30º Domingo del Año A del Tiempo Ordinario

Publicado: October 26, 2014

Obispo Anthony B. Taylor predicada la siguiente homilía en Ministerio Universitario UCA, Conway, 26 de octubre, 2014

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Obispo Taylor

Cuando decimos que algo es más importante, implica que todo lo demás es menos importante — y no solamente en asuntos de opinión, sino en la realidad.

En el tiempo de Jesús había una doctrina que decía que todos los 613 mandamientos del Antiguo Testamento deberían cumplirse de igual manera. Todos habían sido mandados por Dios y él esperaba que los obedeciéramos completamente. Leyes rituales, leyes morales, leyes dietéticas, no importaba. ¿Recuerdan cuando Jesús tuvo problemas por no lavarse las manos antes de comer?

¿Cómo afligieron a sus discípulos por estar desgranando para comer en el Sábado? Esto lo vemos hoy respecto al tema de la inmigración cuando la gente entona: “es la ley, es la ley, es la ley” como si todas las leyes nos obligaran con la misma fuerza.

Hoy Jesús está diciendo que el amor a Dios y al prójimo deben ser la base de todas las demás leyes — morales, sociales, religiosas y gubernamentales.

En el Evangelio de hoy Jesús no solamente expone claramente que algunas leyes son más importantes que otras, cuando un doctor de la Ley le pregunta cuál es el mandamiento más importante de la Ley (o sea de la Tora, los primeros 5 libros de la Biblia) él le da una respuesta doble: no sólo uno sino dos mandamientos juntos forman el único mandamiento más importante de la Ley porque no se puede tener uno sin el otro: amarás a Dios y amarás al prójimo, a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Estos no son mandamientos nuevos; Jesús cita a Deuteronomio y Levítico, pero lo nuevo es que él dice que juntos constituyen la base no solamente de los otros 611, sino que de hecho del Antiguo Testamento entero.

Es un gran avance el que Jesús haya unidos estos dos mandamientos, pero ustedes saben que hay un gran problema aquí. La mayoría de la gente piensa que éste es el mayor mandamiento de todos. Pero no lo es. ¿Qué dicen nuestras lecturas? El mayor mandamiento “de la Ley” o sea del Antiguo Testamento. Y después de todo, amar a nuestro prójimo como a uno mismo puede o no ser mucho — muchas personas no se aman tanto a sí mismas. ¡Miren cómo tratan sus cuerpos! ¡Miren todas las opciones autodestructivas que eligen!

La primera parte de este mandamiento permanecerá — amarás a Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Pero Jesús modifica la segunda parte cuando nos da lo que en efecto es el Mayor Mandamiento del Nuevo Testamento: “amarse los unos a los otros como yo los he amado”. No solamente como nos amamos a nosotros mismos, lo cual es limitado, más bien amarse los unos a los otros más de lo que nos amamos a nosotros mismos, amar a los demás como Jesús nos ama, lo cual no tiene límite, es sacrificante y es hasta la muerte. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Este es el misterio de la cruz. También es la revolución de ternura a la cual el Papa Francisco nos llama hoy.

Hoy tratamos muchos temas controversiales enraizados en muchos tipos de leyes que tienen que ver con la moralidad, política social, derechos humanos, decisiones de nuestros gobiernos y reglas de la Iglesia, pero como vemos, aunque cada una tiene derecho sobre nosotros, no todas tienen la misma importancia. De hecho, más allá de cierto punto las leyes injustas se convierten inejecutables y por lo contrario pierden su fuerza obligatoria, aunque permanezcan en los libros.

Hoy Jesús está diciendo que el amor a Dios y al prójimo deben ser la base de todas las demás leyes — morales, sociales, religiosas y gubernamentales — y como veremos a medida que el Nuevo Testamento continua desarrollándose, las leyes morales, sociales religiosas y gubernamentales injustas conducirán a rechazar a Dios en la persona de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, a quien se supone que deberían amar con todo su corazón, alma y espíritu, y a crucificar a un hombre inocente a quien se supone que deberían amar por lo menos tanto como se amaban a ellos mismos.