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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: December 8, 2012
Este es el 3º artículo de una serie de catorce
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
"Y él camina conmigo, conversa conmigo y me dice que soy suyo; y la alegría que compartimos al estar ahí, nadie la ha conocido nunca." Estas son palabras del espiritual "En el jardín," de C. Austin Miles. Recogen bellamente el deseo y la esperanza cumplida de sencillamente estar con Dios.
Un modo de acercarse a los relatos de la creación en los dos primeros capítulos de Génesis es reconocer el mismo deseo y esperanza cumplida del pueblo de Dios que elaboraron estas historias por inspiración divina. Puede ser tentador tratar de imaginarse a los autores del Antiguo Testamento presentes en el principio, cuando recogían las palabras que ahora conocemos como Sagrada Escritura. Pero su "comienzo" no fue en el Edén.
Su comienzo fue su experiencia de la presencia liberadora de Dios en Egipto y la presencia de la alianza en el desierto. Estos acontecimientos modelaron el modo en que contaron las historias de sus antepasados y de los orígenes del mundo. Ya conocían a Dios y musitaban sobre el plan divino y cómo debía haberse desarrollado al principio de los tiempos.
Existe una cierta belleza irónica cuando consideramos que un pueblo de desierto, modelado por paisajes duros y condiciones de sequedad, meditaban sobre el acto original creador de Dios en un frondoso jardín. "El Señor Dios plantó un jardín en Edén" (Génesis 2,1), lleno de frondosa vegetación, árboles de todo tipo para deleitar la vista, animales terrestres y aves, y ríos para regar la tierra y producir alimentos. Es más, se imaginaban a Dios caminando por el jardín, "en el momento de la brisa de la tarde" (Génesis 3,8) y llamando al hombre y a la mujer. Es una imagen bucólica que comunica una intimidad directa con lo divino.
Tal intimidad se rompió cuando las primeras criaturas humanas no prestaron atención al árbol de la vida en el medio del jardín y en su lugar comieron del único árbol prohibido, el árbol de la ciencia del bien y del mal. No fue tanto su desobediencia lo que exilió del jardín cuanto su ambición de ocupar el lugar de Dios. Al parecer no estaban satisfechos con estar en la presencia de Dios y quisieron aprovechar la oportunidad de juzgar entre el bien y el mal como sólo Dios puede hacerlo.
Sin embargo, el pueblo de Dios nunca perdió ese deseo de sencillamente caminar con Dios en el jardín, disfrutar de los dones de la creación y de su creador. Las imágenes del jardín están esparcidas por toda la Escritura, recordando a todas las generaciones que la intimidad de la experiencia del paraíso es un modo muy rico de meditar en las realidades de nuestra experiencia con Dios.
Los profetas de Israel a veces describían al pueblo pecador y la destrucción de su patria como un paisaje o jardín en ruinas (ver Isaías 5,5-6; Jeremías 4,22-26; Joel 2,21-27). La presencia de Dios había sido rechazado y la realidad se reflejaba físicamente en un paisaje devastado. Por otro lado, la restauración de Israel después del exilio a menudo se refleja como un regreso a un paisaje frondoso y refrescando, implicando que Dios y su pueblo de Nuevo caminan juntos (ver Isaías 58,11; Jeremías 31,12-13; Oseas 14,6-9).
El acontecimiento más significativo del Nuevo Testamento es, sin duda, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Aunque tuvo lugar en una serie de escenas, se puede ver como un único evento, con una escena importantísima en el Huerto de Getsemaní (ver Mateo 26,36-56; Marcos 14,32-50; Lucas 22,39-53; Juan 18,1-11).
Jesús llevó a dos de sus discípulos más cercanos a un huerto de olivos, en uno de los momentos más críticos de su vida. Era una oportunidad de estar con él, de orar con y por él, de experimentar un nivel de intimidad según el designio de Dios desde el principio.
Desgraciadamente, los discípulos desaprovecharon el momento de unión que se les ofrecía en Getsemaní. Y un momento de encuentro pacífico se convirtió en una escena de traición y violencia en el arresto de Jesús. Pero la traición y las oportunidades desaprovechadas nunca tienen la última palabra en el mundo de Dios. Juan 20,11-18 nos introduce al Señor resucitado apareciéndose a María Magdalena nada menos que como jardinero. Hemos cerrado el círculo, del jardín original en el que Dios trae al mundo a la vida, al jardín de la resurrección, donde la vida ha tenido la última palabra.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 8 de diciembre de 2012. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.