27º Domingo del Tiempo Ordinario, Año A

Publicado: October 4, 2020

El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Iglesia de Nuestra Señora del Buen Consejo en Little Rock el domingo, 4 de octubre de 2020.


Obispo Taylor

Como muchos de ustedes, fui criado en un hogar maravilloso. Mis padres hicieron un gran esfuerzo para que nuestra casa se adaptara a las necesidades de la familia. Cuando éramos niños, todo lo que mis padres esperaban era que tuviéramos una buena actitud e hiciéramos nuestras tareas.

Una vez que nos convertimos en adolescentes, aprendimos que su amor era incondicional, pero quedarse en la casa no lo era. Ciertas actitudes eran incompatibles con la permanencia en casa. Si nuestra mala actitud estaba dirigida a nuestros padres, corríamos el riesgo de que nos invitaran a vivir en otro lugar: "¡Ningún hijo mío le va a hablar así a su madre! ¡No mientras tú permanezcas bajo este techo!" 

Aprendimos que mientras viviéramos en la casa de nuestros padres, seríamos responsables de nuestro comportamiento allí.

¿Por qué Dios nos hizo? Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida, y ser feliz con él para siempre en la vida que viene. No para promover nuestros propios propósitos o construir nuestros propios reinos, sino para construir su reino, para administrar fielmente todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos.

En el evangelio de hoy, Jesús cuenta la historia de un grupo de personas que vivían en una granja que no era la suya. Eran agricultores arrendatarios que habían contratado pagar el alquiler al propietario. El propietario hizo un gran esfuerzo para que esta finca sirviera a las necesidades de sus inquilinos: plantó un viñedo, puso una valla alrededor, cavó un hoyo para el lagar y construyó una torre de vigilancia.

Todo lo que esperaba a cambio era que cumplieran su contrato de devolverle una parte de la cosecha como pago de la renta. Al igual que con los inquilinos en cualquier lugar, si no pagan, serán desalojados. Si son buenos inquilinos que se atrasan en sus pagos debido a circunstancias fuera de su control, el propietario podría ayudarlos a solucionar el problema. Pero si amenazan hacerle daño, puede estar seguro de que hará todo lo que esté en su poder para desalojar a esos inquilinos y responsabilizarlos por los daños.

Tú y yo vivimos en un mundo que es nuestro hogar temporal. Vivimos en un país que es libre y sigue siendo uno de los países más prósperos del mundo. El dueño celestial de esta casa ha hecho un gran esfuerzo para rodearnos de todo tipo de beneficios diseñados para satisfacer nuestras necesidades. Comemos bien, tenemos ropa bonita y un techo sobre la cabeza. Y todo lo que Dios espera a cambio es una buena actitud y que hagamos nuestras tareas.

¿Por qué Dios nos hizo? Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida, y ser feliz con él para siempre en la vida que viene. No para promover nuestros propios propósitos o construir nuestros propios reinos, sino para construir su reino, para administrar fielmente todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos.

Lo primero que hacen los inquilinos malvados es negarle al terrateniente su parte del producto. Una vez que se han acostumbrado a retener al amo lo que es legítimamente suyo, e incluso abusan a sus agentes de cobranza, los malvados inquilinos dan el siguiente paso lógico. Rechazan al dueño por completo. Matan a su hijo e intentan apoderarse de la propiedad ellos mismos. ¿Qué hace el dueño legítimo? Destruye a esos inquilinos y confía su propiedad a otros.

Cuando tú y yo somos buenos administradores del tiempo, el talento y el tesoro que Dios ha puesto en nuestras manos, no lo hacemos porque Dios lo necesite, sino porque nosotros tenemos la necesidad de dar. De lo contrario corremos el riesgo de olvidar que somos inquilinos. Podemos empezar a engañarnos pensando que somos los dueños de la propiedad que Dios ha puesto a nuestra disposición, que somos libres de disponer de ella como nos plazca.

Que nunca tendremos que rendir cuentas de lo que hemos hecho con la propiedad de nuestro amo. Ser buenos administradores de todo lo que Dios nos ha dado también sirve para recordarnos quiénes somos y que estamos unidos a Dios en una relación de amo y siervo.

Nuestro maestro nos ama incondicionalmente, pero no es tonto y sabe lo que estamos haciendo. Llegaremos a conocer, amar y servir a Dios verdaderamente sólo si sabemos quiénes somos en relación con Dios: ¡que somos sus inquilinos, de quienes Él espera un retorno!