Sitio oficial de la Red de la
Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: May 22, 2019
El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Iglesia de Cristo Rey en Little Rock el miércoles, 22 de mayo de 2019. Está basada en las siguientes lecturas: Hab 1:2-3, 2:2-4; Ps 42; Fil 2:5-11; y Mc 10:35-45.
Una de mis experiencias más conmovedoras estos últimos 11 años como tu obispo fue el día que nos reunimos alrededor de la camilla de Betty Friend tan sólo unos cuantos días antes de que falleciera y ella dijo algo que nunca olvidaré. Ella dijo: “le confío mis hijos a usted, los pongo en sus manos, cuide a mis muchachos”. Yo ya sabía que Betty era una mujer de gran fe en el Señor y en ese momento sentí cuánta confianza tenía en mí, o más precisamente, en la Iglesia. Ella realmente estaba entregando sus hijos al Señor en su Iglesia.
Salvo que ellos ya le habían ganado. Tanto Patrick como Joseph ya estaban en el seminario. De hecho, ella y Jerry ya habían confiado sus tres hijos al Señor desde su infancia y ellos alimentaron la fe de sus hijos en cada paso del camino. Joseph, en tu historia vocacional en el sitio Web diocesano, dijiste que sentiste un llamado al sacerdocio por primera vez cuando tenías 12 años mientras asistías a una Misa en la Preparatoria Católica.
A medida que el P. Lawrence elevaba la hostia, tú escuchaste al Señor decir: “Ven, Sígueme” mientras mirabas a los ojos de Jesús en el mosaico, que se encuentra detrás del altar. Pero, ¿sabes qué? ¡He investigado más! Tu hermano y hermana me dicen que incluso cuando eras pequeño tú ya decías que querías ser un sacerdote. Y que siempre estabas orgulloso de que tu segundo nombre Scott te lo hayan dado en honor a tu muy amado tío y gran inspiración para tu futuro ministerio.
Continúa llevando las palabras de Jesús en tu corazón y la grandeza que ya marca tu corazón humilde y abnegado continuará creciendo y dando mucho más frutos en tu propia vida, y a través de ti, ¡en la vida de los demás.
Todos nuestros seminaristas son virtuosos, pero en algunos de ellos hay una virtud en particular que sobresale de una manera extraordinaria y en tu caso, José, esa virtud es la humildad. Admiro tanto esta virtud que la elegí para mi propio lema episcopal: “Los Humildes Heredarán la Tierra”. Esta virtud está en el corazón del diaconado al cual te ordenaré hoy — la palabra diácono significa siervo — e incluso más plenamente una vez que te ordene sacerdote. El hecho de que hayas elegido lecturas para tu ordenación que enfatizan el servicio humilde y abnegado, es una clara indicación de que la virtud de la humildad ha sido desde hace mucho tiempo algo natural para ti.
En el Evangelio que elegiste tenemos a Santiago y Juan buscando ocupar los puestos más importantes en el reino que Jesús ha venido a establecer, y él responde que en su reino, la ambición de ese tipo no te llevará a ningún lado. Y lo mismo es cierto en el ministerio. Cuando estaba a cargo del programa del diaconado permanente en Oklahoma City, siempre les preguntaba a los solicitantes porqué deseaban ser diáconos. Una vez un solicitante respondió: “Bueno, de esta manera seré el segundo al mando en la parroquia y lo que yo diga tendrá más peso”. No lo aceptamos en nuestro programa.
Esto es precisamente lo que Jesús dice en el Evangelio de hoy: “Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así”. Lejos de enfocarse en la autoridad que por necesidad llega con un papel otorgado en el ministerio, Jesús se enfoca en el costo del discipulado, la muerte a uno mismo que se requiere: ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?
La humildad caritativa como la de Jesús: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”. Nuestra segunda lectura dice lo mismo. Jesús “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”.
Pepe, al presentarte tú mismo hoy para tu ordenación al diaconado, tú estás respondiendo a un llamado a la grandeza que no tiene nada que ver con la ambición terrenal y todo que ver con el servicio humilde. Sé que tu mamá está viéndote desde arriba con mucho orgullo y satisfacción hoy mientras ve que la semilla de la fe que ella y tu papá plantaron y alimentaron todos estos años florece en tu vida y da gloria a Dios.
Continúa llevando las palabras de Jesús en tu corazón y la grandeza que ya marca tu corazón humilde y abnegado continuará creciendo y dando mucho más frutos en tu propia vida, y a través de ti, ¡en la vida de los demás.