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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: August 10, 2014
La siguiente homilía fue predicada en la parroquia de Catedral de San Andrés de Little Rock y en la parroquia de San José de Conway el domingo 10 de agosto de 2014.
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La palabra “coraje” (valentía) proviene de la palabra “corazón”—es por eso que le llamamos a un infarto un ataque “cardiaco”. Sólo somos valientes por aquello por lo cual hemos dado nuestro corazón. Por ejemplo, los padres de familia demuestran un gran coraje cuando se trata de proteger y proveer para sus hijos, arriesgándose y sacrificándose lo cual probablemente no harían si no se tratase de su hijo. De hecho, el amor no solamente inspira valor, el actuar con valentía causa que ese amor crezca.
Profundiza nuestra preocupación por el bienestar del otro, al punto de que nuestras vidas se vuelven tan estrechamente entrelazadas que nos duele más ver sufrir a ese ser querido que a nosotros mismos si tuviéramos que sufrir la misma adversidad. La cobardía se enfoca en uno mismo y está arraigada en el temor. La valentía se enfoca en algo mayor que uno mismo y está arraigada en el amor.
Supera el temor cuando morimos a nosotros mismos.
Y ya que Dios puede hacerlo todo—comenzando con caminar sobre el agua y calmar las tormentas--¿qué hay que temer?
En los Evangelios Jesús actúa con valentía en cada encuentro y en cada situación que se presenta porque hacer la voluntad de su Padre significa invertir su corazón en nosotros plenamente, y en nuestro bienestar. Él ha venido a salvarnos del pecado y de la muerte y de todo lo que nos ata— ¡aún de nuestra propia estupidez! Es por eso que él actúa con gran valentía aun cuando se trata de sus adversarios: él no rechaza a aquellos que lo rechazan. Ceder al desánimo sería fallar al amor y por eso él continúa amándolos—y sufriendo por ellos, así como un padre de familia continua amando y sufriendo por un hijo o hija rebelde por quien sería fácil sentirse desanimado. Pero claro, ¡darse por vencido significaría olvidarse del poder salvador de Dios! Y Jesús ha venido para salvarnos.
¡Es por esa razón que el Evangelio de hoy tiene tanto que decirnos! Los discípulos están confundidos y temerosos. En el Evangelio de la semana pasada Jesús alimentó a 5,000 con cinco panes y dos peces, lo cual tuvo que ser emocionante, pero también inquietante: hay algo muy misterioso sobre Jesús y ahora ellos están descubriendo que si continúan siguiéndolo, ellos estarán en territorio desconocido. Ahora, en el Evangelio de hoy, el misterio sobre quién es Jesús verdaderamente y qué ha venido a hacer se convierte aún mayor: están atrapados en una violenta tormenta en la noche y aquí está Jesús aproximándose hacia ellos como un fantasma caminando sobre el mar. ¡Ahora todos están asustados! Y ¿qué es lo que hace Jesús? Él dice: “Ánimo, no teman, que soy yo”. Él ya está comenzando a enseñarles a poner su confianza en él. A pesar de todas las adversidades que él—y ellos—enfrentarán, y a pesar de los momentos cuando se sienten asustados al enfrentar un futuro incierto, él permanecerá con ellos para guiarlos con seguridad a través de esa experiencia.
Pero luego cuando Pedro toma el primer paso fuera de la seguridad relativa de la barca para acercarse a Jesús y enfrentar las olas con valentía, empieza a hundirse. Él se llena de pánico, pero por lo menos tiene la confianza para gritar “¡Señor, sálvame!”—y Jesús, quien ha estado ahí con él todo el tiempo, guiándolo a través de la experiencia, hace justo eso. Porque no sólo saca a Pedro fuera del agua, sino que también calma la tormenta misma. Al punto de que aquellos en la barca descubren algo sobre Jesús que causa que su amor por él—y consecuentemente su valentía—crezca, y en el proceso descubren algo nuevo y completamente inesperado sobre quién es Jesús y qué ha venido a hacer: Jesús es “¡el Hijo de Dios!”. Y ya que Dios puede hacerlo todo—comenzando con caminar sobre el agua y calmar las tormentas--¿qué hay que temer?
¿Qué me dices tú? ¿A qué le temes? ¿Le has entregado tu corazón a Jesús? Esa es la única manera en la que encontrarás la valentía necesaria para vivir fielmente la vida frecuentemente difícil del Reino de Dios ahora, y por lo tanto compartir en la alegría del Reino de Dios en el mundo futuro. La Escritura nos recuerda que el camino a la vida es angosto y que son pocos los que cuentan con la valentía y el amor abnegado para tomarlo. El camino a la perdición es ancho y está lleno de cobardes que no viven por nada mayor que ellos mismos.