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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: April 23, 2011
Este es el 13º artículo de una serie de trece
Por Clifford M. Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
Recuerdo que cuando era niño (¿pueden dar un salto a hace ya medio siglo?) leí una descripción futurista del teléfono. Sería mitad televisión (por supuesto en blanco y negro) y mitad teléfono. Me fascinaba la posibilidad. Mi madre dijo que ella no sería capaz de hacer una llamada de teléfono sin haber pasado antes por la peluquería. En esta última Navidad, mis parientes descubrieron Skype.
A muchos esto les indica que somos gente de reacción tardía. A otros, les puedo explicar que Skype es un modo de hacer llamadas telefónicas con video desde una computadora en el internet. Con una cámara incluida en la computadora, puedes charlar cara a cara a todo color con cualquier persona en el mundo que tenga un equipo similar. Hasta la fecha, este servicio es gratuito. Lo que en mi juventud era ciencia ficción, es ahora una realidad común.
Quiero señalar dos cosas aquí, ambas relacionadas con nuestra lectura de los Evangelios. En primer lugar, los medios de comunicación han cambiado drásticamente en dos mil años. Segundo, cuanto más cambian las cosas, más se parecen.
Tanto si estamos leyendo en oración uno de los Evangelios individualmente, o escuchando atentamente una proclamación litúrgica del Evangelio, una recepción bien informada y fiel de la Buena Nueva depende en parte de nuestra capacidad de negociar la vasta diferencia en tiempo y cultura entre nosotros y los autores humanos del texto sagrado.
Sin embargo, los evangelios no tienen tiempo y cada uno comunica la eterna Buena Nueva de Cristo a su propia manera en cada generación. De lo que muchos lectores del Nuevo Testamento a menudo no se dan cuenta, por el propio hecho de ser lectores modernos, es que los Evangelios son una forma particular de literatura. Para leerlos en el modo en que estaban escritos tenemos que deshacernos de algunas suposiciones que hacemos normalmente cuando tomamos un texto moderno y comenzamos a leer.
Hoy día, cuando un lector moderno toma uno de los Evangelios, puede fácilmente suponer que es simplemente una biografía de Jesucristo. Muchos de nosotros conocemos bien las biografías. Un rasgo común de muchas de ellas es que cuentan la historia de la vida de una persona normalmente en secuencia y es de esperar que basándose en un estudio riguroso para asegurar la exactitud histórica. Ciertamente, los Evangelios nos dicen mucho sobre la vida de Jesús, pero un estudio cuidadoso de ellos también deja mucho fuera.
Si sólo tuviéramos a Marcos y Juan, no sabríamos nada sobre el nacimiento de Jesús. Si sólo tuviéramos a Mateo, Marcos y Lucas, podríamos pensar que Jesús tuvo un ministerio activo que sólo duró solamente un año. Si los Evangelios fueran biografías en el sentido moderno podríamos preguntarnos sobre las fantásticas diferencias entre Juan y los demás Evangelios. Pero cada uno de los Evangelios tiene un objetivo especial, que no encontramos en los escritos modernos.
Esto nos lleva a un modo muy importante en que los Evangelios se parecen más a una llamada telefónica con video que a leer una biografía contemporánea sacada de una biblioteca. Cuando podemos ver el rostro de una persona amada y tener una conversación con ella, nuestro primer objetivo es estar con esa persona. El centro de la conversación es que llegamos a sumergirnos, hasta el punto en que es posible en la era digital, en la presencia de la persona a la que amamos.
La información importante se comparte, porque si no fuera así, no habría razón para no silenciar el altavoz y el micrófono. Con los Evangelios la información que se nos da es vital para nuestra vida como cristianos, pero no se nos da por el simple hecho de darnos información sobre una persona histórica de gran impacto. La información es vital porque, cuando respondemos en fe, somos conducidos a la presencia personal de Cristo.
Como dice Juan, “Jesús obró muchos otros signos y milagros en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Pero estos se han escrito para que ustedes lleguen a creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que por esta fe, puedan tener vida en su nombre” (20, 30-31)
El Evangelio de Juan es una invitación a compartir en la misma vida que Jesús reveló a sus discípulos. La invitación de Juan a la vida en Cristo, con todo, no es singular. La encontramos en todos los evangelios. Cada uno ofrece la invitación de una manera propia y especial pero, con todas sus diferencias, las invitaciones son al mismo Cristo, al mismo Jesús que llama a todos: “Ven, sígueme” (Mateo 19, 21; Marcos 10, 21; Lucas 18, 22).
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 23 de abril de 2011. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.