3er Domingo de Pascua del Año B

Publicado: April 19, 2015

Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía durante la Misa de confirmación en la Iglesia de Cristo Rey de Fort Smith el sábado 18 de abril de 2015, y durante la Misa de confirmación en la Iglesia del Inmaculado Corazón de María de Marchè y la Iglesia del Santo Redentor de Clarksville el domingo 19 de abril de 2015.


Obispo Taylor

Muchos de ustedes conocen la respuesta a esta pregunta: “¿Por qué te hizo Dios?” “Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida, y para ser felices con él para siempre en la próxima”. Pero esto genera otra pregunta: ¿cómo podemos conocer a Dios?

Conocemos todo lo demás por medio de nuestros cinco sentidos, pero no podemos ver a Dios — por lo menos no directamente. Ni escucharlo, olerlo, sentirlo o degustarlo, al menos no en la manera que convencería a aquellos que no creen. En el tiempo de Jesús había tres enfoques básicos para adquirir conocimiento de Dios, los cuales algunas personas continúan buscando hoy, pero sólo uno funciona realmente.

Intelecto — Los antiguos filósofos griegos estaban convencidos de que podrían llegar al conocimiento de Dios mediante el razonamiento intelectual, pero aunque podían usar la lógica para deducir cosas sobre Dios — principalmente sobre las cosas que Dios no era — no podían pensar más allá lo suficiente para conocerlo en realidad. Un resultado práctico fue que sus conclusiones teóricas sobre Dios no tenían necesariamente un impacto significativo de cómo vivir sus vidas realmente. De hecho, algunos de los filósofos griegos más famosos no eran hombres muy buenos. Por lo menos no desde una perspectiva moral. Y lo mismo ocurre hoy.

El verdadero conocimiento de Dios tiene, por necesidad, un impacto poderoso en cómo vivimos nuestras vidas.

Emociones — Otros pensaban que podrían adquirir conocimiento de Dios mediante sentimientos, en lugar que por medio de su intelecto, y había cultos exóticos en el mundo antiguo que buscaban encontrar a Dios mediante dramatizaciones altamente cargadas de los mitos de los dioses paganos diseñadas para producir sentimientos tóxicamente poderosos de identificación personal con estos dioses. Pero estas experiencias emocionales siempre eran transitorias, y aunque muchas de estas prácticas anormales permitían que los participantes escaparan de sus vidas ordinarias por un tiempo, no conducían a ningún conocimiento genuino de Dios tampoco. De hecho, algunas veces estas nuevas pasiones desordenadas alejaban a las personas de Dios. Y lo mismo ocurre con experiencias semejantes de culto emocional hoy.

Revelación — Y luego estaba la comprensión judía — y luego la cristiana — de que el conocimiento de Dios llegaba no mediante especulaciones humanas o experiencias exóticas, sino solamente mediante la revelación misma de Dios. El intelecto nos puede ayudar a entender mejor la revelación de Dios — a esto lo llamamos Teología. Y las emociones nos pueden ayudar a aceptar la revelación de Dios más plenamente — a esto lo llamamos fervor. Pero la base, la puerta de todo lo demás, es la propia auto-revelación de Dios. Vemos esto, por ejemplo, en el Evangelio de hoy cuando Jesús se apareció a sus discípulos para revelarles la realidad de su resurrección corporal, diciendo: “Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Luego abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras, enseñándoles lo que no podrían haber deducido intelectualmente o descubierto de otra manera si él no se les hubiera revelado.

Y como vemos a lo largo de las Escrituras, Dios no solamente se revela a sí mismo como santo, su santidad nos obliga a aquellos que le rendimos culto a ser santos también. El verdadero conocimiento de Dios tiene, por necesidad, un impacto poderoso en cómo vivimos nuestras vidas y si no nos conduce a la obediencia, a hacer la voluntad de Dios, entonces no es conocimiento en absoluto — sin importar cuán elocuentemente filosofemos o cuán intensamente sintamos.

Como Juan escribe en su Segunda Lectura de hoy: “En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos. El que dice: ‘Yo lo conozco’, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él”. ¡Conócelo, ámalo y sírvele!