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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: October 10, 2015
Este es el 10º artículo de una serie de doce.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Los ricos temas de la fiesta y la boda se encuentran en las páginas de nuestras Biblias. ¿Por qué? Simplemente, tales experiencias tocan la experiencia humana de intimidad. Nuestro deseo de compartir la vida con los demás es tan universal que la mayoría de las culturas han expresado estos momentos a la mesa y en el altar. Los narradores bíblicos tocan estos acontecimientos humanos para revelarnos algo de Dios, incluso cuando en el mundo antiguo la “mesa” fuera simplemente el suelo polvoriento de una tienda o el “altar” el hogar del nuevo esposo.
La parábola de las Diez Vírgenes sólo aparece en el Evangelio de Mateo (capítulo 25,1-13). Un novio, y quizá su novia, están de regreso a su hogar, según la costumbre, para celebrar el fin del período de compromiso y el comienzo de su vida matrimonial. Diez vírgenes (algunas traducciones emplean damas de honor) se disponen a recibir al novio.
Cinco están preparadas con aceite en sus lámparas y tienen aceite extra por si hace falta; las otras cinco solamente traen sus lámparas. Después de un retraso inesperado, y ahora en medio de la noche, las que no tienen aceite extra tienen que correr a buscar más, y solamente las que estaban adecuadamente preparadas en el momento oportuno pueden entrar en la fiesta nupcial.
A primera vista, parece ser una historia sobre tradiciones culturales alrededor del compromiso y matrimonio y una historia sobre el estar preparados para una celebración. Si somos conscientes de que en los primeros tiempos del cristianismo Jesús se consideraba el novio (ver Marcos 2,19-20; Juan 3,25.29; 2 Corintios 11,2), nos damos cuenta de que es una historia sobre el estar preparados para entrar en una relación duradera con Jesús que viene a nuestro encuentro, a la Iglesia como a su novia.
Sin embargo, el contexto de esta narrativa en el Evangelio de Mateo ofrece una dimensión especial e incisiva. La historia tiene lugar en la porción que ese Evangelio identifica como discurso apocalíptico, o sermón sobre los últimos días. Jesús ha llegado a Jerusalén y ha entrado en el templo.
Tiene los días contados y sus palabras en la versión de Mateo sobre los acontecimientos llama a la vigilancia frente a la próxima tribulación y juicio. Este tono sombrío indica el fin de los tiempos en sentido cósmico, pero también el fin de la vida de Jesús y nuestra propia vida.
La historia comienza advirtiéndonos de que hay vírgenes prudentes y necias. Que haya vírgenes no es tan significativo como que estas sean prudentes o necias. Los lectores del Evangelio de Mateo escucharán ecos de la tradición sapiencial de la Biblia (ej. Proverbios, Eclesiástico y Sabiduría) en que quienes siguen el camino de la necedad terminarán en destrucción mientras que los prudentes heredarán la gloria.
La gloria del reino de los cielos es la intimidad que se encuentra en el partir el pan, en el estar entre aquellos a quienes conoce el novio, en entrar en la celebración nupcial. La sabiduría que propone Jesús en esta parábola es que los verdaderos discípulos son prudentes, siempre preparados, mientras que quienes no se preparan se encontrarán excluidos de la celebración por sus propias acciones, o en este caso, por su pasividad.
Anteriormente, en Mateo 7,21, Jesús había advertido: “No todos los que dicen 'Señor, Señor' entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que cumplen la voluntad de mi Padre.” Ahora, en sus últimas horas, ilustra en forma de parábola lo que quiere decir eso. El cumplir la voluntad de Dios exige reconocer lo que es apropiado para la tarea presente y la sabiduría de perseverar.
La parábola concluye con una dura advertencia: “Manténganse despiertos, porque no saben ni el día ni la hora.” Evidentemente, como las diez protagonistas durmieron, no se trata de una prohibición literal sobre el dormir. Es más bien una llamada al tipo de atención que espera y tiene esperanza. Es una llamada a estar dispuestos para no perderse el momento en que Cristo, el esposo, regrese a su casa.
En un mundo que parece más y más tumultuoso con cada día que pasa, podemos preguntarnos por qué Cristo se retrasa en regresar. Quizá estemos siendo invitados, o incluso empujados, a vivir cada día prudentemente, con diligencia en nuestro trabajo por el reino, con la seguridad de que Cristo no nos ha abandonado y la expectativa esperanzada de que nuestros nombres estén en la lista de invitados del banquete celestial.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic de 10 de octubre de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.