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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: June 21, 2014
Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Misa de confirmación en la Iglesia de Nuestra Señora de la Buena Esperanza en Hope el sábado, 21 de junio, 2014 y en el Carmelo de Sta. Teresa de Jesús y en la Iglesia de Sta. Teresa, ambos en Little Rock, el domingo, 22 de junio, 2014.
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Yo — como muchos de ustedes — estoy consternado por cómo nuestra sociedad ha perdido sus orientaciones morales. Estamos desintegrándonos hacia una cultura que coloca poco valor en vivir por algo mayor que uno causando lo que el Papa Francisco justamente condena como una economía de exclusión. Este abandono de lo mucho que es justo y bueno se debe en parte al hecho de que hemos hecho al individuo la célula básica de la sociedad en lugar que la familia, resultando en una nueva forma de idolatría: la adoración propia ¡Lo que yo quiera! Reinventando la religión para validar mis preferencias y adaptar mis tendencias, recreando a Dios a mi propia imagen y semejanza.
Primero fueron los anticonceptivos artificiales—tendré hijos sólo cuando los desee. Luego el divorcio fácil—merezco ser feliz, a pesar del daño que cause en mis hijos. Luego el aborto—aunque alguien tenga que morir. Ahora el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y todos promoviendo políticas con la intención de promover nuestros propios intereses percibidos, pero los cuales van en contra del bien común—endureciendo nuestros corazones hacia los pobres, los inmigrantes—por temor, por la convicción de que la vida es un juego donde unos ganan a expensas de otros y que su ganancia sería de algún modo nuestra pérdida.
En esta festividad de Corpus Christi, recordamos que para el cristiano la familia debe ser la célula básica de la sociedad, no el individuo—y que nosotros como Iglesia debemos ser una familia unida al uno con el otro en el cuerpo y sangre de Cristo el cual recibimos en la Eucaristía. Como familia somos llamados a estar ahí para los demás y sacrificar nuestra propia voluntad cuando lo requiere el bien común, perseverando en solidaridad especialmente con aquellos que son más débiles y que tienen más desventajas entre nosotros. El resultado es una religión que pide lo mejor de nosotros, adorando a Dios quien nos toma seriamente porque estamos comprometidos a construir su Reino en lugar que el nuestro… por la convicción de que nuestro Dios todopoderoso no tendrá ningún problema en crear situaciones donde todos ganemos y podamos compartir como miembros amados de su familia. Una economía de inclusión que está enraizada en la verdad de la persona humana como Dios nos hizo, provee y nos permite vivir.
La gente dice que hemos “perdido el contacto con la realidad” cuando nos oponemos a la desintegración continua de nuestra sociedad, pero en realidad somos “contraculturales” en una cultura que está profundamente enferma.
En la Primera Lectura de hoy Dios provee para cada miembro de la comunidad de los Hebreos en el desierto--¡no hay economía de exclusión ahí! Pero su sobrevivencia se debe no sólo al maná compartido por todos, sino más bien a su obediencia de “todo cuanto sale de la boca de Dios”. En nuestra Segunda Lectura, San Pablo dice que aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo—una familia—cuando compartimos el cuerpo y la sangre de Cristo. Y en nuestro Evangelio Jesús añade que en la Eucaristía no solamente nos unimos a los demás, sino que con mayor importancia nos unimos con Jesús—y a través de él con Dios Padre—¡quien ganará para nosotros la vida eterna! “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
En la Eucaristía Jesús provee no solamente nuestra salvación en la próxima vida, también nos muestra el camino hacia adelante en esta vida a través del desierto moral al cual la idolatría propia de nuestra sociedad ha reducido nuestro país, evidentemente—como con los antiguos egipcios—en nuestra opción preferencial por la riqueza y el poder a la exclusión de los pobres y vulnerables, y por lo tanto quebrantando el bien común. Así que, “No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres".
La gente dice que hemos “perdido el contacto con la realidad” cuando nos oponemos a la desintegración continua de nuestra sociedad, pero en realidad somos “contraculturales” en una cultura que está profundamente enferma. Estamos “en contacto” con la verdad la cual Dios ha plantado en lo más profundo de cada corazón humano. Es nuestra cultura la que ha “perdido el contacto con la realidad” de lo que realmente importa, y las consecuencias de nuestra idolatría propia actual son—y permanecerán siendo—¡devastadoras al menos de que cambiemos! Hoy el Señor nos alimenta con su cuerpo y sangre no solamente para nuestro propio beneficio, sino también para enviarnos hacia adelante para hacer una diferencia: ¡llevar la salvación a los demás! Y como nos lo recuerda el Papa Francisco, ¡en esta vida al igual que la próxima!