33º Domingo del Año A del Tiempo Ordinario

Publicado: November 15, 2014

Obispo Anthony B. Taylor predicada la siguiente homilía en Campamento Beaverfork, Conway, 15 de noviembre de 2014


Obispo Taylor

Aquellos de nosotros aquí presentes quienes trabajamos para una compañía que ofrece beneficios de jubilación probablemente tiene fondos invertidos en el mercado de valores, y si fuese así tal vez les preocupe cierta inestabilidad reciente en el mercado.

Es por eso que la primera cosa que un buen consejero financiero hace es ayudarnos a identificar nuestras metas y evaluar nuestro nivel de tolerancia al riesgo. Algunas personas se inclinan hacia inversiones de bajo riesgo, aun si los ingresos no son tan grandes. Otros progresan al tomar riesgos y se inclinan hacia inversiones más especulativas, aunque las posibilidades de obtener ingresos espectaculares no sean tan grandes en realidad. Pero en cualquiera de los casos, aquellos que hacen inversiones arriesgándose por lo menos hasta cierto grado generalmente sobrepasan a aquellos que sólo se quedaron sentados con su dinero, sin hacer ninguna inversión.

De hecho, si sólo escondes tu dinero en una alcancía, realmente perderás tu dinero al pasar el tiempo aunque todavía tengas la misma cantidad de billetes. La razón es la inflación. Nuestro Índice del Precio al Consumidor es 236, lo que quiere decir que el dólar que hayas colocado en una alcancía en 1974 cuando el IPC era 49 ahora sólo tiene un valor de 204 al comprar algo el día de hoy. Ese mismo dólar invertido en el mercado de valores en 1974 cuando el índice DOW era 672 tiene un valor de $24 hoy — un aumento de 12,000% en valor en comparación al dólar escondido en 1974 que hoy tiene un valor de 204. En ese largo periodo de tiempo, la cosa más irresponsable que puedes hacer es rehusarte a tomar riesgos: seguro, tal vez pierdas dinero en cualquiera de los casos pero si no tomas riesgos es casi seguro que pierdas dinero debido a la inflación. Aférrate tanto a tu dinero y ten por seguro que lo perderás.

Nuestra disposición o rechazo a tomar riesgos por Dios revela si verdaderamente creemos o no en Dios y qué tipo de Dios creemos que él es.

En el Evangelio de hoy Jesús dice que lo que es verdad en relación al dinero aplica al resto de la vida también. Un hombre rico confió a sus servidores con 1, 3 y 5 talentos (una unidad de moneda) y luego se fue de viaje. El tercer servidor escondió su dinero en la tierra. Pensó que con tan sólo sentarse sobre su talento, había protegido el dinero de su patrón… después de todo, no perdió nada. ¡Pero en realidad sí, debido a la inflación! Así que mientras los primeros dos servidores tomaron riesgos calculados que podrían haber sido contraproducentes para ellos, ¡aquel que rehusó arriesgarse, irónicamente, fue el irresponsable! Los dos que se arriesgaron tal vez habrían perdido dinero (es por eso que es un riesgo) pero aquel que no se arriesgaría de seguro perdería su dinero… de hecho, la única cosa a la que no se arriesgaría sería a multiplicar el dinero. La decisión estaba entre tomar riesgos con responsabilidad y evitar arriesgarse por irresponsabilidad. 

El significado de esta parábola para nuestras vidas es tan obvio que nuestro talento ya no se refiere principalmente a la unidad de la moneda antigua de la cual se deriva esta palabra, sino que más bien se ha convertido en nuestra palabra principal para las habilidades que tienen aún más valor—talentos—que Dios nos ha confiado para usar a su servicio. Y aún más que con las inversiones financieras, nuestra inversión fiel de uno mismo… usando nuestras habilidades al servicio del Señor… inevitablemente requiere que nos arriesguemos. Y en donde un buen consejero financiero comienza por ayudarnos a identificar nuestras metas y evaluar nuestro nivel de tolerancia al riesgo, un buen consejero espiritual comienza por ayudarnos a escuchar el llamado de Dios y evaluar los talentos que él nos ha dado para usarlos para ese propósito.

¿Han escuchado ustedes el llamado de Dios? Cada uno de los tres hombres en nuestro Evangelio escucharon el llamado de su patrón, pero sólo dos de ellos respondieron. Dense cuenta que también el llamado del patrón no fue explícito, sus deseos no fueron obvios inmediatamente. Ellos tenían que discernir lo que él quería, no se les comunicó directamente con palabras: él no les dijo a ellos qué hacer. Si en realidad lo escuchan con su corazón, ellos sabrán lo que él quiere--¡ellos son sus servidores después de todo! Y también nosotros.

Nuestra disposición o rechazo a tomar riesgos por Dios revela si verdaderamente creemos o no en Dios y qué tipo de Dios creemos que él es. El tercer servidor cree en un Dios despiadado, exigente. Él dice: “Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero.”

El creer que Dios lo castigaría si perdía cualquier dinero lo hizo tener miedo de arriesgarse con ello; él creyó en un Dios que sólo se preocupa por el resultado final, quien exige resultados concretos. Por contraste, los dos primeros servidores creyeron en un Dios misericordioso que sólo pide que seamos fieles. Su confianza en la misericordia de Dios les dio la confianza de ir adelante y tomar los riesgos necesarios porque sabían que si trataban de hacer lo mejor pero perdían el dinero, en realidad no importaría tanto — de todos modos es sólo papel. Como la Madre Teresa, quien arriesgó todo por el Señor, dice: “Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel”.