2º Domingo de Cuaresma del Año B

Publicado: March 1, 2015

Obispo Anthony B. Taylor predicada la siguiente homilía en la parroquia de Santa Teresa de Little Rock el domingo 1º de marzo de 2015.


Obispo Taylor

En nuestra primera lectura de hoy, Dios manda a Abraham a tomar lo que más ama en este mundo y ofrecérselo. La convicción que subyace esta historia es horrible: que Dios quería que Abraham matara a su hijo. Por eso hay que recordar que muchas veces en la Biblia, Dios se vale de acontecimientos desconcertantes para sacudirnos de nuestra complacencia y provocar preguntas.

Y si lo miramos más profundamente, vemos que Isaac era más que sólo el hijo de Abraham en el sentido usual. Es esos días, el concepto de la vida de ultratumba era muy diferente. Para ellos la existencia personal terminaba con la muerte, pero pensaban que se podía continuar viviendo en la vida de sus hijos ... de modo que si no tenía hijos, no había esperanza de vida tras la muerte. Era por eso que no tener hijos era considerado una muy grande maldición ... y porque la promesa de Dios que Sara daría a luz en su vejez les significaba mucho más de lo que hubiera significado hoy.

¡Por Isaac podrían tener vida futura! Y ahora Dios manda a Abraham a sacrificar toda su esperanza de vida de ultratumba — ¡tener tanta confianza en Dios! Esa es la fe de Abraham y es precisamente por medio de poner toda su esperanza y toda su confianza en Dios que él le da a Dios la gloria, aunque al hacerlo tuvo que poner su futuro en duda — ¡en el mejor de los casos! En respuesta, no sólo intervino para salvar a Isaac, también prometió que Abraham continuaría viviendo no sólo en un hijo, sino por medio de descendientes como las estrellas del cielo, y en los cuales serán bendecidos todos los pueblos de la tierra ¡Incluyendo nosotros 3700 años más tarde! Y todo porque puso toda su esperanza y toda su confianza en Dios.

Aun más que con Abraham, era precisamente por poner toda su esperanza y toda su confianza en su Padre celestial que Jesús le da a Dios la gloria.

Tenemos la misma cosa en el Evangelio de hoy. Pedro, Santiago y Juan ven a Jesús transfigurado en gloria y escuchan una voz que decía "Este es mi Hijo amado; escúchenlo." Y ¿que estaba diciendo Jesús? Que sacrificará su vida por nosotros, como casi lo hizo Abraham con Isaac, y que por medio de su muerte él nos ganará vida más allá de la muerte ... pero que no debían hablar de eso hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Aun más que con Abraham, era precisamente por poner toda su esperanza y toda su confianza en su Padre celestial que Jesús le da a Dios la gloria.

Y ¿qué de tú y yo? Viene un momento en cada una de nuestras vidas cuando Dios manda poner mucho más confianza en él de lo que hubiéramos podido imaginar, usualmente cuando tenemos que enfrentar algo que nos es extremadamente difícil y desconcertante. Cuando sucede, es fácil pensar que hemos sufrido una gran injusticia, porque nos duele muchísimo — ¡y tal vez incluso era una injusticia.

La experiencia indeciblemente amarga de perder a un hijo como casi lo perdió Abraham, sobre todo cuando la muerte parecía tan sin sentido. O un divorcio muy amargo, cuando habías sacrificado mucho en tu intento de salvar el matrimonio. Y un sinnúmero de otras penas que nos pueden comer desde adentro y dejarnos amargados y enojados y profundamente adoloridos.

O podemos pedirle a Dios que nos dé la fe de Abraham, capacitándonos por fin para poder soltarnos de lo que más queremos y simplemente ponerlo todo en las manos de Dios. Y la fe de Jesús, porque es precisamente por poner toda nuestra esperanza y toda nuestra confianza en el Señor y dándole a Dios la gloria ... al mismo tiempo que nosotros encontramos la paz.