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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: June 17, 2017
Este es el 5º artículo de una serie de diez.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." — Mateo 5:6
Jesús sabe lo que significa tener hambre. Después de ser bautizado por Juan, emprendió un ayuno de cuarenta días en el desierto donde, se puede decir con seguridad, el agua también sería escasa. Ahí, el demonio lo tentó a saciar su hambre milagrosamente.
La respuesta de Jesús al tentador, es una entrada excelente para la reflexión sobre la cuarta bienaventuranza del Sermón de la Montaña. Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4,4).
El Evangelio de Juan, en contraste con el de Mateo, Marcos o Lucas, no hace mención de la tentación de Jesús, pero Juan nos dice que ni siquiera sus discípulos pudieron tentar a Jesús a que comiera si eso significaba interrumpir su misión.
Cuando sus discípulos se encuentran con él en el pozo, hablando con la samaritana, están seguros de que debe tener hambre y necesita comer: “Los discípulos le insistían: ´Maestro, come´. Pero él les dijo: ´Tengo una comida que ustedes no conocen.´ Entonces los discípulos se decían unos a otros: ´¿Le habrá traído alguien algo de comer?´ Jesús les dijo: ´Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado a completar su obra´.” (Juan 4,31-34).
El hambre física es una de las necesidades humanas más urgentes que el ser humano, o cualquier otra criatura pueda experimentar. Cuando hay una hambre grave en toda una región, se llama hambruna, y la hambruna es una realidad tan temida, que el libro del Apocalipsis la nombra como una de las fuerzas de muerte y Hades más importante (6,8).
Por otra parte, existe el peligro de tener demasiado que comer. Los americanos, como muchos otros pueblos, se enfrentan al desafío de ver sus vidas acortadas por demasiada comida, en lugar de por demasiada escasa. Pero también hay un peligro espiritual.
Como el hombre rico de la parábola de Jesús que no creía necesitar a Dios porque sus graneros estaban llenos (Lucas 12,16-21), cuando nuestros estómagos siempre están llenos, ¿dejamos de preocuparnos sobre lo que hay o no hay en nuestras almas? Los que mejor alimentados estamos tenemos más necesidad de ayunar como ejercicio espiritual.
El hambre física, cuando se acepta intencionalmente para recordarnos una necesidad mayor y más alta, puede despertar el hambre de justicia. También nos puede despertar a las necesidades de aquellos cuyas vidas se ven amenazadas por la falta de alimentos. El hambre de justicia es un hambre de una distribución más justa de los bienes del mundo. Esto se hace evidente cuando examinamos el significado de “rectitud.”
Para muchos de nosotros, la rectitud a menudo se entiende como sinónimo de santidad. La rectitud como santidad tendría entonces profundas connotaciones religiosas. Se puede decir que una persona recta vive una devota, evitando la inmoralidad y demostrando el compromiso con el culto y la oración frecuentes.
Pero santidad no es el mejor sinónimo de rectitud. La santidad, en su contexto bíblico, significa estar consagrado a Dios de una manera especial. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la palabra más frecuentemente traducida como “recto” se puede también traducir correctamente como “justo.”
Quienes tienen hambre y sed de justicia no pretenden tanto ser conocidos por su santidad, como desear que florezca la justicia. ¿Pero qué ocurre con la promesa de que serán saciados?
Se supone normalmente que el estado prometido de bienaventuranza es el premio del cielo. No puede haber duda de que entrar en el cielo será un bandito premio, pero el hambre de rectitud de la que habla Jesús es una llamada a que la rectitud — justicia — abunde en este mundo. Esto también se encuentra en la oración que él mismo nos enseñó: “venga tu Reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6,10)
Éste ha sido siempre el deseo de los profetas de Dios: “!Que descienda la justicia, cielos, como rocío, como lluvia suave, que las nubes la derramen. Que se abra la tierra y surja la salvación; que la justicia brote con ella!” (Isaías 45,8).
¡Un mundo justo! ¡Qué promesa tan valiente! Como con todas las bienaventuranzas, esto no es sólo una promesa, sino una orientación. Los que tienen hambre y sed siempre están buscando comida y bebida. Los que tienen hambre y sed de justicia siempre tienen que estar luchando por conseguirla.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 17 de junio de 2017. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.