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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: March 5, 2011
Este es el 12º artículo de una serie de trece
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
“Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos según las Escrituras …” Nuestras voces se unen para recitar estas palabras del Credo de Nicea todos los domingos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Éste es el núcleo de nuestra fe y la verdad central de la Buena Nueva.
Pablo, uno de los principales evangelistas de la Iglesia en la primera generación, conocía muy bien esta verdad. Cuando escribía a la iglesia de Corinto, les recordaba, “Les trasmití esto tan importante que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Corintios 15, 4-5).
Todo lo que leemos en los Evangelios, y en todo el Nuevo Testamento, fue anotado después de estos momentos decisivos de la vida de Jesús. Tomados en su totalidad, la pasión, muerte y resurrección son el momento de descubrimiento de los seguidores de Jesús. Entre los fieles, todo lo que se transmitía sobre Jesús contiene en sí la verdad de que murió y resucitó por nosotros.
Cada uno de los cuatro evangelistas relata la historia de la pasión y resurrección de Jesús de modos ligeramente diferentes y sin embargo, lo que es común en los cuatro son los elementos de alta tensión e intimidad. Se comparten las comidas, hay oración en un lugar retirado del huerto de los olivos, escenas de traición, la burla de un juicio, el esfuerzo de llevar la cruz, la atmósfera de carnaval de apostar por las vestiduras de Jesús, el burlarse de un hombre a punto de morir, seguidos por el silencio profundo de su respiración moribunda y luego, más allá de toda lógica, una tumba vacía. Luego, de nuevo hay encuentros en un jardín durante una comida.
Morir y resucitar es también el movimiento de nuestra vida en Cristo. Jesús demostró esto en numerosas parábolas, dos de las cuales ilustran el punto: el hijo pródigo que tiene que morir a sus malos hábitos y su orgullo antes de experimentar una nueva vida, mientras que su hermano debe morir a su propio interés antes de que pueda entrar la alegría (Lucas 15, 11-32) y la semilla que cae en buena tierra debe morir antes de dar fruto (Marcos 4, 1-9).
En sus encuentros, Jesús también invita a un tipo de muerte que puede llevar a vida nueva. La mujer samaritana en el pozo experimenta nueva vida sólo después de morir a su vida antigua y a sus falsas expectativas (Juan 4, 4-42). Zaqueo experimenta una nueva vida de salvación cuando se arrepiente de su extorsión y muere a un modo de vida que estaba marcado por la codicia.
Se pueden encontrar evidencias de la pasión y resurrección de Jesús incluso en el modo en que se construyen las narrativas del nacimiento. El ángel del Señor dice a José que el niño será llamado Jesús, un nombre que significa “Dios salva” porque salvará al pueblo de sus pecados (Mateo 1, 21). Cuando los magos le buscan, el Rey Herodes, en celosa protección de su trono, lanza una orden de busca, captura y muerte (Mateo 2, 16). Irónicamente, la muerte de Jesús vendrá solamente después de que sea coronado de espinas y acusado de ser un rey rival (Mateo 27, 29.37; Marcos 15, 17-18; Juan 19, 1-3).
En la narrativa de la infancia de Lucas, se dice que María meditaba varias cosas en su corazón, cosas que sin duda sitúan la pasión y resurrección en estas escenas. Medita el mensaje de los pastores de que su hijo es Mesías y Señor y de que su nacimiento es causa de alegría (Lucas 2, 10-11). Medita las palabras de Simeón de que Jesús “está destinado para caída y surgimiento de muchos en Israel” y que experimentará que una espada atravesará su corazón (Lucas 2, 34-35).
En el cántico o Magnificat de María (Lucas 1, 46-55), las palabras de la oración pueden verse como descripción de la vida del mundo que ha de venir, la vida que trae la resurrección de Jesús pero aún no cumplida; los humildes son levantados y los hambrientos satisfechos, mientras que los arrogantes son dispersados y los ricos despedidos vacíos.
Estos relatos no son simplemente registros de acontecimientos, sino que contienen en sí mismos la promesa de que en nuestras propias muertes diarias, tenemos que permanecer abiertos a una nueva vida. En nuestra muerte final, por tanto, la promesa de la resurrección no es un simple optimismo, sino causa de una esperanza profunda y duradera.
Pablo abrazaba el mensaje del evangelio y toda generación está llamada a hacer lo mismo: “Somos ciudadanos del cielo y también de ahí esperamos un salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo para conformarlo a su propio cuerpo glorioso …” (Filipenses 3, 20-21).
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 5 de marzo de 2011. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.