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Catholic Diocese of Little Rock
Published: October 22, 2005
By El Padre Erik Pohlmeier
Alos católicos a veces se les acusa de no basarse en la Biblia, o de inventar creencias opuestas a la Biblia. Ninguna de esas acusaciones es verdadera, por supuesto. En este Año de la Eucaristía, el fal lecido Papa Juan Paulo II les exhortó a todos los católicos a familiarizarse con las raíces espirituales de la Eucaristía. Es te ar tículo examinará un capítulo de la Biblia en el que Jesús mismo explica el Pan de Vida, una enseñanza tan radical en aquellos tiempos como ahora. El sexto capítulo del Evangelio de Juan, comienza con el famoso relato de la multiplicac i ó n d e l o s p a n e s y l o s peces. A este milagro le sigue el momento cuando Jesús caminó sobre el agua. Al día siguiente, la multitud a quien había alimentado rodeó a Jesús nuevamente. Imagínese lo que sentía la gente. La gran anticipación que abundaba porque los rumores sobre Jesús, el milagroso, se habían confirmado frente a miles de personas. Tuvo que haberse producido una gran agitación entre ellos mientras esperaban lo que Jesús iba a hacer próximamente. Estaban listos para creer en Él como una persona extraordinaria. Pero Jesús les dice algo que no estaban esperando escuchar. Dice, “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. El Evangelio de San Juan relata que esas palabras fueron difíciles de aceptar para ellos y describe a los judíos “murmurando entre ellos” por lo que Jesús había dicho. Reaccionando al murmullo, Jesús vuelve a promulgar su enseñanza de que Él es realmente el pan que ha bajado del cielo, pero procede a esclarecer el significado de lo que ha dicho, y en la manera más directa posible, Jesús dice,“el pan que yo daré es mi carne que da la vida al mundo”.Como católicos educados en esa doctrina por muchos años, es difícil apreciar el impacto que causó esa declaración. Ello describe un verdadero acto de canibalismo. De hecho, esa aseveración se ha usado contra los católicos hasta el día de hoy. Las discusiones que se suscitaron en la multitud aumentaron cada vez y propiciaron la queja obvia,“¿Cómo este hombre va a darnos a comer su carne?”. No debe sorprendernos por qué la gente se sentía tan agitada. Jesús había estado hablando sobre el Pan de Vida como algo que estaba disponible para sus seguidores, pero en su declaración siguiente hace aún más urgente la necesidad de este Pan. Dice, “Si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes”. Ya no sólo está simplemente disponible, sino que aquéllos que no tomen parte en ello estarán excluidos de la vida que Jesús ha prometido. Como era de esperarse, la agitación de la multitud continuó creciendo. Jesús lo reconoce y les pregunta, “¿Les desconcierta lo que les he dicho?”. Una de las partes más reveladoras de este discurso es la reacción final de la multitude y de Jesús. Los discípulos de Jesús dicen, “Este lenguaje es muy duro. ¿Quién puede sufrirlo?”. Había llegado al momento en que deberían tomar una decisión. Las palabras eran fuertes, pero Jesús les deja a ellos aceptarlas o no.El verso 66 dice,“A partir de ese momento muchos de sus discípulos dieron un paso atrás y dejaron de seguirlo”. Pero lo que nos dice también es que Jesús los dejó marcharse. Si hubiera sido un simple malentendido, Jesús los hubiera llamado otra vez. Si Jesús hubiera estado hablando en términos simbólicos, no hubiera habido ninguna dificultad para aceptar lo que había dicho. Pero, Jesús no dijo que el pan simbolizaría su cuerpo.Dijo, “Mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera”. Muchas personas no pudieron aceptarlo y Jesús dejó que se marcharan. Éste fue un día triste y tuvo que haber sido difícil para Jesús. Sabía que estaba ofreciendo un regalo que no podría igualarse, pero requería fe para aceptarlo. Los que se marcharon fueron los que carecían de fe. El punto culminante de este intercambio fue la respuesta de los Doce. Cuando los demás se habían marchado, Jesús confronta directamente a los Doce. Les dice,“ ¿Quieren dejarme también ustedes?”. En un momento de inmensa fe, Pedro habla a nombre de ellos,“Maestro, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”. Ellos no dijeron que habían comprendido del todo lo que Jesús había dicho, sino en lugar de ello, estaban dispuestos a aceptar su enseñanza. Creían en Él, aun cuando no comprendían. La pregunta para cada uno de nosotros en este Año de la Eucaristía es la misma que enfrentaron los apóstoles, “¿Quieren dejarme también ustedes?”. Tal vez no lo comprendamos todo, pero la fe es también un regalo. Si podemos aceptar a Jesús tal y como es, si podemos aceptar sus palabras tal como las dijo, entonces podemos beneficiarnos de su promesa,“quien me come a mí tendrá de mí la vida”. El Padre Erik Pohlmeier es el director del Comité del Año de la Eucaristía y párroco de la Iglesia de San Juan Bautista de Hot Springs.