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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: December 11, 2010
Este es el 9º artículo de una serie de trece
Por Clifford M. Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
En el evangelio de Marcos, las primeras palabras de Jesús que se registran son “Esta es la hora de la plenitud. El reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el evangelio” (1, 15). La palabra griega para arrepentimiento es “metanoia.” Quiere decir cambiar la mente y el corazón. Se podría utilizar para indicar una decisión de dejar de cometer una sola acción pecaminosa o abandonar una actitud dañina en la vida de una persona.
Pero la llamada de Jesús al arrepentimiento es una llamada a cambiar totalmente la vida. No importa la vida que viviéramos antes de escuchar la buena nueva de la cercanía del reino de Dios, una vez que somos conscientes de ello, debemos abandonar nuestros anteriores objetivos, ambiciones, deseos y metas para ser parte del reino de Dios.
Situada al principio del evangelio de Marcos, la llamada al arrepentimiento se debe entender como implícitamente presente en todas las acciones y palabras de Jesús. Cuando Jesús proclama una parábola sobre el reino de Dios, quienes la escuchan (o leen) tienen que comprender que este total arrepentimiento es la clave que permite la entrada en el reino de Dios, en el mundo en el que prevalece siempre la voluntad de Dios para nosotros.
La gran ironía de los evangelios es que los pecadores se inclinan mucho más a escuchar la buena nueva del reino y a arrepentirse, que aquellos que habían dedicado sus vidas a observar las reglas de la ley de Moisés. Quienes se perciben a sí mismos como persiguiendo la justicia activamente (en concreto los fariseos) no pueden entender que la naturaleza radical del reino de Dios exige que incluso ellos se conviertan.
En Lucas 5,32, donde Jesús dice, “No ha venido a llamar a los justos al arrepentimiento, sino a los pecadores”, no está diciendo que los justos no tengan necesidad de arrepentirse. Es una gran pérdida para quienes se consideran justos, el que no puedan oír la llamada al arrepentimiento. El don del reino de Dios, que lleva consigo el perdón de los pecados, sólo se concede a quienes saben que no lo merecen. Esto se hace evidente en la parábola sobre las oraciones del fariseo y las del recaudador de impuestos (Lucas 18, 9-14).
Pero no son sólo los “justos” quienes ignoran la llamada al arrepentimiento. Así como los pecadores es más probable que vean la necesidad del arrepentimiento, así también los pobres es más probable que entreguen sus vidas al reino que los ricos. “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” (Marcos 10, 25).
Sólo el arrepentimiento descarga a uno de las preocupaciones y cuidados que ocupan al alma. Las “cosas” de este mundo demasiado a menudo impiden la entrada de Dios que da vida a nuestras vidas. Cuantas más cosas materiales tengamos, más difícil nos será centrarnos en valores espirituales.
Esta llamada a un arrepentimiento radical, que cambia la vida, parecería que exige más de lo que se pueda esperar de cualquier persona, rica o pobre, devota o irreverente. Los evangelios de hecho nos dicen que era demasiado para mucha gente. El ejemplo de un joven rico devoto podría representar muchos otros. Habiendo observado los mandamientos toda su vida, llega a Jesús buscando el camino hacia la vida eterna. Jesús le dice que debe vender todo lo que tiene, dárselo a los pobres, y venir a seguir a Jesús. Se aparta de la compañía de Jesús entristecido. Su riqueza es algo que no puede dejar (Mateo 19, 16-22).
A pesar de esta exigencia de o todo o nada que pone Jesús sobre sus seguidores, es muy popular con las multitudes. Cuando los líderes religiosos conspiran contra él, al principio tienen miedo de las multitudes a su alrededor (Marcos 14, 2) ¿Cómo puede alguien que exigía tanto a sus seguidores, haber sido tan atractivo para tantos?
La llamada de Jesús al arrepentimiento era una llamada a responder al amor de Dios que es incluso más radical y más transformador de la vida. Jesús mismo era la expresión de ese amor y prácticamente todo lo que hizo y dijo en su ministerio era una señal para todos de que Dios estaba llegando a su pueblo con perdón, sanación y una acogida festiva (Lucas 7, 18-35).
Parece que en el tiempo de Jesús, y quizá en el nuestro también, eran los pobres quienes más profundamente sentían su necesidad de Dios. Era el pecador quien sentía más amargamente su alejamiento de Dios causado por el pecado. Y eran los pobres y los pecadores quienes encontraban en Jesús una bienvenida de Dios que los impulsaba a una entrega y arrepentimiento completos.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 11 de diciembre de 2010. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.