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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: July 27, 2015
Este es el 7º artículo de una serie de doce.
Por Clifford M. Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
Las parábolas de Jesús ilustran brillantemente una proclamación conocida del profeta Isaías: “Mis planes no son sus planes, ni sus caminos son mis caminos … tan lejos como está el cielo de la tierra, así mis caminos de ustedes y mis planes de sus planes” (Isaías 55,8-9).
Las parábolas de Jesús iban dirigidas a dejar a su audiencia pensando en lo diferentes que son los caminos de Dios, de lo que ellos habían asumido que era el modo establecido de hacer las cosas en el “mundo real.” Las parábolas de Jesús van dirigidas a abrir la puerta a una realidad transcendente: la realidad de una vida vivida en el abrazo de la voluntad de Dios.
En la parábola que se encuentra en Lucas 16,19-31, Jesús nos sitúa frente a un hombre extremadamente rico y un hombre muy pobre. La primera señal de que la parábola está desmontando la serie típica de expectativas llega al identificar al hombre pobre como Lázaro, mientras que el rico se queda sin nombre. Después de 2000 años, esto es todavía desconcertante. Los nombres de los ricos siempre se proclaman, mientras que los pobres casi siempre permanecen anónimos.
Darle a alguien un nombre lo humaniza. Lo reconoce como persona particular, en lugar de ser uno más de una categoría de humanos. Lázaro es alguien, a pesar de ser pobre y digno de lástima, mientras que el rico es solo eso: un rico. Los lectores de todos los siglos eran tan conscientes de la necesidad de los nombres, que empezaron a llamar al rico Epulón, que significa rico, opulento.
Lázaro se sienta a la puerta del rico, suponemos que para ser encontrado diariamente por el hombre que nunca utiliza su riqueza para aliviar el sufrimiento de los demás. La única ayuda que recibe Lázaro en su vida viene de los perros que lamen sus llagas.
Tanto el rico como Lázaro mueren. A Lázaro le llevan los ángeles al lugar donde goza del abrazo perpetuo de Abraham, el padre de todos los creyentes. El rico, sin embargo, es conducido a Hades. Pero desde ese lugar de tormento de fuego puede ver cómo Lázaro está siendo consolado y cuidado por Abraham. Dependiendo de la traducción, se ve a Lázaro en el seno de Abraham o al lado de Abraham.
De cualquier modo, significa que es consolado y apoya su cabeza en el pecho de Abraham. En nuestra cultura, tal abrazo se ve a menudo como un gesto maternal de amor y consuelo. Esta cercanía física es la misma según la describe Juan entre Jesús y el discípulo a “quien amaba Jesús” que apoyó en él la cabeza en la Última Cena (Juan 13,23).
Sorprendentemente, mientras que el rico ve al ahora redimido Lázaro, no puede percibir ningún cambio en su relación. Espera que el pobre Lázaro actúe como siervo suyo, aliviando su propio sufrimiento. Y, aunque Abraham le dice que Lázaro no puede acudir a él, pide que Lázaro dé una advertencia que salve a sus cinco hermanos, tan ricos como él, de su destino en el infierno.
Es importante darse cuenta de que esta parábola indica claramente que los cinco hermanos ricos tienen todo lo que necesitan para llevarlos al arrepentimiento y a un lugar seguro con Lázaro en el abrazo de Abraham: tienen a Moisés y a los profetas. Esto lleva a los expertos biblistas, tanto judíos como cristianos, a reafirmar que Jesús comprendía su misión como algo muy dentro de las tradiciones vivas del judaísmo.
¿Podría una advertencia de alguien resucitado de entre los muertos producir el arrepentimiento de los hermanos ricos? No, si estuvieran decididos a ignorar a Moisés y a los profetas. En el Evangelio de Lucas, Moisés y los profetas apuntan claramente a Jesús, su sufrimiento y resurrección (ver Lucas 24,25-27. 44-45).
¿Es el hombre sin nombre malo porque es rico? ¿Es Lázaro justo porque es pobre? En Moisés y los profetas, los ricos tienen la obligación moral de cuidar de que los pobres entre ellos tengan lo que necesitan para cubrir sus necesidades básicas. (Levítico 19,10; Deuteronomio 24,17-22; Zacarías 7,9-10). Dios escucha el clamor de los pobres (Éxodo 22,21-26). En otros lugares además de esta parábola, Jesús advierte claramente sobre los peligros que acompañan a las riquezas.(Marcos 10,23-27; Lucas 8,14).
El mensaje de esta parábola se encuentra en su gran ironía, no en su breve aunque clara descripción de la vida después de la muerte. Lo que no le puede decir Lázaro a los hermanos ricos, se lo dice la parábola: Dios se inclina a las necesidades de los pobres y quienes tienen riquezas por lo tanto, también deben inclinarse hacia los pobres.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 25 de julio de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.