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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: April 14, 2015
Este es el 4º artículo de una serie de doce.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Muchos jardineros se reirían de la idea de que la semilla de mostaza es la más pequeña de las semillas, como indica Jesús en al menos dos usos de esta imagen en los Evangelios. De hecho, existen semillas más pequeñas y hay incluso evidencia de ellas en el Mediano Oriente. Y, a decir verdad, la mayoría de las variedades de semilla de mostaza no producen árboles grandes. Más bien, arbustos pequeños o medianos o un árbol relativamente pequeño podría brotar donde se plantan semillas de mostaza.
Quizá debamos admitir que Jesús no estaba primordialmente preocupado con la ciencia de la agricultura o la botánica. Pero tenía una enorme maestría en el uso de los elementos naturales para despertar la imaginación religiosa de su audiencia.
En Marcos 4,30-32, Mateo 13,31-32, y Lucas 13,18-19, Jesús habla de modos ligeramente distintos sobre la pequeña semilla de mostaza, la gran planta que produce, y la protección que se da a los pájaros que hacen nido en sus ramas. En cada uno de los casos, ofrece una imagen para describir el reino de Dios (o el reino del cielo en Mateo).
Una aproximación a la comprensión de estas parábolas de la semilla de mostaza es quedarse en la semilla misma. Se podría ver como símbolo de la fe, como se dice más tarde en el Evangelio de Mateo, donde dice Jesús: “si tuvieran la fe de un grano de mostaza, le dirían a esta montaña, ‘Muévete ahí,’ y se movería” (Mateo 17,20). En tal escenario, el centro de la atención es la pequeña cantidad de fe que puede dar fruto y producir obras asombrosas.
Otro ángulo se enfoca en el árbol o gran planta resultante. Esto enfatiza el valor de una espera paciente por el crecimiento, creyendo que, así como al fin la vegetación brota, también la fe, una vez arraigada, se convertirá en un signo vibrante que todos puedan ver y admirar.
Quizá no sean tan populares las interpretaciones que se centran en la función del árbol o de la planta. Los pájaros del cielo pueden encontrar un refugio temporal o incluso un lugar de residencia en sus ramas. ¿Podría alguien que escucha imaginarse a sí mismo como el que necesita tal refugio en la fe de la iglesia? ¿O podría sentirse segura sabiendo que su fe crece fuerte y hermosa?
Todos estos son modos posibles de entrar en lo que llamamos la parábola de la semilla de mostaza, pero una clave más es que al usar esta imagen, Jesús lo hace con la intención de describir el reino de Dios. Desde un comienzo, Juan Bautista y Jesús habían estado anunciando el reino, no como una posibilidad remota, sino como una realidad bastante cercana: “¡El reino de los cielos está cerca de ustedes!” (Mateo 3,2; 4,17; Marcos 1,15).
Cuando envió a los setenta y dos, Jesús advirtió a sus seguidores que esperaran resistencia, pero que se quedaran donde los recibieran, para curar a los enfermos y asegurarles de que “el reino de Dios está cerca de ustedes” (Lucas 10,9-11). Cuando los fariseos le pidieron que identificara cuándo llegaría el reino de Dios, Jesús respondió: “La llegada del reino de Dios no se puede observar, ni nadie anunciará: Mira, aquí está. O, ahí está. Porque el reino de los cielos está dentro de ustedes” (Lucas 17,20-21).
¿Qué nos hace renuentes a creer que el reino que trajo Jesús de hecho está en medio de nosotros? Un día de mirar los titulares de las noticias, o de lidiar con el conflicto en nuestras familias, o de registrar los abusos contra niños o contra el medio ambiente, u otras muchas cosas puede ciertamente impedirnos escuchar lo que Jesús dice claramente. ¿Cómo puede estar el reino de Dios en medio de nosotros cuando tenemos tantas evidencias en contra?
Pero debemos ver. Esa ínfima semilla de mostaza apenas se puede detectar escondida entre los terrones de suciedad y barro donde está plantada, y sin embargo encierra en ella un potencial de abundancia. De manera similar, tenemos que buscar incluso las señales más mínimas del reino de Dios, confiados en que la plenitud de ese reino emergerá mientras esperamos y creemos y trabajamos en este jardín que es nuestra tierra.
Cuando pronunciamos las palabras que Jesús enseñó a sus seguidores, invitamos la llegada del reino de Dios y el cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. Esa mínima semilla del reino de Dios se arraiga en el aquí y ahora, en los lugares donde vivimos y trabajamos y sostenemos a nuestras familias.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 11 de abril de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.