6º Domingo de Pascua del Año A

Publicado: May 25, 2014

La siguiente homilía fue predicada en la parroquia de Santa Inés de Mena el sábado 24 de mayo de 2014 y en la parroquia de Santa María de Siloam Springs el domingo 25 de mayo de 2014.

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Obispo Taylor

Había tiempo cuando éramos niños demasiado pequeños para entender, de modo que nuestros padres no podían utilizar el razonamiento para enseñarnos y protegernos, por lo que tuvieron que recurrir a los incentivos ("te voy a dar una galleta si haces esto") y desincentivos ("te voy a castigar si no dejas de hacer eso").  En ambos de los casos los padres utilizan la fuerza--por lo menos la fuerza de su autoridad--para lograr un buen objetivo.  Pero llega un momento en el que comienzan a utilizar la persuasión para formarnos en lugar de la coacción, y es entonces cuando empezamos a abrazar sus valores para que sean también nuestros.

Había una vez un tiempo cuando era suficiente para muchos tener a una Iglesia que recurre a incentivos ("si haces eso irás al cielo") y desincentivos ("irás al infierno si no dejas de hacer eso") con el fin de ayudarnos a llevar una vida que nos conduce al cielo, casi siempre después de una temporada en el purgatorio.  En esos días la mayoría de las personas eran creyentes devotos, pero no muy bien educados, y por lo tanto--debido a su preocupación por nuestro destino eterno--la Iglesia se valió de su autoridad moral para lograr un buen objetivo, respaldada por la doctrina y las prácticas devocionales sólidamente arraigadas en la enseñanza de Jesucristo.

Pero esos días ya están en el pasado.  La mayoría de las personas en nuestra sociedad ya no son creyentes devotos--vemos esto, por ejemplo, en la facilidad con que la gente de hoy está dispuesta a aceptar la idea del matrimonio entre personas del mismo sexo.  Y la mayoría de los católicos somos mejor educados que en el pasado.

Jesús nos envía para ser uno de los medios por los cuales él continúa su misión de rescatar a la gente de la potestad de las tinieblas y formarla en el camino de la verdad y la vida

La pregunta para nosotros es: ¿cómo vivir y proclamar la Buena Nueva de Jesús en las circunstancias actuales?  Hoy muchas personas toman decisiones que son autodestructivas--están ciegos a las consecuencias negativas para ellos mismos y para la sociedad.  Pero las advertencias sobre el infierno no funcionan con aquellos que ya no están seguros de si creen aún en Dios o no. 

Lo que puede funcionar, sin embargo, es la persuasión. Y no sólo la persuasión práctica y mundana--como, por ejemplo, la de señalar cómo las malas decisiones pueden convertir nuestra vida en un infierno ya en este mundo; ¡pues hasta los ateos podrían decir eso!  Sino más bien, la persuasión espiritual, lo que Pedro llama en la Segunda Lectura "dar razón de nuestra esperanza"--compartiendo la diferencia que ha hecho en nuestra vida una relación viva con Jesucristo.

Dios ha puesto un hambre por Jesús--muchas veces no reconocido--en el alma de cada persona en este planeta, una necesidad muy sentida por la misericordia y el perdón que sólo él puede llenar, un aliado interno que está disponible para debilitar la resistencia de la persona al movimiento del Espíritu Santo.  En el Evangelio de hoy, Jesús promete enviar "otro Consolador...el Espíritu de la Verdad a quien el mundo no puede aceptar".  Y una vez que Dios nos llena con el Espíritu Santo a través del Sacramento de la Confirmación, Jesús nos envía para ser uno de los medios por los cuales él continúa su misión de rescatar a la gente de la potestad de las tinieblas y formarla en el camino de la verdad y la vida...una verdad que el mundo no acepta. Pero también es la verdad que responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano...y sin embargo la mayoría de la gente todavía no lo sabe.  ¡Obviamente nos queda mucho trabajo!

Por lo tanto, el Señor nos envía hoy, capacitados por el Espíritu Santo, para "dar razón de nuestra esperanza."  Hemos experimentado la misericordia y el perdón que viene de nuestra participación en la victoria de Jesús sobre el poder del pecado y de la muerte, y ¡ahora es nuestro deber--y privilegio--de compartir ese don con los demás!