17º Domingo del Tiempo Ordinario, Año B 2021

Publicado: July 24, 2021

El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Iglesia del Santo Redentor en El Dorado el sábado, 24 de julio de 2021.


Obispo Taylor

Cuando nosotros éramos bebés, éramos totalmente dependientes y, sin embargo, no nos faltaba nada de lo necesario debido a la providencia divina. Dios nos dio padres, y especialmente una madre, para mantenernos. Y lo hacían con amor. Aprendimos a confiar en que nuestra madre nos proveería leche, calor y alivio de un pañal sucio.

Experimentamos la providencia divina sin siquiera pensar en ello: Dios nos proveía a través de ella ... y, naturalmente, lo dimos por sentado. Parte del proceso de maduración implica la separación de la protección directa de los padres, que si se maneja bien nos acerca a Dios, pero que si se maneja mal nos distancia no solo de nuestros padres, sino también de Dios.

¿Han notado que rebelarse contra los padres y contra Dios a menudo van de la mano? Cuando nos olvidamos de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, podemos comenzar a imaginar que todo depende de nosotros ... que los éxitos y fracasos son obra nuestra, que tenemos que proveer por nosotros mismos en todo momento ... y así olvidamos nuestra dependencia en Dios y en los demás para todas las otras cosas importantes en la vida.

Cuando nos olvidamos de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, podemos comenzar a imaginar que todo depende de nosotros ... que los éxitos y fracasos son obra nuestra, que tenemos que proveer por nosotros mismos en todo momento ... y así olvidamos nuestra dependencia en Dios y en los demás para todas las otras cosas importantes en la vida.

En las lecturas de hoy tenemos historias de la divina providencia. En la primera lectura, Eliseo, a través de la providencia de Dios, alimenta a 100 personas con solo 20 panes de cebada, y cuando habían comido, les sobró un poco. Ese milagro prefiguró el milagro aún mayor de la divina providencia que tenemos en el Evangelio de hoy: Jesús alimenta a 5,000 con cinco panes de cebada y dos pescados, y al terminar de comer, quedaron 12 canastas con fragmentos.

Dios no solo proporcionó, sino que proporcionó mucho más de lo necesario — 50 veces más que en el caso de Eliseo. En este caso, Jesús lo hizo valiéndose del aporte de un joven que con aparente imprudencia renunció a la certeza de tener una buena cena para sí mismo, para intentar ayudar a satisfacer las necesidades de los demás. Confió en Jesús, que si hacía lo que Jesús le pedía, Dios se aseguraría de que sus necesidades fueran satisfechas.

Hoy es un buen momento para agradecer a Dios por todo lo que nos ha proveído durante todos estos años. Nos ha alimentado espiritualmente a través de los sacramentos y sobre todo a través de la Eucaristía que compartimos hoy. Él nos ha proveído materialmente y nos ha ayudado a superar los obstáculos.

Algunos de ustedes están tristes por el cierre de la misa en latín en su parroquia. Otros hemos recibido la ayuda de Dios para enfrentar el reto del desempleo o hemos experimentado cómo él nos ayudó a superar problemas en su matrimonio o con sus hijos. Él nos ha sanado cuando estuvimos enfermos, incluyendo en este tiempo de pandemia. Confiar en la providencia de Dios es un signo seguro de fe y confianza en Jesús, el Buen Pastor que nunca deja de protegernos y guiarnos en esta vida y hacia las verdes praderas de la vida venidera.

Hoy estamos reunidos en torno a esta mesa eucarística en la que Jesús volverá a obrar en nuestra presencia un milagro mucho mayor que la multiplicación de panes de los que leemos en el Evangelio de hoy. Ese día, hace 2,000 años, Jesús hizo más pan, pero el pan quedó solo pan. Hoy Jesús convierte el pan en su propio cuerpo y sangre, alma y divinidad, que luego nos invita a tomarlo en nosotros mismos, uniéndonos a él de la manera más íntima que se pueda imaginar.

Eso está en el Evangelio de hoy, que luego prepara el escenario para el Discurso del Pan de Vida a través del cual Jesús explicará esta verdad central de la fe durante los siguientes cuatro domingos, culminando con su gran declaración: “Amén, amén les digo que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.”     

Cuando éramos bebés, se nos proveyeron todas nuestras necesidades ... y a los ojos de Dios, tú y yo todavía somos bebés. ¡Agradecemos al Señor por toda su providencia hasta ahora y pongamos nuestra confianza en ella para todos los retos que nos esperan en el futuro!