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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: October 25, 2014
Este es el 10º artículo de una serie de doce
Por Clifford M. Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
La tierra es un lugar sagrado, convertido en tal porque el Creador encontró que la creación no sólo era buena, sino “muy buena” (Génesis 1,31). Nuestro mundo, sin embargo, está complicado por el mal que han introducido los humanos. Nuestra frecuente incapacidad de ver al Creador brillar en el don de la creación embarra nuestra percepción (pero incluso el barro es santo, porque Dios nos hizo de la arcilla de la tierra). Así, llamamos al mundo de nuestra existencia cotidiana “mundano,” es decir, del mundo, como si ser del mundo significara ser aburrido o poco excepcional.
Esto nos lleva a buscar un sentido de lo sagrado en el mundo que se nos hace elusivo. En el Antiguo Testamento, la gente de toda nación tendía a construir santuarios en la cima de cualquier colina o montaña. En estas “alturas” los israelitas daban culto no sólo al Dios del Éxodo (Yavé), sino también a Baal y a Astarte, los dioses de la tormenta y la fertilidad de los cananeos (ver 2 Reyes 17,29).
En la Escritura, es Dios quien hace la verdadera búsqueda, buscando a gente que pueda moldear en un hogar sagrado para su presencia divina. El Génesis nos dice que Dios empezó a buscarnos desde el comienzo, después de nuestro pecado original, cuando nos escondíamos del Señor en el jardín del Edén (Génesis 3,8-9).
Hay un número de lugares que Israel guardó en la memoria y o tradición, como las localidades asociadas a algunos de los encuentros especiales de Dios con ellos. Tales incluyen la Cueva de Macpela, el pozo de Jacob, Gilgal, la Tumba de David y el Monte del Templo en Jerusalén. A causa de su asociación con personas y eventos vitales en la historia de la salvación, se convirtieron en santuarios donde los peregrinos religiosos podían acercarse a Dios recordando más vivamente las hazañas de Dios.
El Monte Sinaí, donde Dios reveló los Diez Mandamientos a Moisés, no se convirtió en santuario religioso hasta que los cristianos lo identificaron con una montaña concreta al sur de la Península de Sinaí.
Cuando Abraham compró la Cueva de Macpela como tumba para su esposa Sara (Génesis 23,1-20), también estaba estableciendo sus primeros derechos de propiedad en la tierra de Caná, la tierra que Dios le había prometido entregarle totalmente para su descendencia (Génesis 17,8). Abraham también fue enterrado ahí y ha seguido siendo un santuario hasta nuestros días. Está situado bajo una mezquita activa y, aunque es sagrada para los judíos también, hoy día solamente se permite la entrada a musulmanes y cristianos.
Las tribus de Israel entraron por primera vez en la Tierra Prometida cruzando el Río Jordán. Dirigidos por Josué, colocaron doce piedras grandes, una por cada tribu, en Gilgal, su primer campamento en la tierra. Las piedras estaban ahí para recordar a las futuras generaciones cómo Dios los había conducido a este lugar. Su ubicación real ahora es un asunto discutido, tema de especulación.
El pozo de Jacob, cerca del antiguo lugar de Sequem, no se menciona en el Antiguo Testamento, pero Génesis 33,18-20 habla de cómo Jacob acampó en Sequem. El pozo se conoce como tal en el tiempo del Nuevo Testamento, y es el lugar del encuentro de Jesús con una mujer samaritana. (Juan 4,1-42).
La Tumba del Rey David, situada en Jerusalén, nunca fue identificada como tal hasta doce siglos después del nacimiento de Cristo y muchos arqueólogos dudan de su autenticidad. Sin embargo, su popularidad como santuario permanece inamovible, en gran parte porque el piso superior es el Cenáculo, que se cree fue donde Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos (Lucas 22,7-22).
Para los judíos hoy día no hay lugar más santo que el Muro de las Lamentaciones, el muro occidental al pie de lo que fue el Monte del Templo. El monte propiamente dicho incluye dos santuarios islámicos importantes: la Bóveda de la Roca y la Mezquita al-Aqsa.
Los evangelios contienen relatos detallados del ministerio de Jesús, su muerte y resurrección. Los peregrinos cristianos a Tierra Santa, descubrirán que todos los lugares se pueden asociar con Jesús y su ministerio, tanto si se han convertido en santuarios oficiales o no, y esto despertará en sus almas el sentido de la presencia del Salvador.
Las cartas de Pablo y el Libro de Hechos han hecho que muchos lugares en el Medio Oriente, en Turquía, Grecia e Italia, sean lugares para encontrar de nuevo el Evangelio que Pablo llevó por primera vez “a los confines de la tierra” (Hechos 13,47).
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 25 de octubre de 2014. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.