Sitio oficial de la Red de la
Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: May 8, 2015
Este es el 5º artículo de una serie de doce.
Por Clifford M. Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
La parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37) comienza con una pregunta muy importante. Un estudioso de la relación de alianza de Dios con Israel le pregunta a Jesús lo que debe hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús responde a su pregunta con una pregunta: “¿Qué está escrito en la ley¿ ¿Cómo lo interpretas?”
El experto le responde a Jesús de manera muy parecida a cómo el mismo Jesús la hubiera contestado: repitiendo los mandamientos del Antiguo Testamento de amar a Dios con todas las fuerzas (Deuteronomio 6,5) y amar al prójimo como a uno mismo (Levítico 19,18). Jesús está totalmente de acuerdo con él: “Haz esto y vivirás.”
La parábola implica que el estudioso quizá tuviera algunas dudas sobre si amaba y cuánto a quienes pudieran ser sus prójimos, y por tanto, hace otra pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”
Es una pregunta que nos debemos hacer si hemos de escuchar la parábola con un corazón abierto. Quienes estamos familiarizados con esta parábola — que ciertamente es una de las parábolas mejor conocidas de Jesús — podríamos pensar que sabemos bien el núcleo del mensaje de la parábola.
La parábola nos habla de un hombre, supuestamente un judío, atacado por bandidos en el camino entre Jerusalén y Jericó. Un sacerdote judío y otra figura religiosa judía (un levita), que vienen de Jerusalén, se dan prisa en dejar el lugar en que se dan cuenta que un hombre ha sido herido.
Los intérpretes cristianos a menudo han especulado que el sacerdote y el levita podrían haberse temido que el hombre estaba muerto y que ellos quebrantarían la ley religiosa si entraran en contacto con un cadáver. Amy-Jill Levine, una experta judía en el Nuevo Testamento que tiene un enorme respeto por las parábolas de Jesús dice, sin embargo, que lo que quiere dejar claro Jesús es que el sacerdote y el levita estaban evadiendo sus obligaciones religiosas, tanto en relación al cuidado de un hombre herido, como siendo negligentes de la obligación judía de enterrar un cadáver desatendido. Habían salido de Jerusalén y habían completado toda obligación del templo que requería evitar la contaminación por tocar un cadáver.
Sin embargo fue un samaritano, supuestamente un enemigo, quien mostró verdadero amor al prójimo cuidando de este hombre maltratado. El experto debería saber que los judíos y los samaritanos no se tenían amor mutuo. Ambos se creían obligados a cumplir la ley de Dios según había sido revelada a Moisés, incluyendo el amor al prójimo, pero la historia los había enfrentado irremediablemente. De hecho, los judíos destruyeron el templo samaritano en 128 A.C.
En la memoria samaritana esto todavía era tan amargo, que previamente en el evangelio se habían negado a recibir a Jesús y sus discípulos, porque Jesús se dirigía al odiado templo judío en Jerusalén (Lucas 9,51-53).
Dos de los discípulos de Jesús, Santiago y Juan, querían responder a estos malvados samaritanos pidiendo que cayera fuego del cielo y los consumiera, pero Jesús los reprendió (Lucas 9,54-56).
Y ahora, un capítulo más tarde, Jesús cuenta esta parábola en la que una de las mismas personas que han negado hospitalidad a Jesús y sus discípulos aparece demostrando un verdadero amor al prójimo. Un supuesto enemigo podría ser el mejor prójimo que pudiéramos esperar, y si buscamos la vida eterna, debemos amar a nuestros enemigos como si fueran los prójimos a quienes les debemos amor.
El problema hoy día, sin embargo, es que hay muchos que podrían preguntarse sobre la necesidad de amar al prójimo. En nuestras ciudades, pueblos y suburbios se ha producido un enorme cambio. Rápidamente estamos perdiendo el contacto con nuestros vecinos. Muchos de nosotros ni siquiera conocemos los nombres de nuestros vecinos. Si un vecino estuviera enfermo o tuviera alguna necesidad, ¿cuántos de nosotros lo sabríamos si nuestras vidas diarias nunca entran en contacto?
En los tiempos modernos, la pregunta ¿quién es mi prójimo? No es la misma que la del rabino. Su pregunta indica su esperanza de que haya algunos a quienes no tenga que amar como a sí mismo porque no son sus prójimos. En nuestros días la pregunta es, ¿por dónde comienzo a amar a mis prójimos si son extraños que resultan vivir muy cerca de mi vivienda?
No tenemos que esperar a que la tragedia golpee para mostrar verdadero amor al prójimo. Hoy el desafío es reconocer a nuestros vecinos como prójimos.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 9 de mayo de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.