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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: February 19, 2015
Este es el 2º artículo de una serie de doce.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
En su enseñanza, Jesús empleaba tanto parábolas largas como muy breves, porque esto era común en su cultura. Los rabinos narraban tales historias porque eran muy eficaces; las parábolas atraían a la audiencia y la movían a pensar o preguntarse o a actuar. En su comentario sobre las parábolas de Jesús, Amy Jill Levine nor recuerda que haríamos mejor en “pensar menos sobre lo que significan las parábolas y más sobre lo que pueden hacer: recordar, provocar, refinar, confrontar, turbar…”
En una sección sencilla y breve del Sermón en el Llano, en el evangelio de Lucas, y del Sermón de la Montaña en el de Mateo, encontramos un ejemplo excelente. Jesús ha estado hablando sobre los hipócritas y maestros falsos y luego dice simplemente: “un buen árbol no da frutos podridos, ni un árbol malo da buenos frutos. Todo árbol se conoce por sus frutos” (Lucas 6, 43-44; ver también Mateo 7,17-18).
Tengo un claro recuerdo de estar en segundo grado y escuchar a mi maestra hablar sobre cómo se puede distinguir un árbol por su fruto. Me imagino que nos estaba hablando de biología natural, o algo sobre las diferencias entre perales, manzanos y árboles de duraznos. Parecía una observación obvia, incluso para una niña de 7 años. Pero esa verdad sencilla sobre el mundo natural, revela algo muy profundo sobre nuestra naturaleza como seres morales.
En su contexto original del evangelio, esta enseñanza estaba dirigida a servir como fuerte advertencia contra los hipócritas. Ayudó a los que escuchaban a Jesús a evaluar a quienes se adscribían roles como profetas y maestros. Jesús estaba recordando a sus seguidores un instrumento que ha sido comprobado a través de los siglos. El criterio para reconocer a un profeta falso o verdadero siempre había sido mirar a sus hechos. Isaías y Jeremías habían notado que los justos producen buenas acciones, mientras que las acciones de los malos les acarrean el juicio (ver Isaías 3,10; Jeremías 17,10). El Salmo 1 habla del justo que es “como árbol plantado cerca de corrientes de agua, que da su fruto en su momento.”
La breve parábola del árbol y su fruto en el relato del evangelio sirve como advertencia sobre los líderes, incluidos los líderes religiosos. ¿Qué mensaje enseñan? ¿Cómo reflejan sus acciones lo que dicen creer? ¿Existe coherencia? Esta parábola, sin embargo, también sirve como examen de conciencia personal. Así como el fruto de un árbol revela su naturaleza, y la salud de tal fruto da evidencia de la vitalidad del árbol, el fruto de nuestras vidas ofrece evidencia de quiénes somos.
Podemos comenzar por considerar lo que dicen nuestras palabras y acciones sobre nosotros y sobre el Dios que habita en nosotros. ¿Se expresa el fruto de nuestras vidas en el cuidado de otros o en egoísmo? ¿Estamos produciendo palabras y acciones que comunican generosidad, o emiten un mensaje que promueve la codicia? ¿Estamos trabajando por la justicia para los marginados o alienan aun más nuestras palabras y acciones a quienes ya se sienten excluidos? ¿Comunicamos suavidad y paz, o hablan nuestras vidas del caos? ¿Qué tipo de frutos producimos?
Jesús continua en Lucas 6,45, “La persona buena saca cosas buenas del tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de su maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.” En el mundo antiguo mediterráneo, donde se gestó la Biblia, el corazón no era simplemente la sede de las emociones personales. Era, principalmente, el centro de la vida moral, intelectual, y espiritual de la persona. Se insinúa aquí que podemos hacernos conscientes de las opciones de nuestro corazón prestando atención a las cosas de las que hablamos y en dónde invertimos nuestra energía y capacidades.
Las palabras de Jesús nos recuerdan que la verdadera vida moral requiere una transformación interior, el tipo de transformación que él ofrece cuando sus palabras continúan hablándonos hoy. Un árbol puede gozar todo tipo de condiciones externas ideales: lluvias moderadas, mucha luz de sol y buenas temperaturas. Pero si no se alimenta de los ricos nutrientes del suelo, no dará fruto.
Si esta sencilla enseñanza utilizando un árbol y su fruto ha evocado algún tipo de pensamiento más profundo dentro de nosotros, o un deseo de examinar la rutina de nuestros actos y pensamientos, la parábola habrá seguido haciendo su trabajo.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 14 de febrero de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.