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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: November 11, 2017
Este es el 10º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
En nuestro tiempo se ha hecho muy común usar las palabras “bendecido” o “bendiciones” exageradamente. Facebook y Twitter a menudo terminan sus notas con un "#bendito" y con la misma frecuencia, estas notas cuentan una historia con un final de cuento de hadas.
Si no experimentamos esa deseada sanación, o la recuperación económica que necesitamos, o la restauración de una relación que valoramos, ¿aun así nos sentimos bendecidos? ¿Estamos de hecho bendecidos cuando las cosas van mal o lo hemos mal interpretado?
Algunos predicadores han construido imperios sobre el predicar un “evangelio” de prosperidad, arguyendo que con tal de que creamos, con tal de que seamos generosos, Dios nos recompensará siendo generoso para con nosotros. ¿Pero dónde está el mensaje de la cruz en eso? ¿Dónde está la bendición asociada a las bienaventuranzas?
Siendo como es contra-cultural, el Evangelio no promueve el éxito o la prosperidad o la vida sin dolor. De hecho, las bienaventuranzas son testimonio de que el testimonio más abundante de Dios se reserve a quienes están en contacto con el sufrimiento, la pobreza, la humildad, la construcción de la paz o la defensa de la justicia. Nuestra última bienaventuranza habla directamente de la naturaleza “al revés” del Reino de Dios.
"Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande n el cielo. Así persiguieron a los profetas que fueron antes de ustedes." (Mat 5,11-12)
Esta bienaventuranza a menudo se combina con la anterior en el verso 10 ya que ambas hablan de la persecución. Pero existen diferencias. En primer lugar, encontramos un cambio de la tercera persona (hablando de otros, “ellos”) a la segunda persona (hablando directamente a la audiencia “ustedes”). Si los versos anteriores se pueden tener un poco lejanos, ahora se ha convertido en algo personal.
Quizá la audiencia original a la que se dirigía Jesús, o a la que escribía Mateo algunas décadas más tarde, sabía lo que era sufrir específicamente a causa de su amor por Jesús. Quizá eran maltratados y calumniados tanto como los antiguos profetas, y tanto como Jesús cuando proclamaba la verdad de Dios. Quizá en este momento de su predicación, Jesús quería asegurarse de que su audiencia sabía que el mensaje de las bienaventuranzas se dirigía a ellos. Y se dirige a nosotros.
No hay necesidad de buscar el sufrimiento o la persecución. Una familiaridad normal con las noticias de todo el mundo nos recuerda que todavía existen muchas personas cuyas vidas están en peligro a causa de la fe en Jesús que profesan. A veces tienen que huir de sus hogares o emigrar a otras tierras, o deciden valientemente quedarse y demostrar su obediencia fiel a la Buena Noticia, o quizá no tengan opción sino quedarse.
Sabemos de personas que han entregado sus vidas porque vivían el mensaje del Evangelio, a menudo entre los pobres a quienes se les negaba su dignidad. El Beato Stanley Rother es uno de esos americanos cuya muerte se declare como martirio. Lo mataron específicamente por su fe en Cristo y las consecuencias de vivir ese compromiso en Guatemala.
¿Y nosotros? ¿Nos enfrentaremos al martirio o entregaremos nuestras vidas por amor a Jesús? Probablemente no. Sin embargo, cuando encontramos nuestra voz para defender la justicia para los pobres y olvidados, para pedir misericordia para quienes tienen necesidad de perdón, para declarar nuestra fidelidad y verdadera adoración, entonces comenzamos a conocer la bendición que nos une más plenamente a Cristo.
Al final de las bienaventuranzas encontramos estas palabras: “Alégrense y regocíjense porque su recompensa será grande en el cielo.” Desde los libros de la Torá en que la causa de la alegría es la liberación de Dios de la esclavitud de Egipto, a los salmos en que las oraciones de alegría a menudo se ofrecen en acción de gracias por la salud y la victoria y el culto en el templo, hasta las cartas de Pablo que conseguía alegrarse incluso mientras estaba en prisión, se nos dice que el gozo y la alegría son rasgos característicos del pueblo de Dios.
Cuando empezamos a darnos cuenta de que el Reino de Dios ya ha echado raíces aquí en medio de nosotros porque Dios está en nuestro mundo (Mat 4,17; Mc 1,15; Lc 17,20-21), ¿cómo no alegrarnos? Nuestro gozo no viene de ser recompensados con todos los envoltorios del éxito, sino con el abrazar la cruz, sabiendo que nos conducirá al Reino que no es como ningún reino de este mundo.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 11 de noviembre de 2017. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.