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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: May 13, 2017
Este es el 4º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Si buscas la palabra “manso” en el Internet, ciertamente encontrarás innumerables enlaces que indican que la mansedumbre no es lo mismo que la debilidad. El propio hecho de que esto ocurra tan a menudo en una búsqueda de Internet nos indica que en nuestros días las dos cosas, desgraciadamente, frecuentemente se igualan. Hay una presuposición intrínseca de que ser débil es ser manso. Tal suposición, sin embargo, no viene de la Biblia.
La mansedumbre es una característica de Jesús que anima a quienes están abrumados a acercarse a él diciendo “Tomen mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mat 11,29).
Esta mansedumbre también se nota más adelante en el Evangelio de Mateo (21,5) cuando el evangelista cita al profeta Zacarías a la entrada de Jesús en Jerusalén: “He aquí que llega tu rey, manso, montando un asno.”
Para que no caigamos en la tentación de pensar que ésta es simplemente la perspectiva de Mateo, Pablo también describe a Jesús como suave (2 Cor 10,1) utilizando la palabra griega con la misma raíz (praus) que se usa en la tercera bienaventuranza “Bienaventurados los mansos.”
A los seguidores de Cristo, el manso, se les aconseja que se caractericen por la mansedumbre o suavidad. Se urge a los creyentes de Éfeso a vivir de un modo digno de la vocación a la que han sido llamados “con toda humildad y suavidad” (Ef 4,2).
Una exhortación semejante se ofrece a la Iglesia de Colosos diciéndoles que deben revestirse de humildad y suavidad, entre otras virtudes (Col 3,12) En Gálatas 5,23, la mansedumbre es uno de los nueve aspectos del fruto del Espíritu en las vidas de los creyentes.
Así que, ¿qué es en realidad la mansedumbre? Podemos fácilmente eliminar lo que no es. No es ser de maneras suaves, tímido o cobarde o temeroso; Jesús supo cuándo clamar con palabras de justicia y defenderse a sí mismo y a su Padre contra los que le cuestionaban o trataban de tenderle trampas. No era en absoluto tímido ni débil.
Ser manso es reconocer que el poder no es cuestión de usar la fuerza, sino de mantenerse firmes en verdad y amor. Ser manso es ser considerado y cuidadoso en el trato con los demás. Ser manso es reconocer el lugar propio como hijo de Dios, lleno de dignidad, pero no de orgullo. La mansedumbre no es simplemente un rasgo personal que vemos en nosotros y aumenta nuestro conocimiento propio.
La mansedumbre nos ayuda a navegar nuestras relaciones con los demás. Aparece cuando interaccionamos con las personas de nuestro alrededor, cuando determinamos cómo tratar a los demás, y cuando tenemos una comprensión clara de nuestra relación con Dios que nos ama y nos desafía a deshacernos de un falso sentido de orgullo.
La mayoría de los expertos reconocen que la primera bienaventuranza que bendice a los “pobres” o “pobres de espíritu” está estrechamente ligada a esta tercera bienaventuranza sobre la mansedumbre.
De hecho, hay un parecido innegable entre la bienaventuranza en Mateo 5,4, “Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra” y el Salmo 37,11, donde leemos, “Los pobres heredarán la tierra” o “Los mansos heredarán la tierra.”
¿Qué es la “tierra” que van a heredar los mansos? En el contexto original del Salmo 37, la tierra se refería al territorio prometido a Abraham y su descendencia. A menudo objeto de ambición, y territorio de guerra para naciones vecinas, esta tierra tenía fronteras.
La tierra que heredarán los mansos en las Bienaventuranzas no tiene fronteras porque se refiere al Reino de los cielos, ese reino que está entre nosotros, aunque todavía no experimentado en su plenitud.
Si nos hemos de contar entre los bienaventurados porque somos mansos, tenemos que estar dispuestos a pensar de maneras distintas sobre el poder y sobre los reinos. Tenemos que estar dispuestos a reconocer que el poder que Dios ejerce sobre el mundo no tiene que ver con la superioridad, la fuerza, o la astucia.
El poder de Dios tiene que ver con fuerza en la debilidad. El Reino de Dios se trata de sencillez y de hacer espacio en nuestro corazón para los tesoros que de verdad importan.
El manso no es el débil. Ser manso bíblicamente no es bajar la cabeza dudando de nosotros mismos o por falsa modestia, sino mantenernos erguidos y permitir que el dominio de Dios sobre nuestras vidas nos transforme a nosotros y al mundo en que vivimos.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 13 de mayo de 2017. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.