La salvación trae la integridad, la liberación y la victoria final

Publicado: September 18, 2010

Este es el 6º artículo de una serie de trece

Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock

Cuando Jesús era todavía un bebé, María y José lo llevaron a Jerusalén para consagrarlo al Señor. Se nos dice que el Espíritu de Dios le había revelado a un hombre justo y devoto llamado Simeón que no moriría hasta que hubiera visto al Mesías. A la llegada de Simeón exclamó una mezcla de palabras de Isaías: “Maestro, ahora puedes dejar a tu siervo ir en paz…porque mis ojos han visto la salvación” (Lucas 2,29-30).

Escuchar la Buena NuevaDicho sencillamente, en Jesús el Mesías ha llegado la salvación. ¿Qué lecciones podemos aprender de los evangelios sobre la salvación y lo que significa ser salvados?

Lo que es más importante es que la salvación no es algo que logren los humanos, sino una realidad que Dios inicia y ofrece. Esta creencia en toda la Biblia se capta en el propio nombre de Jesús que significa “Yavé (o Dios) salva” (ver Mateo 1,21). Para los israelitas, esta salvación se traducía en victoria—victoria en la batalla, victoria sobre los opresores, e incluso victoria sobre los caminos caóticos de la naturaleza. Pero los escritores de los evangelios están pensando en una victoria distinta cuando hablan de la salvación.

El ofrecimiento de la salvación a veces se refleja como buscar lo que está perdido. En tres parábolas que se encuentran en Lucas 15, oímos de un pastor que busca a una oveja perdida, una mujer que busca por toda su casa una moneda perdida, y un hombre con el corazón roto que recibe de regreso a un hijo que pensaba que estaba perdido. Un poco más tarde, está la pintoresca historia de Zaqueo el recaudador de impuestos, un pecador conocido a quien Jesús visita en su casa. “Hoy la salvación ha venido a esta casa…porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lucas 19,10). La victoria, o salvación se manifiesta en recuperar a los perdidos y en abrazar a los alienados.

Otra comprensión de la salvación es la libertad del pecado, una liberación que sólo puede venir de Dios. El ministerio de Jesús se centraba en la integridad, a menudo ofrecida en forma de perdón. Él perdonó a la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8,1-11), el paralítico cuyos amigos le trajeron a Jesús (Marcos 2,1-5), y la mujer que le ungió aunque era una pecadora pública (Lucas 7,36-50). Jesús perdonó al hombre arrepentido crucificado a su lado (Lucas 23,39-43) e incluso perdonó a sus propios verdugos (Lucas 23, 33-34).

En los evangelios, los seguidores de Jesús son llamados a abrazar su misión siguiendo su camino. Esto incluía de manera especial, el ministerio del perdón como signo de la salvación que estaban llamados a predicar. Tanto el Sermón de la Montaña en Mateo 5-7 y el Sermón en la Llanura en Lucas 6 enfatizan las implicaciones prácticas de seguir el camino de Jesús de perdón: amar a los enemigos, reprimiendo los juicios, descartando la ira, y negándose a la venganza. Al final, los seguidores de Jesús son comisionados para ofrecer este perdón divino a todas las naciones (Lucas 24,47; Juan 20,22-23). La salvación se manifiesta en la misericordia y el perdón.

Desde los evangelios descubrimos que, mientras que la salvación es el resultado de una iniciativa divina, requiere nuestra cooperación y nuestra perseverancia. Al enviar a los Doce, Jesús ofreció una palabra de advertencia y de ánimo: “Serán perseguidos por mi nombre, pero quien es fiel hasta el final se salvará” (Mateo 10,22; Marcos 13,13). Se considera la salvación aquí no tanto como entrada final en el cielo, sino como liberación de cualquier persecución que pueda venir de fuera o incluso de la propia familia.

Algunos cristianos de nuestro tiempo se preocupan sobre cómo garantizar su propia salvación personal, normalmente queriendo decir cómo garantizar la vida eterna. Todos los evangelios sinópticos indican que esta es una preocupación muy antigua y que Jesús trataba en su día también: “Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la salvará” (Mateo 16,25; Marcos 8,35; Lucas 9,24).

La salvación que se vislumbra aquí es de hecho la vida eterna, pero es una eternidad que se prefigura en el modo en que uno vive el presente. Así como Jesús vivía plenamente la voluntad de Dios, incluso a través de sufrir y perder su vida por el bien de los demás, así están llamados a vivir sus discípulos. Esta es la clave para compartir la resurrección y por tanto para compartir la vida eterna—vivir para el evangelio viviendo para los demás. De esta manera abrazamos el don de la victoria final, la plenitud de la salvación, que es la vida eterna.

Preguntas para la reflexión y discusión
  • Si te preguntan si has sido salvado, ¿qué contestas normalmente? ¿Eres consciente de que la salvación es un regalo y un proceso?
  • ¿Cómo sirve el nombre de Jesús como recordatorio del deseo de Dios para tu vida y la vida de todo el pueblo?
  • Si la salvación se asocia con el ser completo, ¿cuáles son algunos ejemplos de cómo Dios nos hace completos?
  • ¿De qué maneras te ha ayudado tu crecimiento en discipulado a anticipar la plenitud de salvación que es la vida eterna?

 

Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 18 de septiembre de 2010. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.