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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: March 27, 2022
El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Iglesia de San Bartolomé en Little Rock y la Iglesia de San Agustín en North Little Rock el domingo 27 de marzo de 2022.
Si han tomado psicología básica, saben que el orden de nacimiento influye cómo nos vemos a nosotros mismos y es un factor en la rivalidad entre hermanos. Hay muchas excepciones, pero el patrón común es que el hijo mayor sea el responsable. Él tiene dos metas: ganarse la aprobación de sus papás y dominar a sus otros hermanos.
Las dos metas del segundo hijo son obtener la atención de sus papás (que no es necesariamente lo mismo que aprobación) y librarse del yugo del numero uno. Los otros hijos también tienen problemas de orden de nacimiento. ¿Cómo crías a hijos tan diversos? Sólo hay una manera: los amas a todos incondicionalmente.
Cada uno tiene sus problemas, pero los amas a todos igual. Y fíjense que el amor no se trata de aprobar su comportamiento, que tal vez te guste o no. El amor se trata de valorarlos como personas, independientemente de su comportamiento.
Dios está haciendo un banquete y quiere que su Iglesia esté llena de hijos pródigos, nuestros hermanos y hermanas que regresan. Y nosotros tenemos una opción: rechazo o compasión, ¡una opción que bien puede determinar si somo admitidos al banquete nosotros mismos! Porque de la misma manera que juzgamos, así seremos juzgados.
En el Evangelio de hoy sobre el hijo pródigo, tenemos una historia de orden de nacimiento, rivalidad entre hermanos y amor incondicional. Como de costumbre, el hijo mayor se esclavizó en el campo para ganar la aprobación de su padre, sin desobedecer nunca ninguna de sus órdenes, mientras que el hijo número dos hizo algunas cosas realmente muy malas.
Primero le pidió su herencia por adelantado — simbólicamente diciéndole a su papá que se muriera: que es cuando obtienes una herencia — ¡cuando tus padres mueren! Fíjense, él no quería a su padre; él quería el dinero.
Y una vez que su padre le transfirió el título de la mitad de su propiedad que ganó con esfuerzo, él luego la vendió apresuradamente sin consultar, tomó el dinero y se fue del pueblo, sin dejar algún domicilio. Sin embargo, a pesar del dolor, su padre aún lo ama y anhela tenerlo de regreso sano y salvo, no importa qué. Y una vez que tocó fondo, habiéndose degradado a tal punto que comer los desperdicios de los cerdos le sonaba bien, él finalmente recapacitó.
Cuando regresó a casa, dispuesto ahora a ser sirviente de su padre y a pasar el resto de su vida enmendando las cosas, el padre corrió para encontrarlo, le perdonó todo e hizo una fiesta para darle la bienvenida a casa a su hijo que le había deseado la muerte y malgastado la mitad de su propiedad. El hijo había regresado a casa vivo, y el padre no podría estar más tranquilo.
Pero el buen hijo mayor no estaba tranquilo — se sentía defraudado y estaba furioso. Él se había esclavizado por años para ganar la aprobación de su padre, pero lean entre las líneas: su hijo mayor es egoísta también. Él obedece porque quiere heredar el campo. Su hermano ya había cobrado la mitad de su propiedad y ahora él espera que todo lo que resta del patrimonio algún día sea suyo.
Así que la túnica más fina, el anillo, las sandalias, el becerro gordo, el vino y la comida de la fiesta de bienvenida a casa todo está siendo tomado de lo que el hijo mayor entendía que iba a heredar y estaba resentido. ¡Observen que este padre amoroso tiene dos hijos egoístas en sus manos!
Así que traga saliva y va al campo para asegurarle que sí, que él aún podrá quedarse con el campo. Él dice: “todo lo mío es tuyo”, pero no seas tan caprichoso, ¡éste es tu hermano! Sabemos que el hijo menor recapacitó y regresó a casa, pero la historia termina sin que sepamos qué decide hacer el hijo mayor.
Ustedes y yo comenzamos cada Misa reconociendo que somos pecadores, hijos caprichosos de un Padre amoroso que nos perdona y hace un banquete para nosotros. Pero en nuestro caso, no es meramente un becerro gordo el que es asesinado, sino su Hijo Unigénito.
El vino y el alimento son de hecho su cuerpo y sangre, que nos hacen hermanos y hermanas de sangre mutuamente. Intercambiamos una señal de la paz y aceptación mutua, que es el precio de admisión al banquete del amor incondicional de Dios.
La Misa no es un banquete de premios para los rectos; es un hospital para la gente con almas heridas — a menudo heridas espirituales autoinfligidas, y por lo tanto un lugar de sanación para los pecadores, independientemente de si nuestro egoísmo se parece al del hijo mayor o al del hijo menor, ¡o al de ambos!
Dios está haciendo un banquete y quiere que su Iglesia esté llena de hijos pródigos, nuestros hermanos y hermanas que regresan. Y nosotros tenemos una opción: rechazo o compasión, ¡una opción que bien puede determinar si somo admitidos al banquete nosotros mismos! Porque de la misma manera que juzgamos, así seremos juzgados.