5º Domingo de Pascua del Año B

Publicado: May 3, 2015

Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía durante las Misas de Confirmación en la Iglesia de San Miguel de Van Buren el sábado 2 de mayo de 2015 y en la Iglesia de San Bonifacio de New Dixie el domingo 3 de mayo de 2015 y durante la Misa de Renovación del Compromiso Diaconal en el Centro Católico San Juan de Little Rock el domingo 3 de mayo de 2015.


Obispo Taylor

Vivimos en una cultura que ha sido empobrecida por el individualismo, la cual empeora por el hecho de que como sociedad valoramos la autonomía personal a costas del bien común. Nuestro mito nacional es aquel del hombre que sobresale por sí mismo, cuando en realidad no hay tal cosa.

Tal vez merezcamos mucho crédito por trabajar arduamente, pero fuimos el producto de una familia, de una comunidad, de escuelas, de un país que nos ha dado ventaja sobre otros que han trabajado arduamente de igual manera pero no cuentan con las ventajas inmerecidas con las cuales hemos sido bendecidos.

Este sentido de la importancia de comunidad ha sido históricamente una fortaleza verdadera de la Iglesia Católica — de hecho nuestro sacramento principal es aquel de “Comunión” — el cual produce la unión no solamente con Dios mediante el cuerpo y sangre de su Hijo, sino también la unión de unos con otros en el cuerpo y sangre de Jesús nuestro hermano.

Si Jesús es el alimento que da vida a todos los sarmientos de la vid, ¿Acaso no es obvio que la Eucaristía sea el medio sacramental por el cual recibimos ese alimento?

Desafortunadamente, en los Estados Unidos incluso los católicos están sufriendo más y más los efectos del individualismo, lo cual ha minado las bases de nuestra cultura — con un efecto devastador. El individualismo es ahora la célula fundamental de la sociedad, no la familia. Todos sienten el derecho de hacer lo que quieren, su propia “realización personal”, sin importar cómo afectará a los demás.

Se divorcian no debido a la violencia doméstica por lo cual el divorcio se convierte a menudo en una necesidad, sino más bien simplemente porque el matrimonio no es feliz — sin importar el daño que causará en los hijos. Muchas personas trabajan arduamente para tratar de que un matrimonio difícil perdure, a menudo motivados por la comprensión de que los hijos realmente necesitan que ambos padres vivan juntos, aun si la vida en el hogar no es tan maravillosa. Y realmente admiro a las parejas que se mantienen juntas.

Así es también con la comunidad. La comunidad algunas veces requiere que soportemos mucho y siempre requiere que vivamos por algo mayor que nosotros mismos. Y es la comunión con Dios lo que hace que esto sea posible. Así que no debe sorprendernos que ese individualismo — esa falta de sentido de comunidad, esa falta de una visión más general que pueda dar sentido y propósito a las luchas actuales — conduzca al secularismo idólatra, viviendo como si lo que Dios quiere es irrelevante en las decisiones que debemos tomar en el mundo “real” — incluyendo a las personas que aún van a la Iglesia por costumbre.

Eso es de lo que habla Jesús en el Evangelio de hoy de la vid y los sarmientos. Él enfatiza la necesidad de permanecer unidos a él porque es el único camino en el cual podremos producir el fruto que el Padre, el viñador, espera de los sarmientos. Sin una comunión con Jesús es imposible responder al Padre como él quiere porque vivir una relación con Jesús es como la savia, el alimento, que da vida a todos los sarmientos de la vid.

En el Antiguo Testamento la vid es un símbolo de la Alianza, de la unión de Dios con Israel y aquí Jesús lo usa como un símbolo no solamente de la unión con él, sino también de la unión entre los discípulos mismos. La unión con Jesús por necesidad incluye momentos para podar, tiempos difíciles de purificación para que podamos producir los frutos apropiados de discipulado.

Si Jesús es el alimento que da vida a todos los sarmientos de la vid, ¿Acaso no es obvio que la Eucaristía sea el medio sacramental por el cual recibimos ese alimento? ¡Su cuerpo unido al nuestro, su sangre ahora fluyendo en nuestras venas! Esta comunión con Jesús nos da vida eterna porque siendo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, su sangre es divina, su vida es eterna y ahora nosotros tenemos vida eterna fluyendo dentro de nosotros.

Y esta comunión con Jesús nos une también a todos los fieles creyentes que, mediante la Eucaristía, se convierten en nuestros hermanos y hermanas de sangre cuya vida compartimos ahora como sarmientos de la misma vid.

Esa comprensión, tomada a pecho, es el único camino capaz de corregir las enfermedades de nuestra sociedad y sanar las heridas que han causado tanto daño al alma de nuestro país. “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid”.