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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: October 23, 2022
El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía el domingo, 23 de octubre de 2022.
Cuando estaba en la primaria hace más de 60 años parecía que la mayoría de los pecados eran mortales y que la mayoría de la gente iría al infierno. Los buenos católicos que iban a la Comunión cada domingo se preparaban yendo a la confesión cada sábado. Nuestra lucha contra el pecado era apoyada por el pudor de la década de los 50 y principios de los 60: Las camas individuales en la recámara de "Yo Amo a Lucy" era de lo más atrevido que aparecía en la TV.
Luego llegó la revolución sexual al mismo tiempo cuando nuestra Iglesia post-Vaticano II estaba articulando un entendimiento más positivo sobre la naturaleza humana y el péndulo se movió al otro extremo.
Ahora parece que ningún pecado es mortal y que todos van al cielo. Si algunas personas van a la confesión dos veces al año es mucho y si no estás luchando contra el pecado en tu vida diaria, es posible que no puedas pensar en mucho qué decir cuando llegues allí.
Si no podemos pensar en ningún pecado para confesar, ¿es porque no cometemos pecados o por ignorancia? ¿Nos rehusamos a ver que hay ahí porque no queremos arrepentirnos, no queremos cambiar nuestros caminos?
En el Evangelio de hoy tenemos la historia del Fariseo y el publicano. Al principio parece que el Fariseo prejuicioso se parece a la gente pudorosa de la década de los 50 y el publicano a la gente inmoral de hoy pero de hecho es todo lo contrario. La parábola no se trata acerca de los justos vs. injustos sino más bien acerca de la falta de arrepentimiento vs. arrepentimiento y a mucha gente hoy le falta arrepentimiento como al Fariseo.
Él no tenía problema en criticar a los demás pero ignoraba sus propios pecados — se rehúsa a ver qué hay en su propia vida que necesita cambiar. A él le gusta su manera de ser así que simplemente le agradece a Dios por hacerlo un gran tipo. ¿Suena familiar? En las últimas seis décadas nuestra sociedad se ha vuelto muy permisiva — ¡todo está permitido! Esto nos deja y especialmente a nuestros niños en gran riesgo porque incluso si se hace por ignorancia, las malas obras causan mucho daño.
La ignorancia es una de las armas más peligrosas de Satanás. El publicano por otro lado, con todas sus faltas, se enfrentó a lo malo que había hecho así que hay esperanza para él. Él estaba cansado del daño y estaba listo para arrepentirse, listo para un cambio, que era todo lo que Dios necesitaba para liberarlo. Ahora para que él permanezca libre, él tiene que estar alerta y luchar conscientemente contra el pecado por el resto de su vida.
Lo mismo es cierto para ustedes y para mí. Si no podemos pensar en ningún pecado para confesar, ¿es porque no cometemos pecados o por ignorancia? ¿Nos rehusamos a ver que hay ahí porque no queremos arrepentirnos, no queremos cambiar nuestros caminos? Para algunos de nuestros jóvenes que crecen en esta era permisiva, la idea misma de tener que estar alerta y tener que luchar contra el pecado puede ser un concepto totalmente nuevo, pero es tan antiguo como la Biblia y como ese publicano que fue al Templo a orar.
Por todo su arrepentimiento, él regresó a casa perdonado — ¡un hombre nuevo! — mientras que el Fariseo que pensó que no tenía nada que confesar, no. Fíjense: El Fariseo pudo haber tenido muchas virtudes — no era ladrón, injusto o adúltero; él ayunaba y daba el diezmo — pero todo fue en vano porque él uso estas buenas obras para un fin malo: enaltecerse a sí mismo a expensa de los demás.
Él torció las mismas obras que debieron acercarlo más a Dios en comparaciones egoístas y arrogantes que lo glorificaban a él en vez de Dios, por lo tanto separándolo finalmente del mismo Dios a quien se suponía que sus buenas obras estaban sirviendo. El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.