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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: December 7, 2014
Obispo Anthony B. Taylor predicada la siguiente homilía en Iglesia de San Pedro, Pine Bluff, y Iglesia de Santiago, Star City, domingo, 7 de diciembre de 2014
Hace años visité a mi primo segundo Don Roth y descubrí que decoraba su casa con un árbol cada año en diciembre, lo cual me pareció extraño porque él es judío.
Pero cuando le pregunté si esto era un arbusto de Jánuca, él dijo: ¡Oh no, eso es un árbol de Navidad! Yo dije: “¡Pero tú no eres cristiano!”. Y él respondió: “Sí, pero es un día festivo nacional, así que participamos”. Eso resume bastante bien la actitud que comparten muchos cristianos estadounidenses inactivos también. De hecho, algunas veces hay una relación inversa entre la cantidad de decoraciones y el grado en que practicamos la fe verdaderamente.
En el Evangelio de hoy tenemos a Juan el Bautista, cuyo ministerio adulto preparó el camino para Jesús. Por las preguntas que él hizo, por ejemplo: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”, y por la manera en que él describe la venida de un Salvador aún no nombrado en el Evangelio de hoy: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo”, ¡es evidente que al principio Juan no sabía que estaba preparando el camino para su propio primo!
Ustedes y yo somos ciudadanos de ese Reino cuya base Juan el Bautista preparó y Jesús logró.
Él caminó con fe y llamó al pueblo a arrepentirse sin saber mucho realmente sobre lo que Dios estaba haciendo verdaderamente con su ministerio; ¡tal vez es por eso que él era muy eficaz! Dios le dio a conocer todo lo que necesitaba saber para poder preparar el camino para Jesús pero lo dejó en la oscuridad en cuanto a otras tantas cosas que estoy seguro él hubiera querido saber. Dios sabe que frecuentemente es más fácil para nosotros dejarlo en control de nuestras vidas si no tenemos ninguna otra alternativa más que confiar en él. Algunas veces nos deja en la oscuridad para que aprendamos a escucharlo mejor y a confiar más en él.
Así es como Dios preparó a Juan el Bautista, para que pudiera estar mejor capacitado para preparar a los demás para la manera totalmente inesperada en que Dios cumpliría su promesa de enviarles a su Mesías tan esperado.
Y ¿cómo los preparó Juan? ¡Al plantar en ellos el temor a Dios! Él parecía un hombre que daba miedo, vestido con pelo de camello y comiendo bichos (saltamontes). Él amenazaba al pueblo con el desastre al menos que se arrepintieran y luego borraran sus pecados para prepararse para la llegada de alguien más poderoso que él, alguien a quien incluso él no merecía servir. ¡Juan quien ayunaba y oraba constantemente, negándose a sí mismo todos los placeres de la vida, incluso él no merecía ni siquiera desatarle la correa de sus sandalias a aquel que viene! Si incluso él no era merecedor, ¡ay de aquellos mortales cuando éste más poderoso que él venga finalmente a bautizar con el Espíritu Santo—y de acuerdo a Mateo y Lucas, con fuego! El Espíritu Santo para aquellos que están preparados y fuego eterno para aquellos que no lo están.
Ustedes y yo somos ciudadanos de ese Reino cuya base Juan el Bautista preparó y Jesús logró. Renacimos en ese Reino al morir y al resucitar con Jesús sacramentalmente en las aguas del Bautismo cristiano y recibimos el bautismo de Jesús en el Espíritu Santo el día de nuestra Confirmación. No solamente se borraron nuestros pecados como aquellos que recibieron el bautismo de Juan, sino que también obtenemos la vida eterna al ser adoptados por Jesús en la misma alma y divinidad de Dios, la Trinidad en cuyo nombre hemos renacido: hijos del Padre, hermanos y hermanas de Jesús, y templos del Espíritu Santo — el logro Sacramental en nuestras vidas de la promesa de Dios en los labios de Juan el Bautista en el Evangelio de hoy.
Aun así, nunca debemos olvidar que lo que es verdad para nosotros sacramentalmente ahora debe vivirse para que la promesa general de Dios de la vida eterna se convierta en una realidad en cada una de nuestras propias vidas. El bautismo de Juan no tuvo beneficios duraderos para aquellos que realmente no se arrepintieron ni cambiaron su manera de vivir. Juan dijo claramente en el Evangelio de Mateo que el mero hecho del bautismo por sí solo no salvaría del infierno a los que no se arrepienten: “Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: ‘Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión’”.
Y esto incluso es cierto para nosotros. A diferencia de los adversarios de Jesús, nosotros sí conocemos la historia completa, se nos ha dado el don de la fe. ¡Ahora todo depende si la vivimos o no!