5ª Domingo de Pascua, Año C, 2025

Publicado: May 18, 2025

El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía durante la Misa de Institución de Acólitos de los Seminaristas en la Catedral de San Andrés en Little Rock el domingo, 18 de mayo de 2025.


Obispo Taylor

En el Evangelio de hoy, Jesús habla de gloria y amor, y lo que dice es lo contrario de lo que la gente piensa. La mayoría piensa que la gloria significa la estima de los demás y admira a quienes buscan las cuatro “p” perniciosas: poder, posesiones, placer y prestigio.

Pero en nuestro Evangelio, vemos que la verdadera gloria solo la disfrutan quienes abrazan la cruz, viviendo vidas de amor sacrificial.

Nuestro pasaje comienza con Judas saliendo a pactar con los adversarios de Jesús, por lo que es evidente que todas las palabras de Jesús sobre la gloria se pronuncian a la sombra de la cruz. "Cuando Judas los dejó, Jesús dijo: 'Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado con él. Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificará en sí mismo ...'"

Las personas a las que más lastimamos suelen ser las que más amamos ... y es doblemente trágico cuando nuestro orgullo nos impide humillarnos y buscar su perdón. Esa fue la verdadera tragedia en la vida de Judas; también fue la gracia salvadora de Pedro. 

Así pues, la gloria de Jesús es el fruto de su sacrificio y hace dos conexiones más entre la gloria y el sacrificio.

1.) La cruz de Jesús glorifica a su Padre. ¿Por qué? Porque al aceptar esta cruz como la voluntad de su Padre, él obedece a su Padre y, por lo tanto, lo honra. Experimentamos esto en nuestras familias: cuando los hijos obedecen a sus padres, los honran ... cuando los desobedecen, los deshonran. Cuando no hacemos lo que nos pide Dios, lo deshonramos.

2.) ¡La cruz de Jesús glorifica a nosotros! Al sacrificar a su Hijo, Dios, a quien debemos honrar, ¡nos honra! Eso es lo más asombroso de la gloria: incluso para Dios la gloria es fruto del sacrificio. En la encarnación, Dios se humilla, asumiendo nuestra condición humana quebrantada para liberarnos del poder del pecado y de la muerte.

Pero no solo busca nuestro aprecio: ¡quiere nuestro amor! La gloria de Dios se revela con mayor claridad en Jesús retorciéndose en agonía en la cruz, tras haberlo sacrificado todo por amor a nosotros: impotente; sin poseer ni siquiera su ropa; burlado y completamente degradado. Un amor que de ninguna manera merecemos, un amor que nos ofrece una parte de su gloria.

Y luego, en la segunda mitad de nuestro Evangelio, Jesús nos dice que espera de nosotros ese mismo amor a cambio, que es donde también reside nuestra mayor gloria. "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, que también ustedes se amen los unos a los otros".

Jesús nos amó sin pensar en su propio beneficio, y como así nos ha amado, así nos manda amar a los demás sin pensar en nuestro propio beneficio. ¡Fíjense, esto no es una simple recomendación! Él dice: "¡Les doy un mandamiento nuevo!"

En este sentido, quisiera señalar algo que a menudo pasamos por alto con respecto a Jesús y a nuestras propias relaciones: que él nos ama con comprensión. Jesús sabía de antemano quién lo traicionaría, quién lo negaría y quién lo abandonaría ... los aceptó tal como eran, con defectos y todo, y cuando llegó el momento, los perdonó. Y sabe lo mismo de nosotros.

Si Jesús quiso reclutar a doce hombres con las mejores cualidades humanas, tenía muchas mejores opciones que los hombres groseros que eligió para su círculo íntimo. ¡Así es como debemos amar también nosotros! Sin hacer distinción de personas y siempre dispuestos a perdonar porque conocemos nuestra propia necesidad de perdón.

Y esto es especialmente cierto con respecto al perdón en las familias. Como dicen, puedes elegir a tus amigos, pero no a tu familia ... ¡te guste o no! Y el amor demasiado orgulloso para perdonar o buscar el perdón se marchitará y morirá. Las personas a las que más lastimamos suelen ser las que más amamos ... y es doblemente trágico cuando nuestro orgullo nos impide humillarnos y buscar su perdón.

Esa fue la verdadera tragedia en la vida de Judas; también fue la gracia salvadora de Pedro. "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros."