2º Domingo de Cuaresma 2019

Publicado: March 16, 2019

Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Comunidad Católica de San Oscar Romero en Greenbrier el sábado, 16 de marzo, 2019.


Obispo Taylor

Estamos reunidos aquí hoy para adorar al Señor como una comunidad que ahora lleva el nombre de San Oscar Romero — un gran hombre de nuestra propia época — y claro que su testimonio edifica sobre el de otros grandes hombres y mujeres que se fueron antes que él.

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre algunos de los grandes hombres de la Biblia: Abraham el gran patriarca, Moisés a través de quien Dios liberó a Israel de la esclavitud, estableció la Alianza y nos dio la Ley, Elías el gran profeta, Pedro el gran apóstol sobre quien Jesús fundó su Iglesia y claro que Jesús mismo, quien es Dios y hombre, nuestro Redentor, nuestro Salvador y nuestro Señor.

Una de las cosas que todos estos cinco grandes hombres tienen en común es que la mayoría del tiempo ellos no eran considerados tan grandiosos por sus contemporáneos. Y si ustedes han visto la película "Romero" ustedes saben que lo mismo es cierto en cuanto a San Oscar.

Sólo Dios podría producir una nación de un hombre con problemas de infertilidad. Sólo Dios tendría la loca sabiduría de elegir como su mensajero a un hombre con impedimento en el habla y darnos su Ley mediante un asesino fugitivo. Sólo Dios pensaría en fundar su Iglesia sobre un cobarde que negaría a Cristo en su momento de mayor necesidad.

En nuestra primero lectura Dios promete hacer de Abraham una gran nación, sus descendientes más numerosos que las estrellas. Esta promesa sí se hizo realidad eventualmente pero lo que el pueblo vio en aquel tiempo fue a un viejo nómada sin hijos. En el Evangelio de hoy, Moisés y Elías aparecen con tanto esplendor que uno fácilmente puede olvidar que no parecían tan gloriosos durante la mayor parte de su vida.

Moisés en una ocasión mató a un hombre y tuvo que huir del país. Él tartamudeaba tanto que Dios tuvo que valerse de Aaron para hablar por él. Él tuvo que enfrentar revueltas (el becerro de oro), hambre (eventualmente remediada por el Maná del cielo) y murió antes de haber llegado a la Tierra Prometida.

Elías había huido y se había escondido en un barranco por varios años después de degollar a 400 de los sacerdotes paganos de la Reina Jezabel. En el Evangelio de hoy Pedro no dejaba de hablar sobre las tres chozas sin saber lo que estaba diciendo. Él no había recibido educación, huyó cuando arrestaron a Jesús, lo negó tres veces y murió 30 años después crucificado boca abajo para hacer su humillación completa.

Jesús sólo tenía la ropa que llevaba puesta y se juntaba con gente con mala reputación — prostitutas, cobradores de impuestos. Él tenía enemigos poderosos pero también amigos que estaban con él sólo en tiempos buenos y que lo abandonaron. Él fue torturado, burlado, azotado, escupido, coronado con espinas, rasgado de su vestidura, expuesto desnudo para aumentar su vergüenza, y sufrió la muerte agonizante de un criminal convicto.

Ninguno de estos cinco grandes hombres parecía tan glorioso en aquel entonces y tampoco San Oscar Romero, y sin embargo fue precisamente a través de su humildad y su debilidad que la gloria y el poder de Dios se manifestó.

Sólo Dios podría producir una nación de un hombre con problemas de infertilidad. Sólo Dios tendría la loca sabiduría de elegir como su mensajero a un hombre con impedimento en el habla y darnos su Ley mediante un asesino fugitivo. Sólo Dios pensaría en fundar su Iglesia sobre un cobarde que negaría a Cristo en su momento de mayor necesidad.

Sólo Dios nos amaría tanto que sacrificaría a su único Hijo para salvarnos. Sólo Dios tomaría la cruz, un instrumento de tortura, humillación e injusticia brutal y utilizarla para vencer el poder del mal y de la muerte, transformándola en el instrumento de libertad y señal de amor sacrificial más poderoso en toda la historia de la humanidad.

Esa gran transformación fue prefigurada por la transfiguración en el Evangelio de hoy, un vistazo fugaz de la gloria de Dios obrando en Jesús, quien no parecerá tan glorioso una vez más hasta el día de su resurrección.