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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: January 14, 2017
Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Catedral de San Andrés de Little Rock el sábado, 14 de enero de 2017.
El domingo pasado en la fiesta de la Epifanía me acordé de algo que me pasó en Kenia en 1979 cuando fui a decirles a los padres de una joven en nuestra escuela parroquial que ella estaba embarazada.
Sabiendo cómo reaccionarían unos padres americanos a tal noticia, me tocó al corazón ver lo muy emocionados que estaban al saber que un nuevo bebé estaba en camino.
Esa epifanía reforzó mi convicción que cada bebé es un tesoro — ahora tendrán que cuidar un bebé pero su actitud era: “¡Es sólo un precio pequeño que hay que pagar para tener el don de la vida!”
Es una cosa hablar del racismo en el abstracto, pero otra cosa ir al museo de la Central High School y mirar las fotos de los jóvenes que sufrieron las burlas al intentar ir a la escuela y las fotos de adultos aterrorizados al ser atacados por los perros malos en Selma.
Otra epifanía en África fue mi sorpresa al ver que los kenianos se portaban de modo distinto a los afro-americanos. Esto me abrió los ojos a las expectativas raciales que yo llevaba todavía adentro.
También vivió allá un afro-americano de Holly Springs, Misisipi, que había ido a África para buscar sus raíces, pero que ya había concluido que las únicas raíces recuperables que tenía estaban en los Estados Unidos, y no en África.
Él tuvo mucho más en común conmigo que con los kenianos que se parecían más a él pero que eran muy distintos culturalmente. Y yo tuve más en común con él que con los misioneros italianos con quienes viví.
Esa epifanía me ayudó a empezar a pensar en modo distinto, lo que es el propósito de toda epifanía. Una vez que los primeros cristianos comprendieron lo que significaba cuando Juan Bautista dijo que Jesús era “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” se dieron cuenta que para seguir a Jesús, hay que actuar en modo distinto, continuando su obra de reconciliación para ser también nosotros una epifanía de la presencia continua y reconciliadora de Jesús en nuestro mundo.
Y nosotros católicos estamos bien posicionados para hacer precisamente eso. Por una cosa, nosotros católicos esperamos que feligreses de diferentes etnicidades adoren juntos sin que sea nada excepcional. No siempre vivimos a la altura de lo mejor que hay en nosotros, pero sí sabemos que Jesús espera que incluyamos a todos porque somos una sola familia de creyentes.
Jesús nos llama a todos a hacer todo lo que podamos para abrir los ojos y los corazones de nuestra nación. Y el mejor modo de hacerlo es al poner a la gente en contacto con el lado humano de los asuntos que enfrentamos, y ya que este es el fin de semana del cumpleaños de Martín Luther King, Jr. reconozco que ese era su modo de actuar.
Es una cosa hablar del racismo en el abstracto, pero otra cosa ir al museo de la Central High School y mirar las fotos de los jóvenes que sufrieron las burlas al intentar ir a la escuela y las fotos de adultos aterrorizados al ser atacados por los perros malos en Selma.
Al poner un rostro humano a estos eventos, estas fotos hablan no sólo a nuestra mente, sino también a nuestro corazón, que es el lugar de la conversión.
Y lo mismo se verifica en los demás asuntos que enfrentamos. Es una cosa discutir la inmigración, pero cuando pones un rostro humano a lo que significa vivir como un residente de segunda clase en nuestro país, todo cambia … por ejemplo, jóvenes que — por falta de papeles — no pueden ir a la universidad y ni siquiera buscar trabajo, y que viven con el miedo de ser deportados a un país que muchos de aquellos que fueron criados aquí apenas pueden recordar.
¡Todos sabemos qué diría Jesús al respecto! Y también el Dr. King. Esa dimensión humana es lo que hace falta en nuestro discurso nacional--sobre todo este año.
Al poner un rostro humano a las injusticas que las personas sufren hoy, nosotros podemos hacer que la enseñanza de Jesús continúe haciendo una diferencia hoy. Nuestro país está cubierto por una oscuridad de espíritu más cruel que aquel de esa sociedad de hace 2017 años, al cual Dios nos mandó a un Salvador para romper el poder del pecado y de la muerte.
Ahora este Salvador nos invita a verternos por completo, como lo hizo él, para continuar su no-todavía-completa obra de edificar su reino de verdad y justicia en nuestro mundo de hoy.