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Catholic Diocese of Little Rock
Published: January 25, 2014
Este es el primer artículo de una serie de doce
By Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Y Él camina conmigo y conversa conmigo
Y me dice que soy suyo
Y nadie ha conocido la alegría que compartimos
Al detenernos aquí.
Estas palabras del compositor de principios del siglo XX, Austin Miles, aunque algo sentimentales para el gusto moderno, captan algo de la verdad que descubrimos en el cristianismo. Creemos y hemos experimentado la presencia de Dios en medio de nuestro caminar por la vida.
La Biblia está llena de testimonios de cómo Dios entró en la historia para rescatar, caminar, dirigir, corregir y consolar a quienes estuvieran abiertos a la realidad de la presencia de Dios. Que Dios tomó carne y caminó entre nosotros es un ejemplo primordial del significado de la condición humana y del mundo en que vivimos. Es también el signo más profundo de la generosidad de Dios.
Los lugares en que se detuvieron nuestros antepasados, habiendo reconocido la presencia de Dios, a veces se marcaban con piedras y altares, o incluso santuarios más grandes, y normalmente se entremezclaban en el modo en que se narraban y transmitían los encuentros. Dios, al ser Dios, podría haberse manifestado de otras muchas maneras, pero eligió revelarse en lugares y tiempos completos, recordándonos así lo sagrado del mundo creado.
En nuestra actual manera de pensar, a menudo hay un muro divisorio mentalmente erigido entre lo sagrado y lo secular, lo santo y lo profano, como si los dos nunca se pudieran encontrar. Pero en una religión encarnada como la nuestra, se nos desafía a ver el potencial del encuentro sagrado incluso en los lugares más ordinarios.
El poeta jesuita Gerard Manley Hopkins escribió que "el mundo está cargado de la grandeza de Dios" y que "todo está manchado de negocio, embadurnado con trabajo." Es esta belleza divina y desorden sudoroso humano los que se unen en nuestro reconocimiento de la presencia y acción de Dios en el mundo en que vivimos.
En el capítulo 28 de Génesis se cuenta la historia de Jacob que partía con la bendición de su padre y se dirigía a Arán. De camino, durmiendo bajo las estrellas, Jacob soñó con una escala hacia el cielo con ángeles que ascendían y descendían. En su sueño, Dios le prometió darle la tierra en la que reposaba y multiplicar sus descendientes que se convertirían en bendición para la tierra. Es más, Dios prometió que nunca dejaría a Jacob.
Cuando terminó el sueño y Jacob se despertó, llamó al lugar Betel, que significa "casa de Dios" y erigió una columna sagrada ahí. Sus palabras nos dicen algo sobre esta experiencia concreta en ese lugar, pero también nos hablan de la atención exigida tanto a las generaciones anteriores como a nosotros: "¡Verdaderamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía!"
Jacob no salió a encontrarse con Dios ni a desarrollar su sentido de lo sagrado. De hecho, Jacob estaba escapando de la ira de su hermano Esaú. Habiéndole robado a su hermano la herencia que le correspondía y la bendición reservada al primogénito, Jacob y su madre Rebeca se pusieron de acuerdo y diseñaron un plan de escape que podría parecer honroso. A lo largo del camino, como cuenta la historia, Jacob se encontró con Dios en un lugar de lo más normal.
Las historias sagradas de la Escritura se desarrollan en desiertos y jardines, montañas y valles, ríos y mares, pueblos y ciudades, santuarios, templos e iglesias. Estos lugares son reales, se pueden identificar en mapas, y merecen nuestro estudio y conocimiento. Pero también se convierten en símbolos por los que aprendemos a describir nuestros propios caminos espirituales. Las experiencias de cumbre de montaña, por ejemplo, se reconocen universalmente como momentos de transcendencia, mientras que los valles a menudo hablan de un sentido de profundo sufrimiento.
En esta serie de columnas exploraremos algunos de los modos en que la geografía del Oriente Medio proporcionaba un lugar tangible para la presencia y la acción de Dios. En el proceso, podríamos descubrir con Jacob que "el Señor está en este lugar," que Dios no actúa solo en los lugares en los que se espera donde damos culto como comunidad, sino también en el mundo físico en el que transcurren nuestras vidas diarias.
Nuestro Dios viene "saltando por los montes, brincando por las colinas" (Cantar de los Cantares 2,8). Nuestra tradición bíblica nos ayuda a reconocer las huellas del Dios que creó, sostiene y actúa en este mundo.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 25 de enero de 2014. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.