Sitio oficial de la Red de la
Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: July 1, 2014
La siguiente homilía fue predicada en la parroquia de Catedral de San Andrés de Little Rock el martes 1º de julio de 2014.
Las tormentas son parte de la vida. Nos asustan cuando nos sentimos impotentes y no sabemos que hacer, especialmente cuando necesitamos tomar refugio y no tenemos un lugar seguro en donde escondernos. Pero también nos fascinan, especialmente cuando podemos experimentar su poder sin sentirnos personalmente expuestos al peligro genuino. Las tormentas meteorológicas ocurren cuando hay cambios dramáticos en el clima—un fuerte frente frío chocando con un fuerte frente cálido. Las tormentas sociales ocurren cuando hay cambios dramáticos en la cultura—valores muy arraigados en la ley natural objetiva en conflicto con un nuevo énfasis en la opción personal arraigada en el individualismo subjetivo… tal como vimos en el curso de hoy sobre la homosexualidad.
Y las tormentas religiosas ocurren cuando hay cambios dramáticos en la manera en que vivimos nuestra fe—tal como lo vimos después de las reformas muy necesarias del Vaticano II dando lugar a la transformación misionera continua de la Iglesia a la cual nos llama el Papa Francisco hoy. Las tormentas son parte de la vida. Ocurren en tiempos de cambio dramático y ¡estamos viviendo en tiempos dramáticos! Estos son tiempos emocionantes porque en estas tormentas experimentamos el choque de fuerzas poderosas. Pero estas tormentas pueden también asustarnos o al menos inquietarnos. ¿Dónde podemos encontrar un refugio seguro cuando las tormentas que enfrentamos son demasiado para nosotros?
En el Evangelio de hoy Jesús y sus discípulos se encontraban en medio de una tormenta violenta en el Mar de Galilea. Su barco se estaba inundando por las olas y los discípulos temieron por sus vidas. ¡Y Jesús estaba durmiendo durante todo esto! ¡Obviamente Jesús tenía el sueño muy pesado y no se preocupaba mucho! Lo despertaron y le dijeron: “¡Señor, sálvanos!”. No sé lo que ellos esperaban que él hiciera, pero para entonces ellos sabían que él podía realizar milagros. Tal vez esperaban que los llevara a un lugar seguro para salir de la tormenta, pero lo que descubrieron fue que Jesús mismo era la fuente de su seguridad. No solamente podría protegerlos de los efectos de la tormenta, sino que también podría deshacerse de la tormenta misma cuando ésta sirviera sus propósitos, como en el Evangelio de hoy.
Pero pienso que todos hemos descubierto que cuando nos acercamos a Jesús con confianza y oración persistentes, él viene a nuestra ayuda porque él mismo es nuestra fuente de seguridad
Nuestros Jubilares han experimentado algunas tormentas a lo largo de su ministerio. Mons. John O’Donnell y el Padre Silvio D’Ostilio han visto muchos cambios dramáticos en la sociedad y en la Iglesia a lo largo de los últimos 60 años—¡por decirlo suavemente! Y los Padres Alphonse Gollapalli y Josely Kalathil a lo largo de los últimos 25 años—en su caso, tanto en la India como en los Estados Unidos. Muchos de estos cambios han sido fascinantes y acogedores: el movimiento de los Derechos Civiles, el Vaticano II, las maneras en que la tecnología acerca a las personas de todo el mundo, y ahora el estilo del Papa Francisco para guiar a la Iglesia. Pero también ha habido tormentas destructivas que nos han dejado una sensación de impotencia y miedo: la inundación de aquellos que dejaron el ministerio en la década de los años 60 y 70, la crisis de abuso sexual por parte del clero, y aún más nuestra sociedad secular e individualista que ha causado un abandono de la fe por parte de tantas personas que fueron criadas en buenos hogares católicos, etcétera.
¡Algunas veces se sentía como si la Iglesia estuviera siendo inundada por desastre tras desastre y que Jesús dormía durante todo esto! Pero pienso que todos hemos descubierto que cuando nos acercamos a Jesús con confianza y oración persistentes, él viene a nuestra ayuda porque él mismo es nuestra fuente de seguridad. Nada ni nadie más. Algunas veces él elimina el problema—calma la tormenta misma. Otras veces sirve su propósito al llevarnos a un lugar seguro donde podamos aprender unas cuantas cosas y hacer los cambios necesarios mientras superamos la tormenta—por ejemplo nuestros procedimientos de ambiente seguro. En cualquiera de los casos, experimentamos su poder y protección a pesar de la tormenta.
Jubilares, gracias por su testimonio fiel a Jesús, “a quien hasta el viento y el agua obedecen”. ¡Que Dios continúe bendiciéndolos—y a nosotros a través de ustedes—y que los proteja de cualquier tormenta que aún pueda presentarse en el futuro!