas de Dios. Nos hemos convertido en el pueblo de Dios.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 20 de agosto de 2016. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.