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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: March 18, 2015
Este es el 3º artículo de una serie de doce.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
Las parábolas de Jesús están llenas de sorpresas para quienes escuchan con cuidado, y en particular para sus discípulos. En los pocos minutos que lleva contar la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13,22-30), con un aplomo sorprendente se dicen cosas con un que habrían despertado la curiosidad o sacudido las sensibilidades. Sin embargo, la parábola sigue sin perder ripio, hasta dar la vuelta a las suposiciones de quien escucha sobre cómo se supone que funcionen las cosas en el mundo.
En esta parábola hay un campesino acomodado que no sólo tiene un campo, sino también esclavos. Ahora bien, este campesino ha sembrado su campo con buena semilla, así que naturalmente espera que en su campo crezca trigo sano y maduro. Pero en realidad esto no es una historia sobre un campesino, ya que Jesús introduce la parábola diciendo claramente que es una historia sobre cómo es el reino de Dios.
Hoy, cuando muchos de nosotros leemos o escuchamos esta parábola, nos podemos sentir tentados a pensar que es una historia sobre cómo ir al cielo y quién va a llegar y quién no. Pero cuando Jesús dijo esta parábola su audiencia podría haber tenido otra suposición. Comprenderían que esto era una parábola sobre cómo
Dios iba a establecer su reino en la tierra. El reino de los cielos se trataba del cielo bajando a la tierra, sobre la voluntad de Dios totalmente cumplida por su pueblo Israel en la tierra que les había dado.
Muchos de quienes lo escuchaban habrían tenido otra suposición mayor: ya que la parábola trataba del reino de los cielos bajando a la tierra, el dueño del campo debe ser Israel. No se sorprenderían al escuchar que un enemigo había plantado cizaña en el campo del agricultor. Podrían ver las malezas del enemigo, como por ejemplo soldados romanos, a su alrededor. Algunos, incluso, veían a muchos de sus compatriotas judíos como maleza — pecadores que deberían ser expulsados de la tierra. Muchos, pero no todos, incluso tendrían expectativas de que esta parábola podría proporcionarles una nueva esperanza de que un líder ungido pronto arrancaría la maleza y liberaría al pueblo de Dios de su sometimiento a Roma y su alejamiento de las múltiples promesas de Dios.
Si eso era lo que esperaban que les dijera la parábola de Jesús, el oír que las cizañas permanecerían creciendo al lado del buen trigo, sería excesivamente confuso y podría incluso haberlos incitado a la ira y provocar el rechazo de Jesús. ¿Cómo podría alguien que anunciaba que el reino está cerca (Mateo 4:7) proclamar al mismo tiempo que los malos estarían viviendo al lado de los justos hasta el final de los tiempos?
Se da una razón para esto. En lugar de arrancar las malezas, se les permite que permanezcan hasta la cosecha, “no vaya a ser que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo” (Mateo 4,17).
Dos mil años más tarde, no es raro interpretar esta parábola como explicación de la presencia de gente buena y mala dentro de la comunidad cristiana. De hecho, cuando leemos la advertencia contra arrancar la cizaña, se nos recuerda otro dicho de Jesús: “No juzguen y no serán juzgados” (Mateo 7,1).
Esta parábola provoca una pregunta mayor, pero a la que no responde mucho. ¿De dónde viene el mal? Si un campesino bueno solo planta buen trigo en su campo, ¿de dónde viene la cizaña? No hay mayor pregunta a la que cualquier religión monoteísta debe intentar responder: si un buen Dios lo creó todo, ¿por qué hay todavía mal en el mundo? En el contexto de la parábola, el campesino/dueño dice a sus sirvientes: “un enemigo ha hecho esto” (Mateo 13,28).
La parábola no se cuenta para desenmascarar al enemigo. Se dijo, y continuamos ponderándola en nuestro tiempo y lugar, porque su centro es de hecho la buena semilla, el trigo. No importa de dónde venga la cizaña, por el bien del trigo no debemos hacer daño a ninguna de las plantas del campo. Este es el mensaje constante de Jesús: “Amen a sus enemigos … para que puedan ser hijos de su Padre celestial que hace que baje la lluvia sobre justos y pecadores” (Mateo 5,44-45). Dios riega incluso a la cizaña.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 14 de marzo de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.